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Dicho esto, el señor del Mal se volvió de golpe y regresó al puesto de enfermería. Nadie le dirigió la palabra cuando recorrió la cola de pacientes, que tal vez no fueran conscientes de muchas cosas, pero reconocían el enfado cuando lo veían, y se apartaron con cuidado.

– Supongo que tiene razones para odiarme -dijo Peter, en contradicción con la mirada fulminante que dirigió a Evans-. Lo que hice estuvo bien para unos y mal para otros. -Podría haber seguido con ese tema, pero no lo hizo. Se volvió hacia Francis-. ¿Qué querías decirme? -le preguntó.

Francis echó un vistazo alrededor para asegurarse de que no lo observaba nadie del personal, se escupió la cápsula en la mano y se la metió en un bolsillo. Se sentía sacudido por emociones encontradas, sin saber muy bien qué decir.

– Así que te vas… -dijo por fin-. Pero ¿y el ángel?

– Esta noche lo atraparemos. Y si no, será pronto. Háblame sobre las vistas de altas

– Estaba ahí. Lo sé. Lo noté…

– ¿Qué dijo?

– Nada.

– ¿Qué hizo, pues?

– Nada, pero…

– Entonces ¿cómo puedes estar tan seguro, Pajarillo?

– Lo noté, Peter. Estoy seguro. -Sus palabras expresaban una certeza que no se correspondía con la vacilación en la voz.

– Eso no me sirve de mucho, Pajarillo -comentó Peter y meneó la cabeza-. Pero deberíamos contárselo a Lucy.

Francis sintió una frustración repentina, incluso cierto enfado. Peter no lo estaba escuchando. Todavía no lo habían escuchado, y se dio cuenta de que no lo escucharían nunca. Ellos querían perseguir algo sólido y concreto. Pero, en un hospital psiquiátrico, tales cosas apenas existían.

– Ella se va. Tú te vas…

– Ya -asintió Peter-. Detesto dejarte aquí, pero si me quedo…

– Lucy y tú os iréis. Ambos saldréis. Yo nunca saldré.

– No será tan malo. Estarás bien -lo animó Peter, pero incluso él sabía que eso era mentira.

– Yo tampoco quiero quedarme más tiempo aquí -soltó Francis con voz temblorosa.-Saldrás -aseguró Peter-. Mira, Pajarillo, te prometo una cosa. Cuando haya terminado el programa al que me mandan y esté limpio, te sacaré de aquí. No sé cómo, pero lo haré. No te dejaré aquí.

Francis quería creerlo, pero no se atrevía a hacerlo. Pensó que, en su breve vida, mucha gente le había prometido y predicho cosas, y que muy pocas se habían cumplido. Atrapado entre las dos visiones del futuro, la que había descrito Evans y la que Peter le prometía, no supo qué pensar, pero sí sabía que estaba más cerca de una que de la otra.

– El ángel, Peter -balbuceó-. ¿Qué pasa con el ángel?

– Espero que esta noche sea la gran noche, Pajarillo. Es nuestra única oportunidad. La última. Pero es un enfoque razonable y creo que funcionará.

Todas las voces interiores de Francis farfullaron a la vez. No sabía si prestarles atención o prestar atención a Peter, que le resumía el plan para esa noche, pero su amigo parecía no querer que Francis conociera demasiados detalles, como si intentara mantenerlo alejado del centro de la acción.

– ¿Lucy será el blanco? -preguntó Francis.

– Sí y no. Estará ahí y será el anzuelo. Pero nada más. No le pasará nada. Está todo previsto. Los hermanos Moses la cubrirán por un lado y yo estaré en el otro.

Francis pensó que no resultaría. Dudó un instante. Él tenía muchas cosas que decir.

Entonces, Peter se inclinó para que sólo Francis pudiera oír sus palabras:

– ¿Qué te preocupa, Pajarillo?

El joven se frotó las manos, como un hombre que trata de quitarse algo pegajoso de los dedos.

– No estoy seguro -mintió, porque sí lo estaba. Quería dotar su voz de fuerza y de convicción, pero al hablar cada palabra le sonó cargada de debilidad-. Lo noté. Fue la misma sensación que tuve cuando me amenazó, la noche que mató a Bailarín con la almohada. Y lo mismo que noté cuando vi a Cleo colgada…

– Cleo se ahorcó.

– Él estuvo ahí.

– Ella se suicidó.

– ¡Él estuvo ahí! -repitió Francis con toda la firmeza de que fue capaz.

– ¿Por qué lo crees?

– Le mutiló la mano. No fue Cleo. El pulgar había sido movido de sitio, no pudo caer donde fue encontrado. No había tijeras ni ningún cuchillo. Sólo había sangre en el hueco de la escalera, y en ninguna otra parte, de modo que fue ahí donde tuvo que ser seccionado el pulgar. Ella no lo hizo. Fue él.

– Pero ¿por qué?

Francis se tocó la frente. Creía tener fiebre. Sentía una sensación de calor, como si el sol hubiera quemado de algún modo el mundo que lo rodeaba.

– Para relacionar las dos cosas. Para mostrarnos que está en todas partes. No lo sé muy bien, Peter, pero era un mensaje y no lo hemos entendido.

Peter lo observó con atención, dubitativo. Era como si creyera pero no creyera en lo que Francis decía.

– ¿Y la vista de altas? ¿Dijiste que notaste su presencia? -Las palabras de Peter rezumaban escepticismo.

– El ángel necesita poder ir y venir a su antojo. Necesita acceso tanto al mundo del hospital como al exterior.

– ¿Por qué?

– Le proporciona poder y seguridad -respondió Francis.

Peter asintió y se encogió de hombros.

– Tal vez. Pero, al fin y al cabo, es sólo un asesino con una predilección especial por cierto tipo de cuerpo y peinado, con una propensión a la mutilación. Supongo que Gulptilil o algún psiquiatra forense podría dedicarse a especular sobre sus motivos, tal vez elaborar alguna teoría sobre cómo el ángel fue maltratado de niño, pero eso no es lo importante. Si lo piensas bien, sólo es un hombre malvado que actúa malvadamente, y yo creo que esta noche lo atraparemos porque es compulsivo y no podrá resistirse a la trampa que le hemos tendido. Quizá deberíamos haberlo hecho desde el principio, en lugar de perder el tiempo con interrogatorios y expedientes. De un modo u otro, morderá el anzuelo.

Francis quiso compartir la confianza de Peter, pero no pudo.

– Supongo que todo lo que dices es verdad -repuso-. Pero supón que no. Supon que no es lo que Lucy y tú pensáis. Supon que todo lo que ha pasado hasta ahora es otra cosa.

– Me he perdido, Pajarillo.

Francis tragó saliva. Tenía la garganta reseca y apenas logró articular un susurro.

– No sé, no sé… Pero todo lo que Lucy y tú habéis hecho es lo que él esperaría…

– Ya te lo he dicho: todas las investigaciones son así. Un examen eficaz de los hechos y los detalles.

Francis sacudió la cabeza. Quería enfadarse, pero sólo sentía miedo. Miró alrededor. Noticiero tenía un periódico abierto y estaba estudiando con aplicación los titulares. Napoleón estaba imaginándose ser el emperador francés. Deseó ver a Cleo, que había vivido en el mundo de la reina egipcia. Algunos ancianos estaban absortos en sus recuerdos, y los retrasados mentales permanecían encallados en su infantilismo. Peter y Lucy estaban aplicando la lógica, incluso la lógica psiquiátrica, para encontrar al asesino. Pero Francis pensó que ése era el enfoque más ilógico en un mundo tan lleno de fantasía, delirio y confusión.

Sus voces le chillaron: ¡Para! ¡Corre! ¡Escóndete! ¡No pienses!¡No imagines! ¡No especules! ¡No entiendas! En ese momento se dio cuenta de que sabía lo que pasaría esa noche. Y no podía hacer nada para evitarlo.

– Peter -dijo-, puede que el ángel quiera que todo sea como es.

– Bueno, supongo que es posible -repuso Peter y soltó una carcajada, como si fuera la mayor locura que hubiera oído. Se sentía muy seguro-. Ése sería su peor error, ¿no?

Francis no supo cómo contestar, pero no compartía su opinión.

El ángel se inclinó hacia mí, tan cerca que noté su aliento gélido junto con cada palabra glacial. Escribí tembloroso, de cara a la pared, como si pudiera ignorar su presencia. El leía por encima de mi hombro, y reía con el mismo sonido terrible que yo recordaba de cuando se acercó a mi cama en el hospital y me amenazó con matarme.

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