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Abrió la puerta mientras trataba de recuperar el aliento y se encontró frente a un hombre joven con el rostro serio completamente afeitado y el cabello corto y rizado. Vestía un traje gris muy usado que parecía demasiado grande para él, y que posiblemente había recibido de alguien, pensó Alex, y un jersey de cuello alto. Miró sus zapatos, que necesitaban un buen cepillado. ¿Serían también de segunda mano?

El visitante habló lentamente con voz amable, articulando claramente sus palabras.

– ¿La señora Hightower?

Alex afirmó con la cabeza. Había algo familiar en aquel hombre, como un periódico viejo que ya se ha leído. No parecía un vendedor a domicilio y por un momento se preguntó si sería otro médium enviado por Sandy. En esos momentos no le hubiera importado, cualquiera sería bienvenido.

– Soy el cura de la parroquia, John Allsop… el encargado de esta zona. El párroco me ha hablado de su desgracia, así que pensé que debía venir a visitarla… si es que no tiene inconveniente. -Su ojo derecho parpadeó dos veces, intensamente.

– Pase, pase, por favor. -Cerró la puerta tras el sacerdote-. Lamento no haber utilizado los servicios del párroco en el funeral, pero fue oficiado por un sacerdote que es amigo de la infancia de mi marido. John Lambourbe… Tiene su parroquia en el sur, cerca de Hastings. Espero que el párroco no piense que lo dejamos de lado.

– No, claro que no. Es algo muy corriente.

Se dirigieron al salón.

– Me temo que últimamente hemos estado bastante alejados de la Iglesia.

– No debe preocuparse por ello -aseguró amablemente-, pero será bien venida, siempre que lo desee, a cualquiera de nuestras iglesias.

– Muchas gracias.

– ¿Cómo soporta la desgracia? Tiene el aspecto de estar sufriendo todavía una profunda impresión.

– Supongo que no sabe lo que es asistir al funeral de un hijo.

– Ya me hago cargo -dijo-. Perder un hijo es algo terrible. ¿Tiene otros… hijos?

Alex negó con la cabeza.

– Eso empeora aún más las cosas… si es posible. -Volvió a parpadear de nuevo-. Yo también he sufrido una pérdida reciente… Mi esposa. Hallé gran consuelo viendo sus fotografías.

Alex lo miró con los ojos muy abiertos pensó en el rostro que la había contemplado desde las fotografías de los genitales. ¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo había llegado allí? ¿Era una especie de broma macabra?

– Lo siento -dijo.

– Muchas gracias. -El cura sonrió tristemente y movió la cabeza.

– ¿De qué fue…? -Alex vaciló buscando las palabras adecuadas.

– Cáncer -fue la respuesta.

Alex movió la cabeza sin saber qué decir.

– Terrible… -De nuevo vio mentalmente el rostro de Fabián que la miraba-. Terrible. -Se levantó de improviso y se preguntó por qué lo había hecho-. ¿Puedo… ofrecerle algo, una taza de café?

– Oh, no, gracias.

– ¿Le gusta el café, o prefiere té… o whisky o cualquier otra cosa?

– No, nada, de veras.

Pero Alex ya estaba en marcha hacia la cocina, desesperada por disponer de unos momentos de soledad para lograr dominarse y poner orden en sus ideas. Hizo café, abrió un paquete de galletas de chocolate y estaba a punto de regresar con todo ello a la sala de estar cuando vio una tarjeta de visita sobre la mesa de la cocina. «Iris Tremayne», leyó. Y una dirección en Earls Court. La tiró al cubo de la basura, pero se arrepintió, la recogió y la dejó sobre la mesa de la cocina. Tomó la bandeja y regresó a la sala de estar.

– Por favor, sírvase usted mismo leche y azúcar.

– Gracias.

Alex era consciente de que el cura la miraba con extrañeza.

«¿Tan mal aspecto tengo? -se preguntó-. ¿Tan asustada?»

– Sí. -Otra vez el guiño nervioso-. Las fotografías nos hacen recordar. Pueden ser algo muy terapéutico. El dolor desaparece con el tiempo, créame.

Sonrió y mordió una galleta, nervioso, como si temiera que la galleta pudiera devolverle el mordisco.

Alex vio que el sacerdote miraba el ramo de rosas rojas.

– Fabián me las regaló en mi cumpleaños. Siempre me regalaba rosas rojas. Le encantaban también a él.

– ¿Practica la jardinería?

– No tengo talento para ello. Mi marido es el jardinero.

– ¡Ah! Según tengo entendido están separados, ¿verdad?

– Sí. Mi esposo estaba en el negocio de la publicidad… pero siempre tuvo gran interés por el vino. Así que decidió dejarlo todo y comenzar con unos viñedos. Desgraciadamente, la vida en el campo no me va en absoluto.

– Es difícil la vida en el campo, a veces puede resultar demasiado tranquila.

– Sí.

– Creo que es usted agente literaria.

Alex afirmó.

– Yo estoy escribiendo un libro. Un libro pequeño.

Alex sintió una especie de desencanto, ¿era ésa la razón de su visita?

– ¿Tiene ya editor?

– ¡Oh, aún falta mucho para que esté terminado! Y no sé si será lo bastante bueno para ser publicado.

– Si quiere que le eche un vistazo…

– No, no. No quiero causarle el menor problema. Quizá cuando esté terminado. De todos modos muchas gracias.

– Sírvase un poco más de café.

– Tomaré otra galleta, si me lo permite. -Se adelantó y tomó una de la bandeja-. Quizá la ayudaría hablar con algunos de los amigos de su hijo. A veces sabemos tan poco de los seres próximos cuando están vivos; y el enterarnos de muchas cosas agradables sobre ellos, después de que nos dejaron, nos puede ser de gran consuelo.

– Gracias. Es un buen consejo, pero mi hijo era realmente un solitario. Que yo sepa sólo tenía dos amigos íntimos y uno de ellos murió con él en el accidente.

El visitante movió la cabeza.

– Algunas cosas son difíciles de entender, señora Hightower.

Alex afirmó:

– Sí.

– Pero usted me parece el tipo de persona capaz de hacerles frente.

– Sí -suspiró-. Puedo hacerlo -sonrió-, de algún modo.

El sacerdote le devolvió la sonrisa y movió su café.

– ¿Tiene usted… -hizo una pausa y se sonrojó- alguna idea sobre el espiritismo?

Vio cómo el enojo oscurecía el rostro del sacerdote.

– Yo no le aconsejaría que pensara en esas cosas, señora Hightower. ¿Lo ha hecho…? -vaciló.

– No, desde luego que no. Pero hay gente que me lo ha sugerido.

– En mis contactos con el espiritismo sólo he visto que causara daño y dolor, nunca el menor bien a nadie. -De pronto el sacerdote pareció incómodo como si quisiera marcharse.

– Yo no creo en absoluto en esas cosas.

– Muy sensato. Si algún amigo le sugiere que recurra al espiritismo es porque no es un buen amigo. La oración, el amor, los buenos recuerdos y el paso del tiempo traerán alivio; el tratar de convocar al difunto sólo puede traer desencanto y… -vaciló.

– ¿Y? -preguntó Alex.

– Existen muchas fuerzas diabólicas, señora Hightower. Hay mucha maldad en el mundo; y aquellos que tratan de penetrar en el mundo de lo oculto se exponen ellos mismos y exponen a los demás.

– No pienso meterme en ello.

– Bien -sonrió-. ¿Quiere que recemos una oración juntos?

– ¿Una oración? -Parpadeó y sintió que se ruborizaba-. Sí, gracias -añadió asustada.

El cura cerró los ojos y juntos rezaron el padrenuestro. El continuó con algunas oraciones más mientras ella permanecía sentada, inmóvil, con los ojos cerrados; le pareció extraño: los dos solos rezando allí, en el salón de su casa, pero cuando abrió los ojos de nuevo se sintió reconfortada.

– ¿Desea que vuelva a visitarla?

– Por favor. Hágalo siempre que pase.

El sacerdote se fue, casi como si de pronto le hubiera entrado prisa por marcharse. Alex pensó que algo había cambiado en él en el momento en que mencionó el espiritismo, como si le hubiera causado un malestar que no fue capaz de aliviar.

Alex cerró la puerta principal de la casa y se retiró por el recibidor. Aún estaba encendida la luz de la escalera que bajaba al laboratorio fotográfico y se preguntó si debía bajar y mirar las fotografías. No, decidió, no bajaría, a la mañana siguiente, a la luz del día, cuando estuviera más tranquila y sus nervios no pudieran gastarle una mala jugada. Alex suspiró; en algún momento tendría que meterse en la habitación de Fabián, hacer algo con sus ropas y pertenencias. Se preguntó, de improviso, si su hijo habría hecho testamento.

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