Blair estudió aquella familia sentada a la mesa impregnada de cerveza. Los sueños de él se introducían por los resquicios de las vidas de ellos, componían las confidencias incómodas que el hermano de la joven compartiría con él, ensayaban las sabidurías que él expondría mientras la madre miraba con adoración maternal vestida con un chándal acrílico de colores vivos que le venía demasiado ajustado y con las mejillas ruborizadas por achicarrar el té de todos. Blair pronunciaría mal a propósito y le soltaría piropos a la madre con sonrisa y gesto de bribón.
Planeó por los cielos de aquella vida que se avecinaba. Y aunque luchaba por encontrar argumentos en su contra, tenía que admitir que aquellas visiones de vida familiar despreocupada encarnaban todo lo bueno de Gran Bretaña. Todo lo grande que tenían la libertad y la democracia. Y solamente por aquello, era obvio que todo estaba permitido para hacerlas realidad.
Soltó una sonrisita para sí mismo. Para rematar las cosas, él, un recién llegado, había descubierto el camino más fácil. Había hordas de tíos compitiendo inútilmente en el bar principal mientras él nadaba en las profundidades silenciosas, cazaba furtivamente ninfas del arroyo y las atrapaba antes de su ducha, con la ropa del día anterior. Echó un vistazo al lounge. Era cierto. No había más que un objetivo. Ella estaba sentada esperando a que él pasara a la acción, tan confiada en ello que ya ni se lo planteaba.
– En fin -dijo Conejo.
– No importa, no importa. -Blair intentó atrapar la mirada de la chica desde la otra punta de la sala. Era la única persona aquella noche que no estaba fingiendo que no lo veía. Porque en el caso de ella era cierto que no lo veía. A Blair aquello le pareció algo raro y hermoso. El no fingir que no lo veía a él la hacía resplandecer. Seguro que se llamaba Debbie. Debs. Nuestra Debs. Blair y Debs Heath. Blair y Deborah solicitan su asistencia. Vamos a casa de Blair y Debs para echarnos una juerga. ¿Has visto últimamente a B amp; D? No, colega, se han ido a pasar el invierno a Florida. Menudo cabronazo, ya sabes cómo se pone ella cuando sale el sol. Menuda guarra está hecha. Dejó que las palabras se descolgaran por su mente y jugó a ser el profesor Higgins con sus sonidos: «menúa guaaarra 'ta heshaaa».
– Vaya, eres una fiesta, colega -dijo Conejo-. ¿Dónde está nuestro señor Lamb?
– No lo sé. -Hizo un gesto despectivo con la mano. Conejo se alejó arrastrando los pies por el pasillo. Blair miró con el rabillo del ojo para asegurarse de que se marchaba y luego estiró el brazo de vuelta a la barra, encontró la pinta de Conejo con las yemas de los dedos, la vació de un trago, dejó el vaso con un porrazo en la barra y se lanzó hacia la mesa de su nueva familia. El tipo con la joroba de galgo giró la cabeza desde la barra.
La familia no vio a Blair hasta que su sombra se cernió sobre las pintas de ellos. Entonces, uno a uno, levantaron la vista y sus miradas se engancharon en el billete que él llevaba en la mano. Blair hincó una rodilla en el suelo junto a la chica.
– Buenas tardes -dijo, sonriendo a los ocupantes de la mesa. Apretó las mandíbulas para evitar que le temblara la boca y trató de imprimirle una inclinación gallarda a su ceño.
– ¿Sí? -dijo la chica, echando un vistazo apurado al hombre mayor.
– ¿Estás bien, chaval? -dijo el hombre.
– Sí, gracias. -Blair estiró un brazo para darle un apretón al brazo de la chica-. ¿Saben?, supongo que se reirán, de forma retrospectiva, pero esta criatura espectacular…
– Pero ¿éste quién coño es? -La chica se apartó.
– No, no -dijo Blair, dándole una palmada en el hombro-. No, no, o sea, no he venido, quiero decir… -Las palabras abandonaron su mente como pelusillas que se lleva el viento. Se encontró a sí mismo mirando la alfombra con el ceño fruncido. Su mano se agitaba impotente por encima del pecho de la chica.
El hombre mayor se puso de pie y se llevó una mano al cinturón de su panza. A siete metros de distancia la camarera registró un cambio en el ritmo del lounge, percibió como si fuera un sabueso que la estructura molecular del lugar acababa de ser violada. La tensión cristalizó por la sala. Las cabezas se volvieron, fingiendo que no lo veían.
El galgo perforó un agujero en el frío gélido y se dio la vuelta en su taburete para gritar:
– Eh, colega… se supone que tienes que poner una ronda para el pequeñajo.
Blair se volvió hacia él y luego volvió a darse la vuelta para lisonjear a su amada.
– ¿Quién es el capullo este? -chilló ella.
– Mira, amigo… -gruñó el hombre mayor, acercándose.
Blair se puso de pie -ardiendo, implorando- y se alejó arrastrando los pies sin decir palabra.
El galgo esbozó una sonrisa torcida mientras él se acercaba a la barra.
– No estás molestando a esa gente, ¿verdad? -Le dirigió una sonrisa a la mesa-. Es que no sale mucho.
– Ha salido demasiado, colega -dijo el hombre mayor, todavía plantado pesadamente entre los dos trágicos amantes-. Demasiado, hostia.
– Bueno, pero esperen un minuto… -dijo Blair.
– Mira, colega -dijo el galgo-. Déjalo estar, antes de que te rompan la cara.
El padre de la rubia se sentó despacio y gritó a través de la sala:
– Mejor que vigiléis a éste. Es muy raro. Muy raro.
A Blair le caían hilillos de sudor por la espalda. El galgo se inclinó hacia él y se puso una mano ahuecada junto a la boca.
– Será mejor que mejores tu técnica -dijo.
– Bueno, pero es que no lo entiende…
– No, colega, no. Primero de todo, limítate a las que están en el mercado. ¿Ves a la chati a la que le estabas dando palique? No ha venido para eso, de ahí que esté en el lounge. El tío es su viejo. Es un rollo muy chungo, intentar ligarte a una chati delante de su padre. Así que regla número uno: nunca intentes ligar en una mesa familiar.
– Bueno, pero escuche…
– Sí, colega, ya lo sé, ya lo sé. Regla número dos: el lounge no es para eso. Aquí es donde se descansa de esa clase de jaleos, es donde traes a tus padres para decirles que te han echado del McDonald's. Además, ¿qué vas a hacer? ¿Tirártela en el asiento de atrás de la Transit de su viejo?
– Bueno, pero…
– Nadie te dará consejos mejores que yo. -El hombre echó un vistazo a un lado y a otro de la barra-. Mira, colega, aunque ella estuviera por la labor, la ibas a cagar igual: tienes que tratarlas como a anguilas, un poco de esto, un poco de aquello, luego te retiras y dejas que muerdan el cebo. No puedes ir tan directo. Lo que le tienes que mostrar a una churri es que tienes cuatro tías más buenas que ella esperando en casa con las bragas en los puñeteros tobillos.
– Se ha parado para hablar conmigo.
– Mira, colega -el galgo se inclinó hacia la sombra de Blair-, eso no es razón para ir a por ella. Nunca jamás intentes ligar en el lounge. Es territorio prohibido. En la sala de al lado hay kilómetros de pista pidiendo a gritos que aterrices.
– No, lo siento, o sea, eso es lo que hace a ésta especial…
– Y en la barra sirven más de eso que hace especiales a las chatis. Porque -el galgo le dedicó un guiño teatral- lo que hace especial a una chati es presentarle sus respetos a tu polla, ya me entiendes. Una buena mamada y tal.
– Claro, claro -dijo Blair.
– Qué problema tienes, ¿eh? ¿Qué puñetero problema tienes?
Blair se quedó mordiéndose pensativo el interior de la mejilla. A medida que el calor de la cara se le derramaba al cuello de la camisa, le vino a la cabeza una imagen de Conejo. De Conejo sonriendo con sus dientes salidos.
El incidente tenía todo el sello de Conejo.
Lamb regresó para encontrar a Blair rechinando los dientes y con los ojos soltando chispas.
– Seguridad -dijo con un suspiro, entrando desde el pasillo-. La entrada es un caos.
Conejo entró detrás de él con aire despreocupado. Echó un rápido vistazo a su hermano de la cabeza a los pies y se detuvo para sonreír con sus dientes de conejo.