Francis pensó que Negro Chico sin duda se equivocaba. Y no creía poder entender ningún mundo. Varías voces resonaron en su interior v trató de escuchar lo que decían, porque supuso que tenían alguna opinión. Pero, cuando se concentraba, vio que ambos auxiliares lo observaban y tomaban nota de lo que su rostro expresaba. Por un instante se sintió desnudo, como si le hubieran arrancado la ropa. Así que sonrió del modo más agradable que pudo y se alejó por el pasillo, deprisa y hecho un mar de dudas.
Lucy estaba sentada tras la mesa del despacho de Evans mientras éste revolvía uno de los cuatro archivadores alineados contra una pared. En una esquina había un retrato de bodas. Se veía a Evans, con el pelo más corto y peinado, vestido con un traje diplomático azul que parecía subrayar su complexión delgada. Estaba de pie junto a una mujer joven que llevaba un vestido blanco que apenas ocultaba un embarazo prominente y lucía una guirnalda de flores en un ensortijado cabello castaño. Los rodeaba un grupo que incluía personas de todas las edades, desde muy mayores hasta muy jóvenes, con unas sonrisas similares que Lucy calificó de forzadas. En medio del grupo había un hombre con alba y casulla, cuyo bordado dorado destellaba. Tenía una mano en el hombro de Evans y, al fijarse en él, Lucy observó un notable parecido con el psicólogo.
– ¿Tiene un hermano gemelo? -preguntó.
Evans vio que la fiscal observaba la fotografía y se volvió, con los brazos llenos de carpetas amarillas.
– Es cosa de familia -respondió-. Mis hijas también son gemelas.
Lucy miró alrededor, pero no vio ningún retrato más. Evans notó su curiosidad y aclaró:
– Viven con su madre. Baste decir que estamos pasando un mal momento.
– Lo lamento -dijo Lucy, sin comentar que eso no explicaba que no tuviera su foto en el despacho.
Evans se encogió de hombros, y dejó las carpetas en la mesa con un ruido sordo.
– Cuando creces con un hermano gemelo, te acostumbras a todas las bromas. Siempre son las mismas, ¿sabe? Los gemelos son como dos gotas de agua. ¿Cómo distinguirlos? ¿Tienen los mismos pensamientos e ideas? Cuando creces sabiendo que hay alguien idéntico a ti durmiendo en la litera de arriba, ves el mundo de otra forma. Para bien y para mal, señorita Jones.
– ¿Son gemelos monocigóticos? -quiso saber, aunque con sólo mirar la fotografía ya sabía la respuesta.
Evans vaciló antes de responder, entrecerró los ojos y su voz sonó gélida:
– Lo fuimos. Ya no.
Ella lo miró sin entender.
– ¿Por qué no le pide a su nuevo amigo y ayudante que se lo explique? -añadió Evans después de aclararse la garganta-. Él sabe la respuesta mucho mejor que yo. Pregunte al Bombero, la clase de hombre que empieza extinguiendo incendios pero termina provocándolos.
Ella no contestó y se acercó los expedientes. Evans se sentó frente a ella, se recostó y cruzó las piernas de un modo relajado para observar qué hacía. A Lucy la incomodó la intensidad de su mirada.
– ¿Querría ayudarme? -preguntó-. Lo que quiero hacer no es nada difícil. Para empezar, me gustaría desechar a los hombres que estaban en el hospital cuando tuvieron lugar los otros tres asesinatos. Si estaban aquí…
– No podían estar fuera, por supuesto -asintió él-. Hay que cotejar las fechas.
– Exacto.
– Sólo que hay algunos elementos que lo complican un poco.
– ¿Qué clase de elementos?
– Hay muchos pacientes que están en el hospital de forma voluntaria -respondió Evans tras frotarse el mentón-. Pueden entrar o salir, un fin de semana, por ejemplo, a petición de algún familiar responsable. De hecho, eso se alienta. Así que puede que alguien cuya historia parezca indicar que se trata de un paciente internado a tiempo completo, pasara en realidad cierto tiempo fuera del hospital. Bajo supervisión, claro. O, por lo menos, bajo una supuesta supervisión. Ese no es el caso de las personas internadas por orden judicial. Ni tampoco el de los pacientes a quienes se considera un peligro para ellos mismos o para los demás. Si estás aquí debido a un acto violento, no puedes salir, ni siquiera para una visita a casa. Salvo que un miembro del personal considere que eso puede ayudar al tratamiento terapéutico. Pero eso también dependerá de la medicación que recibe el paciente. Se puede enviar a alguien a casa a pasar la noche con una pastilla, pero no si necesita una inyección. ¿Comprende?
– Creo que sí.
– Y tenemos las vistas -prosiguió Evans, que se iba animando a medida que hablaba-. Periódicamente presentamos los casos en un trámite cuasi judicial, para justificar por qué alguien debe permanecer aquí o ser dado de alta. Viene un defensor de oficio de Springfield y tenemos un abogado para los pacientes, que integra un tribunal con el doctor Gulptilil y alguien de los servicios de salud mental estatales.
Algo parecido a una junta de la libertad condicional. Su utilidad es irregular.
– ¿A qué se refiere con «irregular»?
– La gente recibe el alta porque está estabilizada pero vuelve al cabo de un par de meses, después de descompensarse. Tratar una enfermedad mental tiene algo de puerta giratoria.
– Pero los pacientes que hay en el edificio Amherst…
– No sé si tenemos en la actualidad algún paciente con capacidad, tanto social como mental, para que se le conceda un permiso. Puede que un par, como mucho. No tenemos programada ninguna vista, que yo sepa. Tendría que comprobarlo. Además, no tengo idea sobre los demás edificios. Tendrá que preguntárselo a mis colegas.
– Creo que podemos descartar los demás edificios -aseguró Lucy-. El asesinato de Rubita ocurrió aquí, y es probable que el asesino esté aquí.
– ¿Por qué supone eso? -Evans sonrió de un modo desagradable, como si lo que acababa de decir fuera una broma que ella no captaba.
– Simplemente pensaba…
Evans la interrumpió.
– Si su hombre es tan inteligente como usted cree, imagino que ir de un edificio a otro por la noche no le resultaría un problema insuperable.
– Pero los de seguridad patrullan los terrenos del hospital. ¿No detectarían a alguien que fuera de un edificio a otro?
– Por desgracia, como tantos organismos estatales, estamos faltos de personal. Y segundad efectúa unas rondas establecidas a horas regulares, fáciles de burlar si uno quiere. Y hay otras formas de desplazarse sin ser visto.
Lucy dudó de nuevo, y Evans añadió su opinión durante esa pausa.
– Larguirucho tenía un móvil, la oportunidad y el deseo, y su ropa tenía manchas de la sangre de la enfermera -dijo con tono monocorde-. No alcanzo a entender por qué se esfuerza tanto por encontrar a otro culpable. Estoy de acuerdo en que Larguirucho es, en muchos sentidos, un hombre simpático, pero también es un esquizofrénico paranoico y tiene antecedentes de actos violentos. En particular contra mujeres, a las que veía a menudo como adláteres de Satán. Y los días anteriores al crimen se había observado que su medicación era insuficiente. Si revisara su historia clínica, que la policía se llevó con dosis adecuadas en la distribución diaria. De hecho, había ordenado que empezaran a administrarle inyecciones intravenosas en los próximos días, porque creía que las dosis orales no le hacían efecto.
De nuevo, Lucy no respondió. Quería decirle que, para ella, sólo la mutilación de la mano de la enfermera absolvía a Larguirucho, pero se abstuvo.
– Aun así -prosiguió Evans a la vez que empujaba los expedientes hacia ella-, si revisa éstos y los otros mil de los demás edificios, podrá descartar a algunas personas. Yo no me fijaría tanto en las fechas y me concentraría en los diagnósticos. Descartaría a los retrasados mentales. Y a los catatónicos que no reaccionan ni a la medicación ni a los tratamientos de electroshock, porque no tienen la capacidad física para realizar un acto tan horrendo. Y a las demás alteraciones de la personalidad que excluyen lo que usted está buscando. Estaré encantado de responder cualquier pregunta que quiera hacer. Pero la parte más difícil, bueno, eso es cosa suya…