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– Eres muy convincente -comentó.

– Creo que he salvado el negocio. -Metió las manos en los bolsillos de su abrigo.

Las botas de agua que se había puesto le estaban un poco grandes y sus pies resbalaban dentro de ellas. Se preguntó de quién serían.

La senda chapoteaba y parecía moverse bajo el peso de sus pies mientras caminaba entre los viñedos, filas interminables de cepas retorcidas y nudosas, libres de todo adorno de verde o de flores, como un regimiento de esqueletos a las puertas del infierno. Alex se estremeció, preocupada por los horribles pensamientos que habían entrado en su mente recientemente. Resbaló y se cogió con fuerza al brazo de David; era rígido, poderoso y su fuerza la sorprendió. Se había olvidado de lo fuerte que era.

– ¿Estás bien?

– Muy bien.

– Acabé la poda el domingo -le contó orgullosamente-. Después de tres meses, día más día menos.

– Fantástico -dijo tratando de expresar un entusiasmo que no podía sentir.

La luz del atardecer se estaba debilitando y el aire se hizo frío y cortante. Se oyó el balido de las ovejas y el ruido de un ligero avión que volaba muy alto por encima de ellos.

– Crees que me estoy derrumbando, ¿verdad? -preguntó.

– No, no lo creo -respondió y de repente pareció enojado-. ¿Cómo demonios pudo llegar aquí esa oveja? Mira. -Alex siguió con la mirada la dirección de su índice hasta la ladera que descendía de la colina, más allá del viñedo.

– ¿Es que Vendange no las tiene bajo control?

– A ese maldito perro no le interesan las ovejas; lo único que hace es dormir y cazar conejos.

– Debe de haber algo erróneo en sus genes.

David la miró extrañado y después volvió la vista a sus viñedos.

– ¡Maldita sea! Tiene que haber otro agujero en la cerca. -Movió la cabeza-. Creo que estás sufriendo una gran tensión que empieza a hacer su efecto, ¿no es así? Siempre fuiste supereficiente y eso fue lo que te hizo triunfar; en el pasado jamás olvidaste una cita. Rosas en el parabrisas y en un florero. Hay montones de rosas rojas en el mundo, Alex. Es bonito creer que son un mensaje de Fabián, pero es bastante improbable que sea así; te estás aferrando a una serie de coincidencias a las que tratas de dar significado y te lastimas tú misma en el proceso.

– No, yo no me estoy lastimando -replicó furiosa.

Al final del viñedo la senda se bifurcaba.

– ¿Quieres dar un paseo junto al lago?

– Claro -respondió.

Atravesaron un pequeño bosquecillo y llegaron a la orilla del lago. Alex lo miró y se sintió inquieta; nunca le había gustado, y ahora le causaba una sensación siniestra, casi amenazadora. Un estanque medieval; la descripción del agente de la inmobiliaria nunca abandonó su mente desde el momento en que leyó el folleto publicitario por primera vez. Se preguntó si habría sido dragado alguna vez y cuántos secretos estarían enterrados en su fondo. Le llegó el olor del agua estancada, vio los gruesos juncos que sobresalían, como dedos de hombres muertos, y la extraña isla octogonal de cemento a unos setenta metros de la orilla, en el centro del lago. Había una sala de baile edificada en el fondo del lago. «El agente nos llevó allí en una ocasión, una rápida visita a toda prisa.» Había sido construida a finales del siglo pasado por un ingeniero millonario, excéntrico y caprichoso que tuvo algo que ver con la planificación del Metro londinense, según el agente. Ahora ya no se la consideraba un lugar seguro.

Se estremeció al recordar aquel lugar. Habían entrado por una puerta entre los arbustos, que estaba por allí cerca, y descendieron por un túnel que transcurría bajo el lago. A su paso hasta llegar a la sala tuvieron que abrir y cerrar varias puertas estancas… Una medida de precaución contra posibles inundaciones, les informó el vendedor.

Poco después llegaron a una amplia estancia con un techo de cristal en forma de cúpula, cubierto de fango y de hierbas entrelazadas, al otro lado del cual ocasionalmente pasaba la sombra de un pez que apenas podía distinguirse en el agua turbia y fangosa. Había un gran charco de agua en el suelo y el agente apartó la mirada, nervioso y declaró que el techo podía derrumbarse en cualquier momento. Desde entonces habían pasado cuatro años.

– ¿Recuerdas cuando fuimos a la sala de baile? -le preguntó a David, quien le respondió afirmativamente-. ¿Aún se conserva?

– Más de una vez he pensado en echar un vistazo. Uno de estos días iré en la lancha con un tubo de submarinista para ver si sigue en pie.

– Puedes ir por el túnel.

Movió la cabeza negando.

– Demasiado peligroso; si se ha producido una filtración y una de las secciones del túnel se ha inundado uno podría ahogarse al abrir la puerta. Fabián estaba obsesionado con ese lugar; le di una buena bronca el año pasado cuando lo sorprendí entrando en el túnel. Es una lástima que sea tan inseguro; sería un lugar estupendo para dar fiestas.

– Pensaba que ya habían dejado de interesarte las fiestas.

– Le iría muy bien a mi imagen de castellano, ¿no te parece? Una buena fiesta bajo el lago para presentar mi nueva cosecha.

Alex sonrió.

Sacó su lata de tabaco de pipa y abrió la tapa.

– Mira, Alex, no tomes como una crítica lo que te dije antes, no era ésa mi intención. Te quiero y estoy orgulloso de ti y siempre lo estaré… Ése es mi problema y tendré que enfrentarme con él. Fabián está muerto. Los médiums son unos charlatanes que te sacarán el dinero mientras puedas pagarles. -Lió el cigarrillo a mano y se lo llevó a la boca; se detuvo y Alex oyó el clic de su encendedor y percibió el dulce olor del tabaco.

– ¿Cómo pudo saber el médium la verdad sobre el camión?

– No lo sabía. Leyó en el periódico que había sido un camión el causante del accidente, lo que, como tú sabes, no es cierto. Por casualidad, los muchachos que iban en el coche creyeron por un momento que se trataba de un camión y esa casualidad te lleva a creer que tu médium es un genio. Además, le diste un nombre falso. Es muy probable que haya por ahí una señora Johnson cuyo hijo murió en un choque contra un camión. Cada semana mueren cientos de personas en las carreteras. Piensa en ello.

– El médium no dijo que fuera un camión, sino que Fabián le estaba diciendo que fue un camión.

– Mira, Alex, fíjate en las consecuencias de lo que estamos haciendo: revivir de nuevo toda la tragedia. -Movió la cabeza-. Tu médium, ese tipo, Ford o comoquiera que se llame, ¿te dijo que estaba en contacto con Fabián?

Alex afirmó con un movimiento de cabeza.

– Bien, eso significa que crees que Fabián vive… que sigue viviendo en otro mundo desde que ocurrió el accidente. En el mundo de los espíritus o dondequiera que sea.

Ella volvió a afirmar.

– En tal caso, después del accidente Fabián debió de darse cuenta de que se había equivocado, que no fue un camión. ¿Por qué no se lo dijo al médium?

Alex, con la mirada perdida por encima del lago, trató de bloquear las palabras de su marido. De repente el agua se onduló ligeramente y se preguntó si sería un pez. De improviso se sintió cansada, agotada, como si toda la energía hubiera sido extraída de su cuerpo hasta dejarlo vacío, aunque agobiado por una carga de carne pesada y sin vida.

– ¿Cómo te explicas la conducta de Philip Main? -preguntó sin ningún resto de agresividad en sus palabras.

– ¿Oíste la voz de Fabián procedente de sus labios?

– Sí.

– Probablemente hacía teatro; quizás es un buen actor.

– ¿Por qué iba a hacer una cosa así?

– Para convencerte de la necesidad de acudir a un médium. Seguidamente verás cómo te recomienda a una persona determinada… que le dará su comisión. En ocasiones eres demasiado crédula, querida. Eres una mujer brillante en tu trabajo, pero en otras cosas puedes llegar a ser muy inocente.

– Tengo frío -lo interrumpió-, me gustaría volver a casa.

Se volvieron y durante un rato caminaron en silencio. De pronto se oyó el ruido de algo pesado que caía en el agua, cerca de ellos.

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