– Y en relación a un insulto tan grave a la naturaleza, hay que decir lo siguiente: si no estáis conmigo, estáis contra mí. Y con ese asesino de niños. Ese ser maligno.-La boca de Gavrel permaneció entreabierta y su cara echó un vistazo a la izquierda con expresión de astucia-. Solamente rezo para que no sea así.
Blair estaba sentado con la cara del color de la ceniza y tapándose la entrepierna con las manos. La mirada de Gavrel recayó sobre él. El soldado hizo una pausa y lo obligó a apartar las manos con el cañón del arma. Luego abrió mucho los ojos y la boca y soltó una carcajada.
– ¡Mira, Fabi! -Señaló el regazo de Blair-. ¡Mira, el secretito del inglés!
Blair siguió con la mirada el dedo del soldado hasta su entrepierna y bajó la vista para encontrar un bulto que latía de forma ostensible.
– ¡Ja, jaaa! -Gavrel le dio un golpecito con el arma, riendo a mandíbula batiente. Tiró de su camarada para que se acercase-. ¡De pronto está muy claro! Mira, Fabi, mira esto. -Dirigió su rifle hacia la familia, abrió las piernas en busca de apoyo y pegó un disparo atronador.
Abakumov salió lanzado contra la pared y luego cayó de costado.
Los soldados se volvieron hacia Blair, lo levantaron de la silla y lo colocaron donde había más luz.
– ¡Jaaa! ¡Mira, si todavía crece más! Oh, Fabi, ¿qué especie de monstruosidad hemos descubierto?
– Una repugnante, Gavrel, sí.
– Ven aquí, Blair, joder -gimió la voz de Conejo.
El inglés no respondió, ni tampoco se resistió cuando Fabi le bajó los pantalones. En medio de la sinfonía de respiraciones estranguladas que se oía detrás de los soldados, únicamente Olga consiguió soltar un gemido.
Gavrel se dio la vuelta y se echó el arma al hombro. Pum. El gemido se detuvo. Volvió a girarse para ver cómo las partes bajas de Blair se meneaban alegremente.
– ¡Tenemos a un verdadero estadista, un gran líder! ¡Los temas de la libertad y el poder y la muerte para él son como un perfume de chica!
– Como una lengua caliente en su polla, Gavrel, sí. Mira esto, por ejemplo. -Fabi apuntó al grupo con su rifle. Sonó el estruendo de un disparo. Irina dio una sacudida y se quedó muy quieta.
Los dos se volvieron para estudiar la reacción de Blair. Tenía los ojos fuertemente cerrados y los dientes le rechinaban. Pero su entrepierna se mantenía orgullosa y feliz.
Gavrel echó un vistazo al rincón. Entre la carne destrozada, paralizada en toda su belleza, estaba acuclillada Ludmila. Al lado de ella, Maksimilian tenía la cabeza agachada. Lubov estaba encogida en una bola temblorosa junto a la pared.
– Fabi, tráeme a la chica. -Gavrel arrastró al inglés al espacio que quedaba entre la mesa y los cuerpos, y desvió con la punta de la bota un reguero de sangre que se le acercaba.
Blair casi había perdido el conocimiento cuando oyó los sollozos de Ludmila. Escuchó las órdenes que gruñían los soldados y oyó el susurro de las diferentes ropas. Y cuando abrió los ojos, allí delante, pintada en la luz, estaba Ludmila, desnuda, con sus lágrimas reluciendo. La sombra trazaba una línea desde la voluta más alta de su pubis hasta un punto situado entre la caída de sus pechos, cada uno de los cuales era como un puño turgente.
Gavrel la obligó a echarse en un montón hecho con sus prendas y le metió un pie entre las piernas para abrírselas.
– Venga, inglés -dijo-. Antes de morirte.
Fabi empujó al inglés hacia la chica, le separó las rodillas tanto como permitían sus pantalones y dirigió con cuidado su pene con la punta del cañón. Ludmila forcejeó y soltó un chillido.
– No le hagas esto a la chica -gimió Lubov-. Ya la has dejado huérfana, y su amante Michael Bukinov, que tenía un tío enfermo al que cuidar, ya se ha llevado una de vuestras balas inmundas en el corazón. ¡Todo por vuestras balas, vuestra inmundicia y vuestro amor a la muerte!
Ludmila dejó de respirar entrecortadamente al oír el nombre de Misha.
Fabi levantó el arma y disparó antes incluso de enfocar la vista. La cabeza de Lubov dio una sacudida. Maksimilian movió una pierna para hacer sitio al cuerpo de la mujer.
La sombra de Blair cayó sobre Ludmila. Ella se puso rígida y arqueó el cuerpo al sentir que él la penetraba; gruñó y movió la cabeza a un lado y al otro. Gavrel apoyó una bota en la espalda del hombre y los empujó a los dos por el suelo hasta que Ludmila buscó con las manos algo que agarrar y se puso a arañar y a dar tirones de la ropa, de la mesa y del suelo. Sus dedos encontraron el cinturón del inglés, y cuando el cinturón se soltó, encontraron su cinturilla, los pantalones y el bolsillo. Dentro del mismo, unas formas metálicas se fundían con el olor a mantequilla rancia del sudor del hombre, la imagen de cuya mueca esquelética se fruncía, asentía y jadeaba sobre la cara de ella. Ella se dedicó a palpar los objetos con los dedos, en un intento de tocar algo menos feo que aquella carne.
– ¡Ja, mira esto, Gavrel! -El pequeño soldado sonrió de oreja a oreja.
Blair notó el cañón de un arma entre las piernas. El soldado le separó las nalgas y se puso a meterle y sacarle el arma del culo, gruñendo con cada estocada.
Luego, mientras cada uno de los supervivientes de la cabaña se dedicaba a hacer su propio ruido inhumano, todos ellos reducidos a un estado inferior al animal, una radio crepitó y la puerta principal se abrió de golpe.
– ¡Dios bendito! -Un soldado de más edad entró como un vendaval en la habitación, con las charreteras soltando destellos dorados y el rifle listo para disparar. Examinó la escena con la boca cada vez más abierta.
Fabi levantó la vista.
– El edificio está seguro, comandante.
– ¡Baja el arma! -El comandante se volvió hacia Gavrel, parpadeando-. ¿Lo estoy soñando, Gergiev, o acabas de poblar una de las cavernas del infierno?
Gavrel soltó una risita suave y levantó la vista con una sonrisa dócil.
– Estamos encantados de verlo, comandante. De hecho, yo ya estaba imaginando las muchas cosas que quería comentar con usted, y por las que quería elogiarlo.
Al comandante le quedó el arma colgando a un costado. Examinó hasta el último rincón de la sala y se detuvo para mirar con el ceño fruncido los bultos de la entrepierna de ambos soldados.
– ¿Acaso mostraron resistencia los muertos? ¿Y cómo es que estáis aquí con vodka, carne y tanto muerto? ¿Y esos muertos no son mujeres? ¿Esa de ahí no es una niña muerta? ¿Gergiev? ¿Acaso no son eso tres generaciones de una familia humilde de montañeses como la tuya? ¿Muertas?
– Ya son libres, comandante. Se acabó la miseria para ellos. Se acabó la guerra. Los hemos liberado. Hemos vencido.
– Dios bendito. -El comandante negó con la cabeza. La luz ascendía por el humo tras elevarse desde los charcos de sangre-. Apartaos de la mesa y bajad las armas. ¿Quién queda vivo?
Gavrel dio varios golpes de barbilla a su alrededor.
– Estos tortolitos, el chico del rincón y otro inglés más.
– ¿Inglés?
– Sí, son periodistas. O algo parecido.
– ¿Periodistas? Mierda. Gergiev… Dios, Dios bendito. ¿Y han presenciado todo esto? -La cabeza del comandante descendió trazando un arco. Separó al inglés de la chica y miró cómo regresaba al dormitorio, hablando entre dientes y arrastrándose. La chica se quedó con los brazos caídos a los costados, la cabeza inclinada a un lado y los ojos cerrados, temblando. El comandante recogió un abrigo del suelo y se lo echó encima como si fuera una manta antes de volverse hacia los soldados con el ceño fruncido. Ellos bajaron la vista, con las bocas fruncidas, como niños pequeños conteniendo sus risitas.
– Pero ¿en qué habéis estado pensando? Por todos los santos… Realmente habéis pintado una escena del infierno. Vamos a tener que terminar el trabajo, es lo único que se puede hacer. Si esto sale a la luz, el Gnezvankstán será un nombre mancillado en todo el mundo. Tú, Gergiev, pásame las municiones.