Cuatro ojos escrutaron el despacho. Dos cabezas negaron despacio, sincronizadas entre ellas.
– ¿Qué quiere decir exactamente?
– ¿A vosotros que os parece? ¡En el tiempo y en el espacio!
Los gemelos retrocedieron.
– Dejadme que os lo plantee en términos simples. En vuestras vidas, ¿buscáis la felicidad o la tristeza?
La pareja se lo pensó un momento. Batieron las pestañas.
– ¿Lo pregunta en un sentido aristotélico? -se aventuró a decir Conejo-. ¿Como por ejemplo, en el drama de…?
– ¡Me refiero a si queréis estar felices o tristes, joder!
Los gemelos se encogieron del susto. Al cabo de un momento largo e incómodo, Conejo levantó una ceja.
– ¿Nos está tomando el pelo?
Traman les apretujó las manos, se las colocó en el regazo y levantó la vista al techo con expresión de paciencia.
– Chicos, chicos, chicos, dejadme que os cuente algo sobre nuestra especie. Es indiscutible que el cuerpo humanoide, conocido científicamente como homo saxonis, no ha movido el culo evolutivo en diez mil años. Estamos igual que cuando salimos de los pantanos. Sin embargo, nuestros cerebros se han desarrollado más allá de toda comprensión. ¿Creéis que es un accidente de la naturaleza? ¡No! -Traman se acercó a la cara de Blair-. De ahora en adelante, la evolución es mental. El cerebro es la vía de avance. ¿Estamos de acuerdo en eso?
Los hermanos se miraron.
– Vale, de acuerdo -dijo Conejo.
– Perfecto. Ahora bien, el ritmo de nuestra evolución implica que no estamos tomándonos el tiempo necesario para desmantelar los antiguos sistemas del cerebro, sino que nos estamos limitando a añadir capas encima. Lo cual implica que ahí debajo siguen quedando circuitos redundantes, confusión emocional y conflictos interiores. Así que aunque podamos mezclar mojitos a cuarenta mil pies de altura y descargar porno entre un agujero de golf y el siguiente en Augusta, seguimos teniendo la misma instalación neuronal que en los pantanos. ¿Lo entendéis? Es como intentar hacer que un software de última generación funcione en una máquina de escribir. Es un hecho de la naturaleza. ¿Estamos de acuerdo?
Los hermanos permanecieron sentados y totalmente quietos. Truman interpretó aquello como un sí.
– Lo cual quiere decir que la manipulación de esas estructuras mentales es la clave de nuestro éxito continuado. ¿De acuerdo? Aceptar los conceptos que nos impulsan hacia delante y desembarazarnos de las rutinas que nos impiden avanzar, ésas son las herramientas del progreso humano. Porque francamente, chicos, las cualidades que todo el mundo dice que nos hacen humanos son un coñazo. A tu hijo se le cae la pelota en la línea de banda, oh, Dios mío, solamente es humano. Y una mierda. Lo que nos hace humanos es nuestra capacidad para no dejarla caer, para no llorar y no retroceder.
Blair miró fijamente al hombre.
– Ya veo, sí. Hum…
– Tengo que ir un segundito al baño -dijo Conejo. Cogió su Howitzer, se lo bebió de un trago y cruzó la sala dando tumbos. La camarera apareció antes de que llegara a la puerta. Lo cogió del brazo y se lo llevó hacia la oscuridad.
Truman trazó unos signos en el aire con la mano, como si quisiera encender un sensor. No pareció ocurrir nada. Repitió el gesto, enérgicamente. Al cabo de un momento, las luces del techo se apagaron lentamente, dejando únicamente un haz almidonado sobre el sofá. El hombre se colocó bajo el mismo, con una cara hecha de trazos de color rojo oscuro y con los ojos iluminados como espejos.
– Así que mi pregunta, Bob, es la siguiente: ¿cumplimos con los deberes sagrados del progreso mejor cuando somos felices o cuando estamos tristes? -dijo guiñando los ojos-. Ya conocéis la respuesta. Seguro, podéis ser liberales, podéis comer comida orgánica, podéis quejaros de que las cosas ya no son como antes, cuando nadie estaba colocado de azúcar ni destruido por las hamburguesas. Podéis seguir esa línea. Pero ¿sabéis qué?
Los ojos de Blair relucieron como los de un niño al que le están contando un cuento:
– ¿Qué?
– Que seríais unos capullos. Unos capullos integrales.
A Blair le tembló el ceño. Se reclinó en su asiento y empezó a asentir.
– Sí -dijo-. Unos capullos integrales.
– ¿Porque qué nos han dado los vegetarianos estrictos? Un puñado de canciones sobre el pelo. Un puñado de maneras de cocinar tofu. Van en nuestros metros, vuelan en nuestros aviones… y se quejan de lo mal que les va para sus chakras. ¿Alguna vez un vegetariano estricto ha construido un metro? No, están demasiado ocupados encendiendo velas y comiendo placenta. ¿Oyes lo que te estoy diciendo?
– Sí, sí, placenta, sí. Así pues, en términos de las interrelaciones más amplias…
– Ellos lo único que hacen es fingir que tienen relaciones profundas, Bobby. ¿Me oyes lo que te digo? Relaciones profundas, y un huevo… entran en las relaciones tan condicionados como el resto de nosotros. Una relación profunda es una relación provechosa, y así es como ha sido desde el principio de los tiempos. Fingen que renuncian a la animadversión, pero siguen guardándose su mierda contra ti. Su contrato de amistad es el mismo que el nuestro: una suspensión de las hostilidades abiertas mientras es posible. Tú mira cómo se pelean dos de ellos, fíjate en cómo hay una escalada exponencial de mierda hasta alcanzar el potencial máximo. Alucina con la cantidad de hostilidad guardada que tienen el uno contra el otro. Hijo, lo que yo diga. Tú respeta la serie de renuncias que implica una relación y empezarás a entender cómo funciona este mundo. Y lo mismo pasa con los países, las corporaciones, los hombres, las mujeres y los niños.
– Renuncias. -Blair asintió-. Hum…
– No quiero darte un sermón, Bobby. Yo soy de la opinión de que lo que a uno le pone, le pone y ya está. Pero si aparece un descubrimiento científico que elimina burocracia mental y obstáculos al progreso, yo digo que lo aceptemos. ¿Objetividad? Y un huevo. Lo único que hay es intersubjetividad consensuada, Bob, y yo digo que juguemos con esos dados, que les hagamos sacar humo.
– Y entonces ¿qué es lo que acabo de beberme?
– Hidrocloruro de solipsidrina. Creo que has tomado el sabor de cereza silvestre.
– ¿Es legal?
– Claro que es legal, ¿qué crees que es? ¿Crees que te daría algo ilegal? ¿Alguna vez has oído hablar de algo ilegal con sabor a cerezas silvestres?
Blair se miró el regazo. Se le acababa de formar un bulto. Una sonrisa se le dibujó en la cara. Levantó la vista y paseó la mirada por los rincones del techo, por los arcos y los cañones de luz y oscuridad.
– Es que, de pronto, me siento muy poco deprimido.
Truman dejó caer la mandíbula y relajó la lengua.
– Ah, ¿sí?
– Sí -dijo Blair-. A años luz de la depresión. -Intentó tragarse una risotada, pero se le escapó en forma de bufidos por la nariz.
– Así me gusta. -Truman le dio una palmada en la pierna, desplazando el miembro de Blair, de forma que crujió la tela de sus pantalones-. ¿Lo ves? El tío Truman tiene tu medicina. La vieja medicina está aquí mismo. ¿Y sabes por qué se me ha ocurrido compartirla contigo? ¿Sabes por qué me he dicho a mí mismo: «A este hombre vale la pena salvarlo»? Te diré por qué, Bob: es porque tú tienes algo. Algo que me habla de velocidad y de progreso. Que me dice que entiendes cómo funcionan realmente las cosas. Te eché un solo vistazo y dije: «Este hombre lleva con él el resplandor del futuro». Así mismo lo dije. Y no es solamente ese rollo inglés que os hace parecer a todos tan puñeteramente listos, lo digo en serio, Bobby. Sinceramente. Eres mi hombre.
Blair le dirigió una mirada llena de amor.
– Y ¡eh! -Truman le dio un codazo-. La pequeña bonificación en la zona de los chicos es un efecto secundario que tiene esto. Esta noche tu chica no te va reconocer, va a pensar que le ha caído encima un puto cohete.
Blair junto las manos sobre el regazo.