Los Heath sintieron la primera bofetada de ozono y tónica desde el borde del aparcamiento. Levantaron la vista. El World amp; Oyster era un edificio Victoriano enorme en cemento liso y azul, en cuya parte superior sobresalían chimeneas y chapiteles como si alguien hubiera dejado caer una caja de ellos y lo que había pasado era algo parecido. Las luces azules pinchaban la calle de detrás del edificio, en el mismo límite de la Zona de Admisión al Centro de Londres. Los hermanos llevaban trajes negros y camisas blancas con los cuellos abotonados. Se dedicaban a entrar y salir de los reflejos de la acera, que parecían agujeros rasgados que salpicaban la calle.
– Entonces ¿te has traído el pijama? -Conejo echó un vistazo a la bolsa que Blair llevaba en la mano. La llovizna sobre sus gafas de sol convertía la escena en una telaraña de lentejuelas.
Blair agarró la bolsa con más fuerza y se la colocó sobre el codo. La frágil silueta de Donald Lamb avanzaba ondulando hacia la luz.
– ¿O lo que llevas en la bolsa es un piscolabis?
– No es nada. Basura. -Blair fue en cabeza dando zancadas-. Falta casi una semana para el día de la limpieza, he pensado que qué menos que ayudarte a empezar. -Estiró el brazo hacia una papelera que había en la acera sin aminorar la marcha y metió la bolsa dentro. Mientras Lamb permanecía absorto en el tumulto de la entrada del club, Blair aminoró el paso y le dijo entre dientes a su hermano-: Ahora escucha: déjame que hable yo, por el amor de Dios. Ese tío no nos habría mencionado lo de los viajes pagados, y no habría traído los pasaportes, si no creyera que tenemos una oportunidad.
Conejo chasqueó la lengua.
– Podríamos haberle preguntado simplemente a qué juega y habernos quedado en casa.
– Relájate, Conejo. También puedes pensar en esto como unas copas de despedida.
– Dudo que vayan a servir copas en una fiesta de la Seguridad Social, Blair, a ver si se me entiende, joder.
– Te lo he dicho, no tenemos por qué quedarnos en la fiesta, iremos probando los otros pubs. En serio, Conejo, anímate: piensa en mí para variar. Es sábado por la noche, va a haber churris por un tubo.
Conejo frunció el ceño.
– Cuidado con lo que haces. Ésta no es tu gente, chaval. Te vas a buscar una buena hostia.
A modo de signo de puntuación, una joven salió disparada del edificio vomitando una sopa amarilla. Se detuvo y se quedó suspendida con cara de dolor de la cuerda de terciopelo mientras otras tres arcadas le manchaban los zapatos de fiesta. Mientras el cordel umbilical le estaba saliendo de su boca rumbo al charco de vómitos, cuatro chicas más salieron a empujones del club con antenas de peluche de color rosa en la cabeza. Pasaron junto a la chica repartiendo codazos, vieron que los Heath estaban mirando y se sacaron los pechos entre risas histéricas antes de largarse corriendo con movimientos espasmódicos del culo.
– Fíjate en lo que te digo, coño.
– Relájate. -Blair recobró la compostura y fue con Lamb. De camino a la entrada de cristal ahumado del World adoptó un andar chulesco. Luego vio a dos porteros enormes de etiqueta que lo miraban acercarse. El andar chulesco pasó a ser un ir arrastrando los pies. Los porteros eran de esos sin pelo que encarnan la amenaza misma de la crueldad, hombres endurecidos a base del pan más blanco, que antes te meterían la cabeza en una freidora de patatas que estropearse la manicura dando un puñetazo. Los hermanos deambularon junto a una cola de gente mientras Lamb intercambiaba unas palabras con los hombres. Conejo encendió un Rothmans. Al final uno de los porteros arrugó un poco la cara en dirección a Lamb, recogió las tarjetas de identidad de los tres y las pasó por una máquina que llevaba en la mano. Cuando la máquina hizo bip tres veces, descolgó la cuerda del gancho y les hizo una señal para que pasaran a un vestíbulo largo. Una mirada glacial le dio a entender a Conejo que tenía que abandonar su Rothmans. Lo plantó en una bandeja de arenilla situada junto a la puerta, se ajustó el traje sobre los hombros y entró pesadamente detrás de Lamb y de Blair: mitad estrella del rock y mitad escolar revoltoso de compras con su abuela.
– Se me está yendo la olla -dijo mientras el atronar del sistema de sonido empezaba a recorrerle la carne-. Probablemente tendría que irme a casa.
– Bueno, por mí no te quedes -dijo Blair por encima del hombro-. Hay taxis en la acera de enfrente.
– ¿Taxis de los que se piden por teléfono? He dicho a casa, no quiero ir a Nigeria, joder.
– Bueno, ahí te has pasado de la raya, Conejo.
– ¿Qué tiene de malo lo que he dicho? -Conejo hizo carantoñas enseñando los dientes.
– Es completamente racista, para empezar. Por el amor de Dios, esto es el Londres multicultural: vas a conseguir que te encierren, o que te maten, joder.
– Blair, cariño, Nigeria no es ninguna raza.
– Venga ya. -Blair se dio la vuelta para fruncir el ceño desde un par de metros más adelante. Lamb desapareció a través de las puertas.
– A ver si se me entiende, joder. Tú dime, ¿por qué es racista decir que un tío que conduce un taxi es de Nigeria?
Blair puso los ojos en blanco.
– Bueno, por la deducción de que todos ellos conducen taxis de los que se piden por teléfono, y por extensión de que son proveedores de servicios de poca monta.
– Blair, los tres taxistas a los que he llamado hasta ahora eran tíos de puta madre, me haría de una peña quinielística con ellos. Pero ninguno de ellos llevaba el suficiente tiempo en este país como para saber adónde coño íbamos. He tardado una hora en encontrar la lavandería, y eso que estaba en la manzana siguiente. Dime por qué es eso racista. Es puto sentido común, yo también soy forastero aquí, acuérdate. A ver si se me entiende.
– Bueno, es peyorativo colocar a todos los miembros de la comunidad africana bajo el epígrafe de un sitio en particular. Y has sido de lo más insidioso.
– ¡Los cojones! Además, colega, mira quién habla: «los miembros de la comunidad africana», los acabas de mandar a una puñetera comunidad distinta a la tuya. Tú eres el puto racista.
– Ah, claro, Conejo. Pues bueno, te desafío a que me lo demuestres, ya que es así como se los denomina oficialmente en todo el mundo anglófono.
– Porque si los aceptaras sinceramente en tu cultura, dirías «miembros africanos de la comunidad». Las palabras son conceptos, Blair.
– Bueno, esto ya es absurdo.
– No, colega, es horriblemente cierto. Te dedicas a perpetuar el problema haciendo que sea un puto tabú decir nada. Y no finjas conmigo que ir por ahí con alguien como Nicki te hace ser multicultural, joder, porque ella no es más que un accesorio de moda con un culo de puta madre. Las chicas negras tienen los mejores culos, tú siempre lo has dicho.
– Bueno, yo me desmarco por completo de eso, joder.
– Bueno, y haces bien, joder. Porque con todos los aires que te das, no eres más que un capullo fascista burgués, blanco y reprimido.
– Bueno, pues lárgate a casa, coño. Coge el puto metro.
– Ah. Claro, gracias, una experiencia móvil de estar enterrado vivo.
– Si nunca lo has probado, joder.
– No hace falta probarlo, solamente hay que escuchar los chirridos que se oyen por debajo de la acera. Es la gente, Blair, seres humanos que chillan.
La cara fantasmal de Don volvió a asomar entre las puertas. A su alrededor flotaba una escalofriante versión rítmica, del hit «Deys ony be one ennifink» de Sketel One.
– Vamos, chavales, es hora de divertirse -gritó-. En el World hay todo lo que uno puede necesitar: tres áreas principales aquí abajo y una para miembros arriba. -Esperó a que la voz del tema de Sketel se apagara antes de continuar-. Podríamos haber entrado a la fiesta por detrás, que es más tranquilo, pero he pensado que querríais ver un sitio como éste. Seguidme, vamos a cruzar por aquí.
– ¿No podemos quedarnos aquí un momento? -dijo Blair.