– La verdad es que ahora mismo estoy entre relaciones. Empezando a inspeccionar el panorama, de hecho.
– Has venido al sitio indicado. ¿Vas a por caza mayor, o algo más factible?
– ¿A qué se refiere?
– ¿Locales o importadas?
– No tengo manías, para ser franco.
– Así me gusta. Búscatelas agradecidas, ésa es mi filosofía.
– Entonces ¿todas sus chicas son extranjeras?
– Es la única forma. Y no tienen tanto aspecto extranjero. La mitad son rubias.
– ¿Y no lo acusan a usted de explotación?
– Bobby, Bobby, Bobby. -Truman se le acercó. Sus rasgos adquirieron un matiz dramático bajo los focos y su voz se redujo a un murmullo ronco-. Son un recurso natural más, su disposición a participar en el juego es un fenómeno natural más. Es filosóficamente imposible explotar los recursos naturales: lo único que se hace con ellos es controlar la forma en que ellos se aprovechan de ti.
– Bueno, es solamente que alguna gente podría…
Truman se llevó un dedo a los labios y bajó más la voz.
– ¿Alguna vez has oído el término «excepcionalismo»? Memorízalo para cuando algún defensor de causas perdidas te pregunte qué te da derecho a gobernar el mundo. Porque ahí está la respuesta. Quiere decir lo siguiente, Bob: nunca hemos intentado obligar al mundo a que quiera ser como nosotros. Lo que hemos hecho ha sido inventar un estilo de vida tan estupendo que ahora se rompen los cuernos para ser como nosotros. Somos la excepción a todos esos sistemas teóricos, estamos por encima de todas las demás formas de gobierno, puesto que no somos los únicos que creen que somos superiores. Con su desesperación por adquirir nuestro sueño, el resto del mundo admite que somos superiores. Y debido a que nosotros inventamos ese sueño, tienen que acudir a nosotros para obtenerlo. -Truman acercó el calor de su aliento a la cara de Blair-. Poseemos la franquicia de la felicidad, Bobby. Imagínate el potencial. Y déjame que te diga algo de esas chicas: en sus países pasan hambre. Sus casas vuelan por los aires, son campos de balas. Los culos de esas chicas se desperdician con borrachos extranjeros, probablemente árabes, que…
– Ejem, los árabes no suelen beber.
– Trabaja conmigo, Bobby. Digiere lo que te digo: viven en cráteres de bombas. Y si tienen hambre, y están en situaciones de peligro, y si el darles comodidad coincide con mis intereses, ¿acaso eso es explotarlas? No, no lo es. Se llama libertad: el derecho inalienable a buscar algo mejor que lo que tenías. -Truman se reclinó hacia atrás y lo miró, haciendo una pausa para que Blair pudiera asimilar todo aquel potencial. Luego guiñó un ojo-. Y lo mejor de estas chicas es que les puedes dar por el culo.
Blair se humedeció los labios. Sintió un cosquilleo en el pene.
– ¿Cómo las encuentra exactamente?
– ¿Cómo las encuentro? Soy su dueño, Bobby, soy dueño de los pueblos de donde ellas vienen. Ellas vienen a buscarme a mí, al excepcionalista. Mira, mira esto… -Truman fue al escritorio y sacó una hoja de papel de una bandeja de cuero de asuntos pendientes. En la misma habían impresas seis caras jóvenes y esperanzadas, bellezas de calendario-. Mi próxima remesa. La mejor de las que ha habido hasta ahora. Mira ésta. Te lo pregunto, Bobby, ¿estoy soñando? La globalización, eso es lo mío.
Blair examinó la página.
– Ahora bien, en calidad de uno de mis lugartenientes, puedes ser elegido para un poco de acción en el extranjero, en interés del avance del progreso: un poco de reconocimiento global. La verdad es que me iría bien un hombre como tú para echar un vistazo por ahí y conseguir alguna idea nueva. ¿Me oyes lo que te digo? ¿Crees que podrías prestarte, por un par de días?
Blair respiró hondo.
– Creo que podría, sí. En interés del avance del progreso, sí.
– Eres mi hombre, Bob. Eres mi hombre de verdad. Aunque tu hermano me parece un poco nerviosillo. ¿Crees que aceptará? ¿O necesitará un poco de ayuda? Lo digo porque vuestro amigo del Ministerio del Interior dice que no deberíamos separaros.
– Lo puedo arreglar. Eso lo puedo arreglar, señor, déjemelo a mí.
– Así me gusta. Te mandaré a la fuente misma, Bob. Te mandaré a la fuente caliente y húmeda de la ecuación del manipulado de sándwiches.
– Quiere decir, ¿adónde están estas chicas? ¿Y no valen mucho?
– Bobby, no encontrarás nunca a unas guarrillas que valgan más que éstas. Si vinieran con tres agujeros del culo no valdrían…
– Quiero decir si no son muy caras.
– Bobby, Bobby, Bobby. El tío Truman tiene todos los recursos. -Sacó una tarjeta del escritorio, garabateó una frase y se la metió en el bolsillo de la pechera a Blair junto con un puñado de bolsitas de Howitzer.
– Recórcholis -dijo Blair. Se quedó sentado un momento, mirando a su alrededor, olisqueando la vida que había soñado. Saboreó el momento en pleno trance, con la mirada clavada en el ventanal. Por fin una silueta en movimiento se volvió nítida. Era Donald Lamb, que estaba peinando la multitud.
Truman siguió su mirada.
– Mira, ahí está nuestro hombre. Traigámoslo con nosotros.
Los dos abandonaron el despacho y fueron siguiendo el ventanal en dirección a una puerta. Truman la abrió de golpe justo cuando Lamb estaba pasando por el otro lado.
– ¡Danny, cabronazo!
– Hostia puta. -Lamb parpadeó. Su mirada se arrastró por la oscuridad-. Veo que ya has conocido a los chavales. Los he estado buscando por todo el puñetero local.
– Son unos chavales de puta madre, Dan, ¿de dónde sacas a tíos como éstos? Ven con nosotros, íbamos a…
– La verdad es que tenemos que irnos. Es un poco raro, pero…
– Ahora no te vayas. Ahora no, Dan.
Lamb echó un vistazo a través de la puerta.
– ¿Dónde está Gordon?
– Caballeros, espero… -dijo Blair, cubriéndose la entrepierna con una mano ahuecada.
Lamb detectó cierto optimismo en el tono de Blair. Como el de los que han ido a un colegio privado. Contempló la postura de Blair.
– Veo que has probado el refresco.
Blair sonrió. Se estaba aproximando a la gloriosa cresta de una vida normal como nunca lo había sentido antes, una sensación que le daba un poder sin medida. Sabía a ciencia cierta que era así como se sentiría si llegaba a ser la persona que anhelaba ser.
Y entonces, de pronto, lo fue.
– He tomado una pizca, sí -dijo-. Y Don… siento lo que ha pasado antes. No volverá a pasar.
– Lo que me preocupa, Blair, es que cuando se te pase el efecto, te encontrarás en la misma situación en que estabas hace una hora. No nos olvidemos de cómo era la cosa entonces.
Blair intentó recordar lo que sentía una hora atrás. Fuera lo que fuese, había desaparecido.
Truman le dio una palmada en el hombro a Lamb.
– Danny, déjame que te diga algo: hemos pasado un rato muy interesante y hemos asimilado algunas dinámicas nuevas. ¿Oyes lo que te digo? Ahora soy el presidente de Vitaxis. Me dedico a la sanidad. Y a él no le va a pasar nada malo.
– Sí, en serio, estoy bien -dijo Blair-. Ha sido muy interesante.
– Creo que tendríamos que encontrar a tu hermano. -Lamb se volvió para barrer la barra con la mirada-. ¿Él también ha tomado una pizca? El único sitio al que puede haber ido es la discoteca, he mirado en el resto del edificio.
– En la discoteca no va a estar, créame -dijo Blair. Se acercó al oído de Truman y le preguntó-. ¿Conejo también se estará sintiendo así?
– Pues claro -susurró Truman-. Y tú espera: Lo mejor está por venir.
Los tres fueron hasta la discoteca que había en la parte de atrás del edificio. El último remix de Sketel One apuñalaba el aire. Blair sintió bocanadas de placer fluyendo a través de él, llamaradas de verdad y amor y poder. Diviso a Conejo en la pista de baile, apoyado en una repisa que había junto a la barra. Con él había tres jovencitas. Una se estaba riendo y la otra le daba palmadas en el brazo.