– ¡Atrás! -Gavrel masticó un par de veces enérgicamente y se colocó el bocado de comida en un carrillo. Se echó el arma al hombro.
– Bueno, pero…
– Vente, coño, Blair -dijo la voz de Conejo-. No juegues con fuego, a ver si se me entiende.
– Vale, vale. -Blair vislumbró el grupo apelotonado en las sombras junto a la pared y echó una mirada a la familia, al inspector y a Lubov antes de volver hacia la puerta-. Solamente he pensado, que ya que estaba hablando del Manchester United…
– ¡Jo! ¿Qué? -Gavrel reanudó su masticación-. ¿Manchester United, qué?
Blair se detuvo en el umbral.
– Bueno, es que tenemos una bebida…
– ¿Manchester United?
– Bueno, es un sabor y hace un destello de colores…
– Ven. -Gavrel hizo un gesto con la mano y bajó su rifle un par de centímetros-. ¡Fabi!
Fabi se acercó, apuntando con el arma al inglés. Blair miró ambas armas, luego a las caras de ambos soldados, y por fin dejó los vasos sobre la mesa.
– Tú gracioso -dijo Gavrel-. ¡Menudas chorradas dices!
– Mire, es esto. Es muy bonito. -Blair abrió una bolsita con los dientes y la vació en uno de los vasos. Soltó un destello oscuro donde los colores azul y rojo se elevaron como sangre venosa y arterial.
Gavrel frunció los ojos.
– Demasiado colores para Manchester United. Único color es rojo.
– Pero aun así… es Inglaterra. -Blair dio un sorbo-. Cereza silvestre, está buenísimo. Y en cierta forma es casi un producto local, porque mi empresa, Global Liberty, no solamente fabrica esto, sino que también fabrica vuestras balas en Konjinch.
– Kuzhnisk.
– Kujints. Y digo yo… ¡imagínate! ¡Qué casualidad!
– Blair recorrió la habitación con la mirada. El ceño fruncido de Ludmila atravesó la neblina para abrasarlo.
– Bebe. -Gavrel pinchó a Blair con el arma y se echó un poco atrás para ver cómo daba un trago. Su mirada examinó la cara de Blair, en busca de los efectos de la bebida. No apareció ninguno, salvo un asentimiento y un gesto de relamerse. Los soldados intercambiaron un par de palabras gruñidas. Fabi bajó su rifle, extendió el brazo y cogió el vaso de Blair para acercárselo a la nariz, parpadeando a un lado y al otro por culpa de los efluvios de la bebida. Luego palabras más livianas, dichas con aspereza, acompañaron a un asentimiento de la cabeza en dirección a su superior, antes de echarse la bebida al coleto.
La mirada de Gavrel se volvió hacia Blair. Luego empujó el segundo vodka hacia él como si fuera una pieza de ajedrez.
El inglés siguió con la mirada el acercamiento del vaso y levantó la vista hacia la cara del soldado. Jaque mate. Vació la última bolsita dentro del vodka.
– Es una pequeña ayuda para soldados. Leche materna militar. -Sonrió como una anfitriona primeriza y miró junto a los hombres cómo la bebida soltaba su destello y se aclaraba antes de recogerla para dar un sorbo.
– Soldado no necesita ayuda. -Gavrel le quitó la bebida, se la vació en la boca y dejó el vaso vacío de un porrazo sobre la mesa-. ¡Bah! Es para mujer. Es bebida para niña. -Le agarró la mano a Blair y se la puso sobre la palma abierta de la suya como si fuera un puñado de crías de salamanquesas-. Mano blanda como teta, ¿lo ves? Bebida solamente ayuda para niñas, para que los bebés jueguen a soldados. -Su barbilla selló la cuestión con un empujón-. Ja.
Blair sonrió de torcido.
– Bueno, obviamente, yo preferiría una pinta de cerveza. Pero a veces uno no está en situación de exigir nada. Al fin y al cabo, estamos en una zona de guerra.
– ¡Ja! ¡Niña inglesa! ¿Qué sabes tú de la guerra?
– Bueno, usted espere y ya me dirá lo que siente dentro de un minuto. -Blair cerró con fuerza la boca en gesto teatral-. Creo que descubrirá usted que está de acuerdo en que la violencia forma parte de la historia antigua, y que la verdadera batalla a ganar es la batalla por los corazones y las mentes.
– ¿Las veinte?
– Las mentes. Los cerebros, las cabezas.
– ¿Conque Historia? -El soldado soltó un soplido de burla-. Los países ingleses siempre usan violencia. Siempre ganan. Típico inglés, usar violencia todo el tiempo y llorar como niña cuando otros usan violencia. Quieren monopolio de violencia.
– Bueno, pero lo que le estoy diciendo es lo siguiente: los corazones y las mentes…
– Tú escucha mí: mente encuentra enemigo y entonces usa violencia. Perfecto.
– Bueno, no, o sea… puede usted reprimir a la gente con violencia, pero la única forma de ganárselos de verdad es con la libertad.
– ¡Exacto! -Gavrel dio un puñetazo en la mesa-. ¡Violencia gana libertad!
Blair bajó la vista para comprobar que al soldado se le estaba ruborizando la cara y que se le estaba empezando a relajar el ceño. Se estaba acercando al limbo de la solipsidrina, esos minutos de confianza creciente antes de que la conciencia de uno muriera, antes de que la música victoriosa se adueñara de la mente.
– O sea -Blair apoyó una mano en la mesa-, respóndame esto: ¿qué es lo que quiere más en la vida: la felicidad o la tristeza?
– La tristeza -dijo Gavrel-. Solamente de la tristeza viene el felicidad.
Blair se mordió el labio.
– Bueno, pero… seguramente querrá usted que los demás vivan libres de la tristeza, ¿no?
– Sí. Libres por la tristeza.
– Hum. Creo que lo que está diciendo usted es lo siguiente: que quiere que sean libres. ¿Y sabe lo más increíble de todo? Que tiene usted el poder. Usted tiene el poder para traer la libertad, porque posee usted un instrumento que es más grande que la violencia.
– Poder, sí. -El oficial se inclinó hacia delante, asintiendo-. Más grande violencia, sí.
– Puede usted hacerlo: allanar un camino para la libertad, para la democracia. Tiene el poder en las manos: aunque esté usted ahí sentado, tiene el poder.
Al soldado se le humedecieron los ojos.
– Sí, sí, sí. -Se volvió para murmurarle unas palabras a su camarada e hizo el gesto de sopesar el rifle con las manos-. Poder.
En el rincón, el inspector Abakumov carraspeó y se dirigió al oficial.
– ¿Se me permite comentar brevemente que, tal como yo lo veo, la conversación que está usted manteniendo con el extranjero da señales de una alentadora nueva dirección? Ciertamente, parece usted conmovido y animado en cierta medida. ¿Tal vez le gustaría a usted ilustrarnos sobre las revelaciones del hombre?
Gavrel se volvió lentamente. Su mirada cayó sobre Abakumov como un pañuelo de papel en un charco, absorbiendo su sonrisa tersa y expectante, y su falsa compostura. Sin pestañear, y sin desviar la mirada, se puso el Kalashnikov a ciegas sobre la rodilla y pegó la palma de una mano sobre el cañón para dirigirlo.
Y entonces apretó el gatillo.
La boca del cañón llameó. Un estallido hizo temblar la sala. Los pequeños abriguitos de Kiska explotaron en una descarga de humo. Irina soltó un grito. El grupo se echó boca abajo al suelo.
– Mierda -dijo Gavrel-. Oh, no. ¿Cómo llamamos a esto, Fabi, oficialmente?
– Ja, ejem, ¿daños amigos?
– Sí, no, no… daños colaterales.
– Colaterales, Gavrel, sí. Fuego amigo es el camarada al que matas y que también va armado. En este caso colateral, porque ha muerto la niña en lugar del gánster. Y no iba armada.
Gavrel se puso de pie, hizo un gesto con la mano en dirección al rincón y se dirigió a las caras temblorosas y salpicadas de sangre:
– Ahora veis a todo color la verdadera naturaleza de este supuesto inspector, de este gánster: mirad lo que os hace, escudándose detrás de una niña tan pequeña. Eso sí que ha sido un acto maligno. Tenemos que mantenernos unidos e imponernos sobre esa gente. -Gavrel sujetó el arma con mayor firmeza.
Lubov ahogó un grito cuando un hilillo de sangre le llegó al trasero.
– ¡Pero si estaba sentada a dos metros! ¡Estaba más cerca de ti que de él!
El soldado no hizo caso a la mujer y elevó una mano al aire en gesto glorioso.