– Bueno, pero los americanos han trasladado su ejército de Arabia al Hayastán, a apenas dos fronteras de distancia. Seguramente deben de tener alguna intención en mente, inspector.
– Pues claro que la tienen, además de desocupar las zonas islámicas. Pero haría falta mucha imaginación para creer que vuestro pedazo de barro y de hielo tiene algún interés para ellos, cuando carece por completo de recursos, y no hay ninguna reconstrucción que contratar. Más bien es la frontera iraní la que los ha atraído, igual que el perfume de unos amantes atrae a una avispa. Yo dudo que hayan oído hablar alguna vez de un agujero como éste.
– Aun así -dijo Lubov, sin quitar ojo de la puerta donde acechaba su padre-, los ublis están luchando de verdad, y cada día vienen mozdokos y chechenos a ayudarlos. Tendría que saber usted que todos los pueblos entre aquí y Azkua han sido arrasados, y que a toda la gente de etnia ubli la han matado o la han expulsado. Estamos acariciando la muerte al quedarnos aquí.
Abakumov se encogió de hombros.
– Puede que acaricie la muerte usted. Yo no soy de etnia ubli.
– No, claro. -Lubov fue repentinamente consciente de su tez morena y se retiró un poco hacia las sombras.
– Y si escucha usted lo que tengo que decirle sobre el tema, la cuestión étnica no es más que una estratagema para atraer a las agencias internacionales. -Abakumov se examinó las uñas-. Los ubli han pintado una polilla para que parezca una mariposa, y para que así todos los llorones del mundo hagan propaganda de su sufrimiento. La verdad, y esto es bien sabido en los niveles del gobierno, es que hasta el hundimiento de la Unión no existía ningún problema étnico. Los ubli están luchando por dinero. Eso es todo. Y es ahí donde su gobierno podría ser más listo, desde mi punto de vista: porque si se limitaran a pagar las pensiones y los sueldos, la gente regresaría feliz a los campos. Y en lugar de eso, con la ayuda de los chechenos, se han inventado un cuento de opresión, y a partir de ahí una causa para ponerse a luchar por la independencia. Se niegan a ver que toda Transcaucasia está en la misma situación.
Lubov escuchó al inspector, pero sin mirarlo. Aquellos dogmas de libro eran música familiar a sus oídos, ya que tenía que escucharlos cada día detrás de aquella misma barra. Sabía que el silbido de las primeras balas le añadiría un matiz desesperado al punto de vista del inspector.
– Y además -Abakumov levantó un dedo-, seamos honestos: ¿qué iban a hacer con la independencia? Simplemente se han apuntado a la moda de las dos últimas décadas, que es que cada pueblo con más de dos gatos tiene que proclamarse república. Porque, y usted sabe esto muy bien, subagente Kaganovich, la etnia ubli no tiene patria originaria. Nadie les conquistó su estado. La sangre de ustedes no es más que una mezcla hecha, a lo largo de los años con sabores de la minoría kabardina, cherkesa y rusa. O sea… ¡hay ublis que son más rubios que los alemanes!
– Por supuesto, inspector. -Lubov intentó mantener un tono mínimamente ecuánime.
Abakumov dejó escapar una especie de suspiro.
– En cualquier caso, no tenemos que preocuparnos por una guerra que puede o no entrar por nuestra puerta. Lo que necesitamos es que vengan otras cosas más tangibles. Y pronto.
– Ya mismo, inspector, Gregor va a volver y las cosas tendrán otro aspecto. Ahora mismo, cuando Gregor regrese, puede estar usted seguro de que traerá hasta la última cosa que esos Derev poseen. Además, Karel también estará ya de camino, para encargarse del tren del pan. Y evitará que Gregor se retrase, ya lo verá usted.
Maks estaba sentado en la estructura oxidada de una caja de agujas del ferrocarril, junto a las vías que antaño llevaban hasta el pueblo. Ahora las vías terminaban de repente a doce metros de dónde él estaba sentado y enfrascado en sus pensamientos. Estaba más o menos a mitad de camino de su casa, aunque había tomado una ruta indirecta.
Sus primeros pensamientos fueron sobre los dos tractores que quedaban en Ublilsk, unos tractores a los que él tenía la posibilidad de poner las manos encima. No se le ocurrió pensar que podía ocurrir después de robar un tractor ajeno y hacerlo pasar por suyo, ni tampoco en qué explicaciones iba a darles a sus madres. En cambio, se dedicó a pensar en cómo podía encontrar los tractores, ponerlos en marcha y llevárselos de donde sus dueños los tenían aparcados. Hasta se imaginó cómo podría robar ambos tractores y conducirlos hasta casa. Poco después de pensar aquello, sin embargo, comprendió que aquel día no iba a ir en tractor.
Maks pasó unos minutos maldiciendo a Pilosanov, rechinando los dientes y probando en su mente el placer de las salvajes heridas con que le iba a pagar. Hasta acarició la idea de matarlo, y de cocinarlo sobre un fuego para servírselo en forma de tiras crujientes a los pobres de la región. Sería la primera vez que Pilo serviría para algo, reflexionó Maks. Tiras crujientes, con cebolla y sal. Mientras estaba así sentado con sus pensamientos, un camión se acercó por el camino que flanqueaba la vía del tren. Iba despacio y avanzaba haciendo mucho ruido, como si el conductor fuera forzando la primera. Maks levantó la vista. A medida que el camión se acercaba, vio que estaba lleno de hombres, apiñados en la cabina y abarrotando la parte de atrás.
Combatientes. Maks se puso tenso, pero cuando el camión llegó a su altura vio que transportaba a libertadores ublis. Hizo un gesto de solidaridad con la mano. El camión se detuvo con un susurro sobre el hielo.
– Hermano, ¿hay alguna forma de ir al pueblo de Ublilsk desde aquí? -gritó un hombre con barba desde la cabina.
– Vas bien. -Maks se acercó a la ventanilla-. Sigue recto hasta que el camino desaparezca y luego conduce cuatrocientos metros a la izquierda y estarás en la carretera de Uvila. ¿Venís del frente?
– No, vamos al frente. Pero esta noche no.
– ¿Y vais al frente por aquí?
– Traemos a un muerto, un chico nuevo. Sus padres nos van a maldecir, pero ¿qué podemos hacer? ¿Puedes confirmarme si hay unos tal Bukinov en la otra punta del pueblo, a unos tres kilómetros en las afueras?
– ¿Bukinov? ¿Me estás diciendo que lleváis a Michael Bukinov?
– Llevamos su cuerpo, que los santos lo acojan. -Un murmullo de amenes recorrió el camión-. ¿Puedes confirmarme dónde están las tierras de su familia?
Maks tardó un momento en responder. Permaneció con la vista clavada en la rueda delantera del camión.
– Sí -dijo por fin-, bordead todo el pueblo y después coged el último desvío a la izquierda antes del puente de la carretera de Uvila. Al cabo de un kilómetro encontraréis las tierras de su tío, y una vivienda con letreros de Lukoil en la fachada. -Maks levantó la vista hacia el conductor-. ¿Se puede saber cómo murió?
– Recibió un disparo en el pecho. Ni siquiera debió de oír cómo salía la bala.
Maks se unió a otro murmullo de amenes.
– Sois muy amables de venir hasta aquí para traerlo.
– Era un buen hombre. -El conductor se detuvo por otra salva de murmullos-. Normalmente no podemos estar llevando cadáveres por toda la montaña, pero éste se reunió con sus santos durante un incidente que tuvimos en el cruce, y no podíamos dejar allí su cuerpo para que se llevara las culpas.
– ¡Shhh! -El hombre que tenía detrás levantó el dorso de la mano.
Maks se los quedó mirando y pensó. Se puso a asentir, lentamente.
– Os habéis encontrado con el tren del pan.
– Escúchame con atención cuando te digo que no vale la pena abrir la boca. -El hombre de la barba sacó por la ventanilla un pan-. Coge esto y llénate la bocota. Nuestro Estado libre te dará las gracias y te honrará dentro de pocas semanas.
Maks cogió el pan que le ofrecían.
– Estoy con vosotros, toda mi alma está con vosotros. Estaría luchando con vosotros, con los dientes desnudos, pero estoy al cuidado de una casa de ancianas chifladas.