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– Por favor, Dios -Irina elevó la mirada al techo-, que no tenga yo que oír ningún nombre que empiece por Pilo.

– ¿Cómo? ¿Cómo? Pilosanov conoce a la gente indicada para estos asuntos. ¡Vosotras no sabéis nada de nada!

– Santos del Paraíso. -Irina posó una mirada de ojos enrojecidos sobre su hijo-. ¿Y dónde están esos teléfonos?

– Mañana casi seguro que los voy a buscar, cuando ya no llueva tanto. Ha sido una buena decisión que he tomado, una gran decisión, esperar a que no haya tanta humedad. El hombre me los quería endilgar directamente anoche, casi se peleó conmigo, pero yo le gané la batalla. «Tú te crees que mi cerebro está durmiendo, amigo -le dije-. Tráeme los instrumentos limpios y bajo el sol, antes de que aplaste algo que se parece mucho a tu cara.» Casi se estaba cagando en los pantalones, aquel hombre, que era claramente un homosexual de Labinsk, aunque fuerte. Pero en fin -Maks dio unos golpes en la mesa-, ahora nuestra inversión está a salvo.

Irina cerró los ojos.

– O sea, que no tienes los teléfonos. ¿Y dónde está el tractor?

– Maksimilian -dijo Olga-. Tráenos de vuelta el tractor.

– ¿Cómo? ¿Cómo? ¡Tendría que haberme alistado en la marina como Georgi! ¡Tendría que haber dejado que os pudrierais como ratas!

Los tres se quedaron repentinamente paralizados y volvieron su atención hacia la puerta después de que la cabra balara. Unos pasos chapotearon fuera y pisaron con fuerza el escalón de la puerta.

– ¡Aleksandr Vasiliev! -gritó una voz-. ¡Sal afuera!

– No, no me gusta ese azul. -Ludmila le dio un Empujón a la chica. La chica permaneció imperturbable, tal vez no había entendido el tono de Ludmila. Aquello irritó a Ludmila todavía más.

– Sí, pero es limpio y sensual. -La chica levantó las dos piernas delante de ella-. El azul de la electricidad. Vamos, que te enseñaré otros que tengo en mi armario.

– Luego -dijo Ludmila.

La chica, Oksana, echó la cabeza hacia atrás como un caballo al piafar y se llevó una mano al pescuezo para recogerse el pelo, largo y rubio. Permaneció sentada parpadeando pensativamente con sus pestañas embadurnadas de maquillaje y por fin extendió las manos.

– ¡Sí, pero ahora que mi tío te ha permitido quedarte en la habitación, y ha aliviado tus problemas de alojamiento durante un par de días, tienes el lujo de no hacer nada más que mirar cosas bonitas!

Ludmila estaba sentada en una silla de madera en un apartamento de una sola habitación situado delante del café-bar Kaustik. Desde allí podía vigilar la entrada y esperar a que apareciera la figura de andares pesados de Misha. Le producía cierto alivio el haber conseguido una habitación, al menos por unos días, y se sorprendió a sí misma pensando que tenía que ser más educada con la sobrina del barman. Cambió de postura en la silla, calculando cuántas horas de buena leña se podrían conseguir con ella.

– En fin -dijo-, he pagado buena guita por la habitación.

– Oh, cielos. -La chica sonrió-. Pero si quinientos rublos no es nada. Mira, si hasta tenemos una caldera para el agua. -La chica se reclinó en su asiento un momento, jugueteando con un mechón de pelo-. Ya sabes -dijo ella-, si no llevaras puesto ese vestido, mi tío nunca te hubiera ayudado.

Ludmila le dirigió una mirada sombría.

– ¿Y por qué no?

– Bueno. -Oksana sonrió con aire pícaro-, digamos que tapa un poco el pelo de la dehesa. No lo digo en el mal sentido, creo que eres guapa para ser una montañesa, hasta diría que muy guapa. Pero si hubieras venido con un pañuelo en la cabeza y calcetines por fuera de las botas, a él no le habría parecido tan buena idea.

Ludmila se imaginó que le arreaba unas cuantas bofetadas. Pero no dijo nada. Escuchó el silencio de la calle y se preguntó si tenía que sentirse feliz o infeliz por la cantidad de luz que brillaba a través de la ventana, o por el hecho de que había un retrete cuya cadena solamente se podía tirar durante las dos horas diarias de suministro de agua.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó Oksana al cabo de un momento.

– En que tendría que estar trabajando en lugar de agobiarme con todas vuestras cosas bonitas.

Oksana soltó una risa chillona y puso los ojos en blanco como si fuera una niña.

– ¡Sí, pero la fábrica de municiones solamente coge a trabajadores cualificados, y aquí, en Kuzhnisk, no hay campos que arar! ¿Qué más vas a hacer?

– No hablo de trabajar en este agujero de cucarachas que es vuestro pueblo. Quiero decir lejos de aquí, en el Oeste, con mi prometido.-Ludmila se rascó el interior de un muslo-. Además, mi trabajo está muy por encima de vuestra triste fábrica de muerte. Sería secretaria. O administrativa.

– ¡Oh, cielos! -Oksana soltó una risita-. ¿Sabes escribir? ¿A máquina?

– Claro que sé escribir.

– ¿Y a máquina?

– Escúchame, Oksana Kovalenko, hablo inglés. No soy una secretaria más. Tú te crees que salgo arrastrándome de un campo enfangado, pero no tienes en cuenta el estatus de mi familia en la región. Pregunta a cualquiera por el apellido Derev. Hablo inglés. Y piloto aviones.

– ¡Oh cielos! Pues dime algo en inglés.

– Bueno… ayam plístomityu.

– ¡Oh cielos! -Oksana soltó una risita.

– ¡Oh cielos qué!

– ¡Oh cielos! -A la chica se le congeló la sonrisa. Escrutó la cara de Ludmila-. Con esa lengua afilada no tendrías que estar buscando trabajo. Tendrías que estás intentando atrapar a un extranjero para que te mantuviera. A un hombre lo podrías hacer pedazos con esos modales rudos.

– Sí -dijo Ludmila-, y voy a pillar a uno enseguida sentada aquí y hablando de todas estas cuestiones filosóficas contigo. Dudo que pueda prescindir de estas cuestiones tan profundas que estoy explorando contigo, Oksana Kovalenko.

La sonrisa de Oksana se retiró temblando como un tentáculo recién azotado. Se enrolló un mechón de pelo más grueso alrededor del dedo y se reclinó en su silla, levantando las rodillas hasta el pecho. Ludmila se volvió para examinar una jabonera de plástico donde había una esponja y un trozo de jabón perfumado. Vio que en el apartamento había muchos perfumes: la chica misma desplazaba una nube de perfume cada vez que se movía.

– Sí, es una lástima que no quieras hacer amigos después de toda nuestra amabilidad. -Oksana tiró del mechón de pelo hasta metérselo en la boca con un suspiro.

– Nunca he dicho que no quisiera hacer amigos -dijo Ludmila-. ¿Cuándo has oído que mi boca dijera esas palabras?

– Sí, pero…

– ¡Ja! Y escúchame… tú das por sentado que yo lo tengo que hacer todo porque soy la visitante. ¡Pues no! Tú eres la que tiene el letrero de bienvenidos en tu pared, eres tú quien tendrías que encargarte de hacerte amiga mía. ¡Lo sabrías si hubieras visto algo de mundo! Si viene a tu casa una clase distinta de persona, tienes que estar dispuesta a amoldarte a su forma. ¡Así es como funciona el mundo, y así es como te enriquecen las distintas almas que te encuentras, porque te amoldas a su experiencia y sales con una nueva perspectiva del mundo!

– ¡Oh cielos!

Ludmila se hinchó de orgullo en su silla.

– ¡Por fin llegamos al tema del que yo estaba demasiado ofendida y demasiado avergonzada para hablar! Por fin sacamos ese tema que ha sido como un olor procedente de debajo de tu silla, porque, déjame que te diga algo, Oksana Kovalenko: me he pasado una hora aquí sentada llevando a cabo toda clase de invitaciones para que hagas lo que es correcto y común en honor a nuestra amistad, y lo único que tú haces es rajar y rajar con esa boca de goma que tienes sobre tus vulgares vestidos. ¡Imagínate! ¡Una visita nueva e importante y tú desperdicias la crucial primera hora, la hora de oro, graznando sobre ti misma!

– Sí, pero no era mi intención crear una situación incómoda.-Oksana se abrazó las piernas con las rodillas pegadas a la barbilla.

– ¡Y soy la mayor de los dos! ¡La mayor, y lo único que a ti se te ocurre hacer en lugar de darme la bienvenida como es debido es abrazarte las piernas y hacerme guiños a través de tus bragas rojas de payaso!

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