– Permitan que me explique -replicó ella a la vez que daba un paso hacia los hermanos, de modo que sólo el reducido grupo pudiera oírla, un gesto apropiado a la pequeña conspiración que Lucy tenía en mente-. No soy muy optimista sobre el resultado de estos interrogatorios, y voy a confiar en Francis más de lo que él imagina -explicó. Los demás miraron al joven, que se ruborizó, como si lo hubiera destacado en clase una profesora de la que estuviera medio enamorado-. Pero, como Peter indicó el otro día, nos faltan pruebas contundentes. Me gustaría intentar algo al respecto.
Los Moses la escuchaban con atención. También Peter se acercó, lo que estrechó más el grupo.
– Quiero que mientras hablo con estos pacientes, se registre a conciencia sus cosas -prosiguió Lucy-. ¿Han registrado alguna vez una cama y un arcón?
– Por supuesto -asintió Negro Chico-. De vez en cuando. Eso forma parte de este excelente trabajo.
Lucy lanzó una rápida mirada a Peter, que parecía deseoso de dar j opinión.
– Y me gustaría que Peter interviniera en esos registros -añadió-. Que estuviera al mando.
Los dos auxiliares se miraron y Negro Chico replicó:
– Peter no puede salir del edificio Amherst, señorita Jones. Me refiero a que sólo puede hacerlo en circunstancias especiales. Y es el doctor Gulptilil o el señor Evans quienes dicen cuáles son esas circunstancias especiales. Evans no le ha dejado cruzar estas puertas ni una sola vez.
– ¿Se supone que hay nesgo de que se escape? -preguntó Lucy, un poco como si estuviera ante un juez en una solicitud de libertad bajo fianza.
– Evans lo puso en el expediente -respondió Negro Chico a la vez que sacudía la cabeza-. Es más bien un castigo porque tiene pendiente cargos graves. Peter está aquí por orden judicial para ser evaluado, y supongo que la prohibición de salir es normal en casos así.
– ¿Hay alguna forma de saltarse eso?
– Hay formas de saltárselo todo si es lo bastante importante, señorita Jones.
Peter guardaba silencio. Francis vio de nuevo que se moría de ganas de hablar pero tenía la sensatez de mantener la boca cerrada. Los auxiliares no se habían negado aún a la petición de Lucy.
– ¿Por qué cree que Peter tiene que hacer esto, señorita Jones? ¿Por qué no mi hermano o yo? -quiso saber Negro Chico.
– Por un par de razones -respondió Lucy-. Primero, como saben, Peter era un investigador muy bueno, y sabe cómo, dónde y qué buscar, y cómo tratar cualquier prueba. Y, como ha recibido formación en la obtención de pruebas forenses, espero que pueda detectar algo que quizá podría escapársele a usted o a su hermano…
Negro Chico apretó los labios, reconociendo tácitamente que aquello era cierto. Lucy lo tomó como un asentimiento y prosiguió.
– Y la otra razón es que no estoy segura de querer comprometerlos en todo esto. Imaginemos que encuentran algo en un registro. Es taran obligados a contárselo a Gulptilil, que técnicamente es el responsable máximo, y probablemente esa prueba se perderá o se estropeará. Si Peter encuentra algo, bueno, es otro loco del hospital. Puede dejarla, mencionármela y luego obtener una orden de registro legítima. Recuerden que al final tendrá que venir la policía a detener a alguien. Tengo que conservar cierta rectitud en la investigación, sea lo que eso signifique. ¿Me explico, señores?
Negro Grande soltó una carcajada, aunque no se había dicho nada gracioso, salvo el concepto de «rectitud en la investigación» en un hospital de chalados. Su hermano se rascó la cabeza.
– Por Dios, señorita Jones, me parece que nos va a meter en un buen lío antes de que todo esto termine.
Lucy se limitó a sonreír a los dos hermanos. Una sonrisa franca y acompañada de una mirada traviesa, que reflejaba la aceptación de una conspiración necesaria e inofensiva. Francis lo observó y, por primera vez en su vida, pensó lo difícil que era negar algo a una mujer bonita, lo que tal vez no fuera justo, pero aun así era cierto.
Los dos auxiliares se miraron. Luego, Negro Chico se encogió de hombros.
– ¿Sabe qué, señorita Jones? -dijo-. Mi hermano y yo haremos lo que podamos. Que Evans y Tomapastillas no se enteren. -Hizo una breve pausa-. Peter, ven a hablar con nosotros en privado. Tengo una idea…
El Bombero asintió.
– ¿Qué se supone que buscamos? -preguntó Negro Grande.
– Ropas o zapatos manchados de sangre -contestó Peter-. En algún sitio hay un cuchillo u otra clase de arma blanca. Sea lo que sea, tendrá que ser muy afilada porque sirvió para cercenar dedos. Y el juego de llaves que falta, porque para nuestro ángel las puertas cerradas no son un obstáculo. Y cualquier otra cosa que nos permita conocer más detalles sobre el crimen por el que el pobre Larguirucho está en la cárcel. Y cualquier cosa relacionada con los demás crímenes que investiga Lucy, como recortes de periódicos o una prenda femenina. No lo sé. Y desde luego lo más importante -aseguró.
– ¿Qué? -preguntó Negro Grande.
– Cuatro falanges cortadas -contestó Peter con frialdad.
Oía las mismas voces que de joven, clamando de nuevo para que les prestara atención, y me preguntaban repetidamente: ¿Qué tenemos de malo, Francis? Estábamos ahí para ayudar.
Francis se sentía incómodo en el despacho de Lucy mientras intentaba evitar la mirada de Evans. La habitación estaba sumida en el silencio. Había un calor pegajoso y enfermizo, como si la calefacción se hubiera quedado en marcha a la vez que la temperatura exterior se disparaba. Lucy estaba atareada con un expediente, hojeando páginas con anotaciones y tomando de vez en cuando alguna nota en un bloc.
– El no debería estar aquí, señorita Jones. A pesar de la ayuda que crea que le puede brindar y a pesar de la autorización del doctor Gulptilil, creo que es muy inadecuado involucrar a un paciente en esta investigación. Sin duda, cualquier aportación que pueda hacer carece de la base que tendría la de un miembro del personal o la mía propia.
Evans logró sonar pomposo, lo que, en opinión de Francis, no era habitual en él. Por lo general, el señor del Mal tenía un tono sarcástico e irritante que subrayaba las diferencias entre ellos. Francis sospechaba que Evans solía adoptar ese tono clínico en las reuniones del personal. Desde luego, hacerse el importante no era lo mismo que serlo. Un coro de conformidad se agitó en su interior.
– Veamos cómo lo hace -se limitó a decir Lucy tras alzar los ojos-. Si crea algún problema, siempre estamos a tiempo de cambiar las cosas. -Y se centró de nuevo en el expediente.
– Y ¿dónde está el otro? -insistió Evans.
– ¿Peter? -preguntó Francis.
– Le he encargado las tareas más aburridas y menos importantes -dijo Lucy levantando una vez más la cabeza-, Siempre hay algo farragoso pero necesario que hacer. Dados sus antecedentes, creí que él era el más adecuado.
Eso pareció apaciguar a Evans, y Francis pensó que era una respuesta muy inteligente. Cuando fuera mayor, él también aprendería a decir cosas que no eran del todo ciertas sin estar mintiendo.
Hubo un silencio hasta que llamaron a la puerta y ésta se abrió. Negro Grande entró en el despacho acompañado de un hombre al que Francis reconoció del dormitorio de arriba.
– Este es el señor Griggs -anunció el auxiliar con una sonrisa-. De los primeros de la lista. -Con su manaza, dio un empujoncito al hombre y luego retrocedió hacia la pared para situarse allí con los brazos cruzados.
Griggs avanzó hasta el centro de la habitación y vaciló. Lucy le señaló una silla, desde donde Francis y el señor del Mal podrían observar sus reacciones a las preguntas. Era un individuo enjuto y musculoso de mediana edad, medio calvo y con el pecho hundido. Respiraba con un resuello asmático. Recorrió la habitación con mirada precavida, como una ardilla que levantara la cabeza ante un peligro lejano. Una ardilla con unos dientes irregulares y amarillentos, y un carácter inquieto. Tras dirigir a Lucy una penetrante mirada, extendió las piernas con expresión irritada.