– ¿Por qué estoy aquí? -preguntó.
– Como sabrá -respondió Lucy-, en las últimas semanas se han suscitado algunas preguntas sobre la muerte de una enfermera en este edificio. Esperaba que usted pudiera arrojar algo de luz sobre ese incidente. -Su voz sonaba natural, pero Francis detectó en su actitud y en la forma en que miraba al paciente que algo la había llevado a seleccionar a ese hombre primero. Algo en su expediente le había dado que sospechar.
– Yo no sé nada -contestó el hombre, y se revolvió en el asiento agitando una mano en el aire-. ¿Puedo irme?
En el expediente, Lucy leyó palabras como «bipolar» y «depresión», «tendencias antisociales» y «gestión del enfado». Griggs tenía un popurrí de problemas. También había herido a una mujer con una navaja de afeitar en un bar tras invitarla a unas copas y haber sido rechazado cuando se le insinuó. También, había ofrecido resistencia cuando la policía lo detuvo y, a los pocos días de haber llegado al hospital, había amenazado a Rubita y otras enfermeras con vengarse espantosamente, cuando intentaban obligarlo a tomar la medicación por la noche, cambiaban el canal del televisor en la sala de estar o le impedían molestar a otros pacientes, lo que hacía casi a diario. Cada uno de estos incidentes estaba debidamente documentado. También había una anotación de que había informado a su abogado defensor de que unas voces indeterminadas le habían ordenado que atacara a la mujer en cuestión, afirmación que lo había conducido al Western en lugar de a la cárcel local. Una anotación adicional, con la letra de Gulptilil, cuestionaba la veracidad de tal afirmación. Era, en resumen, un hombre lleno de rabia y mentiras, lo que, según Lucy, lo convertía en un candidato excelente.
– Por supuesto -afirmó Lucy, sonriente-. Así que la noche del homicidio…
– Estaba durmiendo en el piso de arriba -gruñó Griggs-. En la cama. Colocado con la mierda esa que nos dan.
Lucy observó su bloc antes de levantar los ojos y fijarlos en el paciente.
– Esa noche no quiso la medicación. Hay una nota en su expediente.
Griggs abrió la boca para replicar pero se detuvo.
– Decir que no la tomarás no significa que no la tomes -explicó-. Sólo significa que algún tío como éste te obligará a tomarla. -Señaló a Negro Grande, y Francis tuvo la impresión de que hubiese usado otro epíteto si no lo asustara el corpulento auxiliar-. Así que lo hice. Unos minutos después, estaba en brazos de Morfeo.
– No le caía bien la enfermera en prácticas, ¿verdad?
– No me cae bien ninguna -sonrió Griggs-. Eso no es ningún secreto.
– ¿Y porqué?
– Les gusta mandarnos. Ordenarnos hacer cosas. Como si no fuéramos nadie.
Griggs hablaba en plural, pero Francis creyó que sólo pensaba en sí mismo.
– Pelear con mujeres es más fácil, ¿no? -preguntó Lucy.
El paciente se encogió de hombros.
– ¿Cree que podría pelear con él? -Señaló de nuevo a Negro Grande.
Lucy se inclinó hacia delante y prosiguió:
– No le caen bien las mujeres, ¿verdad?
Griggs respondió con voz grave.
– Usted no me cae demasiado bien.
– Le gusta lastimar a las mujeres, ¿no? -preguntó Lucy.
El hombre soltó una carcajada sibilante, pero no contestó.
Lucy, con voz monótona, cambió de dirección.
– ¿Dónde estaba en noviembre de hace dos años?
– ¿Cómo?
– Ya me ha oído.
– ¿Y quiere que me acuerde?
– ¿Es eso un problema para usted? Porque le aseguro que puedo averiguarlo.
Gnggs se revolvió en la silla para ganar tiempo. Francis observó que se esforzaba en pensar, como si intentara ver algún peligro entre la niebla.
– Trabajaba en unas obras en Springfield -afirmó-. En la carretera. En la reparación de un puente. Un trabajo asqueroso.
– ¿Ha estado alguna vez en Concord?
– ¿Concord?
– Ya me ha oído.
– No, nunca. Cae al otro lado del Estado.
– Y su jefe en esas obras, cuando lo llame, no me dirá que tenía acceso al camión de la empresa, ¿verdad? ¿Ni que lo mandó a hacer recados a la zona de Boston?
Griggs parecía un poco confundido.
– No -negó tras un momento de duda-. Esos trabajos fáciles se los daban a otros. Yo trabajaba en los pilares.
Lucy cogió una fotografía de los anteriores crímenes. Francis vio que correspondía al cadáver de la segunda víctima. Se inclinó sobre la mesa y la puso delante de Griggs.
– ¿Recuerda esto? -preguntó-. ¿Recuerda haberlo hecho?
– No. -La voz de Griggs perdía algo de su bravuconería-. ¿Quiénes?
– Dígamelo usted.
– Nunca la había visto.
– Yo creo que sí.
– No.
– En esas obras en las que trabajó existen registros de las actividades de los obreros. Así que me resultará fácil demostrar que estuvo en Concord. Pasa lo mismo con la anotación de que no recibió ningún medicamento la noche en que la enfermera fue asesinada aquí. Es sólo cuestión de papeleo. A ver, probemos de nuevo: ¿Hizo usted esto?
Griggs sacudió la cabeza.
– Si pudiera, lo haría, ¿cierto?
Negó otra vez.
– Me está mintiendo.
Griggs inspiró despacio, resollando, para llenarse los pulmones. Cuando habló, lo hizo con una rabia apenas contenida.
– Yo no hice eso a ninguna chica que haya visto nunca, y está equivocada si cree que lo hice.
– ¿Qué hace a las mujeres que no le caen bien?
– Las rajo. -Esbozó una sonrisa maliciosa.
– ¿Como a la enfermera en prácticas? -repuso Lucy.
Griggs negó otra vez con la cabeza. Echó un vistazo alrededor de la habitación, primero en dirección a Evans y después a Francis.
– No contestaré más preguntas -anunció-. Si quiere acusarme de algo, adelante, hágalo.
– De acuerdo -dijo Lucy-. Ya se puede ir. Pero quizá volvamos a hablar.
Griggs se levantó sin responder. Preparó algo de saliva y Francis creyó que iba a escupir a la fiscal. Negro Grande debió de pensar lo mismo, porque cuando Griggs dio un paso adelante, la mano del corpulento auxiliar le aferró el hombro como un torno de banco.
– Ya has terminado -le advirtió con calma-. No hagas nada que me enfade más de lo que ya estoy.
Griggs se zafó de la presa y se volvió. Francis vio que quería decir algo más pero, en cambio, empujó la silla para que chirriara contra el suelo y luego se marchó. Una pequeña muestra de desafío.
Lucy lo ignoró y empezó a anotar cosas en su bloc. Evans también escribía algo en una libreta.
– Bueno -le dijo Lucy-, no es que se haya descartado, ¿no cree? ¿Qué está escribiendo?
Francis guardó silencio cuando Evans alzó los ojos con una expresión algo ufana.
– ¿Qué estoy escribiendo? Pues, para empezar, una nota para recordarme que debo ajustar la medicación de Griggs. Parecía muy agitado con sus preguntas, y diría que es probable que se muestre agresivo, quizá con los pacientes más vulnerables. Una anciana, por ejemplo. O acaso alguien del personal. Eso también es posible. Le aumentaré la dosis para impedir que esa cólera se manifieste.
– ¿Qué va a hacer?
– Voy a tranquilizarlo una semana. Puede que más. -El señor del Mal vaciló y, a continuación, añadió sin abandonar el tono petulante-: ¿Sabe qué? Podría haberle ahorrado algo de tiempo. Tiene razón en que Griggs rehusó la medicación la noche del homicidio, pero su negativa conllevó que más tarde se le administrara una inyección intravenosa. ¿Ve la segunda anotación en la hoja? Yo estuve presente y supervisé el procedimiento. Así que es verdad que estaba durmiendo cuando se produjo el asesinato. Estaba sedado. -Evans hizo una pausa-. ¿Quizás haya otros casos en que yo pueda ayudarla de antemano?
Lucy levantó la mirada, frustrada. A Francis le pareció que no sólo detestaba perder el tiempo, sino también manejar la situación. Pensó que le resultaba difícil porque nunca había estado en un sitio así. Y se percató de que muy poca gente normal había estado nunca en un lugar como aquél.