Maks se acurrucó junto al fogón y echó un vistazo irritado a los cuerpos que había tumbados a su lado.
– ¿Y cómo es que la casa se ha llenado de músicos? ¿Vamos a montar una banda para celebrar nuestros problemas?
– Escúchame -dijo Irina-. No tenemos mucho tiempo, así que guárdate tu bilis de costumbre. Tenemos que llevar afuera el cuerpo de Aleks y cubrirlo por lo menos, si es que no lo vamos a enterrar como es debido. Tenemos la excusa de que el inspector cree que nuestros invitados son hombres de Dios.
Maks examinó a los hombres.
– Hombre de Dios, ¿eh? Éste de aquí, el de las gafas, es claramente un albino. O sea, ¡ja! Seamos serios, ¿acaso sabemos qué son o quiénes son?
– Viajaban con Ludmila, no es importante quiénes sean.
– Ja, bueno. -Maks le dio una patada a la pierna del de los pelos-. Por lo menos parecen bastante blandos. Bastante homosexuales, diría yo. Por lo menos me alegra ver que no habéis perdido la cabeza y que vuestra lógica femenina permanece intacta. Si llegan músicos homosexuales a la casa, debe de ser la hora de un funeral.
– ¡Maksimilian! ¡Vas a hacer lo que te mandan!
– Y -añadió Olga- vas a enterrar a Aleks como es debido, con respeto y con oraciones. Y bien lejos de donde hayas puesto al mongol de Gregor, que los santos cuiden su alma.
Blair se incorporó hasta sentarse. Osciló un poco en busca de un centro de gravedad. A su lado alguien amartilló un arma de fuego. El ruido le hizo abrir los ojos de golpe y se encontró con el cañón del arma a dos centímetros de su nariz. Usando la longitud del mismo para enfocar la mirada, vio a un joven de tez morena y mejillas hundidas que fruncía el ceño al otro lado del arma. El joven tenía el dedo sobre el gatillo. Blair levantó las manos de golpe.
Se oyó un estallido de chillidos procedente de Ludmila, que caminó hasta donde estaba el pistolero. El tipo le respondió con otro estallido desmadejado, pero por fin bajó el arma y la colocó junto a la pared de detrás del fogón. Blair le dio una palmada en la pierna a Conejo.
Conejo se incorporó hasta sentarse, parpadeando. Miró a su alrededor, se restregó los ojos y bostezó. Luego suspiró.
– Pero ¿qué cojones…?
– Cállate y dame tiempo para pensar.
Ludmila se arrodilló entre los hombres.
– Hola -dijo-. ¿Estáis bien?
Conejo levantó la vista. En su mente, la historia de la noche se volvió a ensamblar en forma de fragmentos helados.
– A ver si se me entiende. «Bien» es una forma un poco exagerada de explicarlo.
– Sí, Millie -dijo Blair-. Creo que estamos bien.
Su tono provocó un gruñido del joven, y un gesto de las manos en dirección al arma. Ludmila le dedicó un golpe de barbilla y soltó un chorro de palabras.
– ¡Ja! -dijo el joven.
– ¡Ja! -dijo Ludmila. Luego salió de sus labios un puñado de sonidos más amables que terminó con la palabra «ingleses», que salió flanqueada a ambos lados por sendos espacios delicados y entrecortados.
– ¡Ingleses! -Hubo otra descarga de susurros, que pareció terminar con «homosexual».
– ¡Ja! -dijo Ludmila.
– ¡Ja! -dijo el joven.
Maksimilian vio que Conejo se levantaba del suelo, como algo que se despliega, y que miraba a su alrededor como un ciego con sus gafas. Luego se las levantó, y se encontró a las dos señoras delante de él, observándolo con interés.
La más vieja enseñó las encías y le indicó una silla mientras escupía un bocado de palabras en su idioma en dirección a Maksimilian, que chasqueó la lengua y echó la cabeza hacia atrás.
– Caramba, me muero por una taza de té -dijo Conejo-. Ya no digamos algo de beicon.
Ludmila se lo quedó mirando con la cabeza un poco torcida.
– ¿Té? -dijo.
– Sí, y algo de comer. -Blair se puso de pie y recorrió las caras de las mujeres con la mirada-. Podemos pagaros. ¿Hay algo?
Ludmila frunció el ceño. Al cabo de un momento se volvió hacia las señoras y les hizo una petición. Que obtuvo ceños fruncidos a modo de respuesta. Luego levantó la voz, hasta que en un momento dado las mujeres se engancharon a una de sus palabras y sus ceños vacilaron. Se miraron entre ellas, hablaron un momento y señalaron con el dedo a Maksimilian, lo cual obtuvo de él una diatriba que terminaba con «¡Ja!».
Los dedos siguieron señalándolo. Maksimilian cogió el rifle, le sacó el cargador y lo vació sobre la mesa. Solamente cayó una bala. Miró a ambas mujeres con expresión grave.
Los dedos siguieron señalándolo. Las mujeres se lo quedaron mirando hasta que él volvió a cargar el arma y salió al patio con pasos furiosos. Se oyó un disparo en la oscuridad. Blair vio que arrastraba una cabra por delante de la entrada y oyó el repiqueteo de un cuchillo sobre la piedra. Al cabo de unos minutos, la piel del animal estaba colgada al otro lado de la puerta, sus entrañas guardadas en un cubo, y el resto, incluyendo la cabeza y las patas, estaba siendo descuartizado sobre la mesa de la cocina.
Antes de que Maksimilian pudiera lavarse las manos, su madre le emitió una orden en tono brusco y dio un golpe de barbilla en dirección a los Heath. El joven miró con cara escéptica a Conejo y a Blair, hasta que una erupción secundaria procedente de la anciana le hizo guiar a los gemelos hasta una puerta que había al fondo de la habitación.
Entraron a una habitación que olía muy fuerte. Maksimilian estaba de pie junto a una cama y apartó las sábanas para revelar un cuerpo.
– Hostia puta. -Conejo dio un salto hacia atrás.
Maksimilian les indicó a los hermanos que cogieran las piernas del cadáver.
Conejo tuvo varias arcadas mientras sacaban el cuerpo a cuestas de la habitación. La anciana celebró su paso con lamentaciones y echando los brazos al aire.
– Pero ¿qué cojones es esto, Blair?
– O sea, lo siento, Nejo, pero la cosa no va a mejorar por mucho que te quejes.
– Pues no, colega. Ninguno de los pasos que hemos dado en las últimas cuarenta y ocho horas, y nada de lo que se ve en el sitio adonde esas acciones nos han llevado, sugieren que vayamos a salir nunca de aquí.
– Bueno, eso es absurdo. Ahora estás siendo absurdo, Conejo, francamente. -Blair notaba que la piel del cadáver se estaba desprendiendo y empezaba a flotar en forma de una especie de limo debajo de la pernera del pantalón-. Y no ayuda lo más mínimo tomarse las cosas a la tremenda, cuando lo mejor sería que nos hiciéramos a la idea. O sea, la cosa es simplemente un poco nueva, eso es todo. Iremos ganando una comodidad relativa, ya lo verás.
Los tres bajaron el escalón de la entrada dando tumbos y avanzaron con dificultad y jadeando por treinta centímetros de nieve seca. Olga los seguía un poco más atrás y a un lado, aullando. Blair abría la boca y la cerraba con fuerza, de forma intermitente.
– Lo que te estoy diciendo es que no tenemos que desanimarnos ahora. Tenemos las herramientas que necesitamos para darle la vuelta a la situación. Creo, y te lo digo en serio, Nejo, que éste es el momento de calibrar realmente nuestras actitudes y orientar nuestras mentes en busca de mejores resultados. ¿No fue Nietzsche el que dijo: «Si tu modelo te derrota, cambia de modelo»?
– «Si tu modelo ético te derrota», me parece que dijo.
– Bueno, pero lo que quiero decir es que… nos quedan dos de las bolsitas. Creo que es crucial, en el interés de…
– Si tocas otro de esos putos cócteles, te obligaré a follarte este cadáver, Blair.
– ¡Nejo, Nejo, Nejo! ¡No estás entendiendo nada!
Maksimilian soltó un gruñido para indicar que tenían que dejar caer el cadáver allí donde estaban, en una duna de nieve que había junto a la cerca del patio.
El cuerpo se hundió con un resoplido.
Conejo se limpió los dedos en la nieve y se secó las manos restregándoselas en el calcetín. Luego se acercó con sigilo a su hermano.
– No es que no esté entendiendo nada. Cada vez que hemos bebido el cóctel nos ha metido en líos más gordos. ¿Y sabes por qué, Blair?