– ¿Hay algo que quiera preguntarnos sobre Albion House? ¿Algo que podamos haber visto? ¿Un bebé?
– No -dijo él al cabo de un momento.
Blair se cruzó de brazos.
– Bueno, ¿pues quién es usted?
El hombre sostuvo su mirada con firmeza sobre los dos.
– Donald Lamb -dijo. Con la cabeza ligeramente inclinada hacia abajo, la mirada marmórea un poco proyectada hacia arriba y las pupilas aguardando expectantes bajo las capuchas de sus párpados. Blair fue al sofá de delante, con cuidado de no sentarse justo delante del tipo. Conejo se atrincheró detrás de la mesa de la cocina y se dedicó a mirar por encima de la cabeza de Blair.
– Veo que les gustan los bailes de salón. -Lamb cogió una pila de discos musicales que había junto al sofá.
A Blair le tembló una mejilla.
– Tango, tango, tango -dijo Lamb, sin inflexiones, hipnóticamente, mientras ojeaba los discos-. Tango, tango, tango, tango.
La ligereza y lo directo de su tono captaron la atención de los hombres. Los dos se pusieron tensos. Los dientes de Conejo se encaramaron por encima de su labio. De pronto apareció algo en Donald Lamb que no solamente indicaba que era mayor, sino también miembro de una casta natural superior.
Al final Lamb levantó dos discos.
– «Time To Say Goodbye» Andrea y Sarah «Jerusalem», de la Grimethorpe Colliery Band. -Se llevó su ginebra a los labios, dio un sorbo pequeño y la sostuvo en el brazo doblado, mirando primero a Blair y luego a Conejo-. ¿Acaso el primer concierto para piano de Brahms no sería más descriptivo de la aventura de ustedes?
Conejo dio un trago largo de su vaso.
– Bueno, ejem, Brahms empieza de forma bastante estridente en ese primer concierto. Casi hace una sinfonía.
– Es cierto que empieza de forma estridente -dijo Lamb en voz baja-. Muy estridente. -Estrechó los ojos y enfocó a los dos hombres con ellos.
Durante unos momentos no se movió nada en la sala. Blair se examinaba las rayas de los pantalones. Conejo cambió de postura detrás de la mesa de la cocina. Se recolocó las gafas sobre la nariz y se cruzó de brazos.
– Usted va de sobrado -dijo por fin-. A ver si se me entiende, no tenemos a mano la piscina de tiburones, no nos esperábamos a un genio malvado.
La cara de Lamb se arrugó afablemente y dio un sorbo de ginebra.
– Lo siento, el momento me tiene abrumado, ha sido una semana muy intensa. Ah, pero escuchen. -Se inclinó hacia delante y bajó la voz hasta convertirla en un murmullo ronco-. Les he traído regalos.
Blair le echó una mirada a su hermano.
– Bueno, es usted muy amable, pero todavía no sabemos quién es usted.
Lamb recorrió la sala con la mirada e hizo una pausa.
– No voy a mangonearles: nuestra relación requerirá cierto tiempo para ser entendida con detalle. Estoy seguro de que son conscientes del trastorno que ha supuesto la privatización. -Su cara volvió a suavizarse hasta convertirse en el niño envejecido de antes-. Por ahora pueden ustedes llamarme simplemente Don, o Lamby. Procedo de otro recoveco sucio del gobierno de Su Majestad.
– ¿Y cómo se llama ese recoveco de usted? -Blair se inclinó hacia delante en su sofá.
– Ahí me ha pillado. He perdido la pista, para serle sincero: al muy cabrón le cambian el nombre cada martes a la hora de comer. -Don tardó un momento en soltar el comentario ingenioso, aserrando tres respiraciones entrecortadas más en su honor-. En todo caso -dijo-, para no meter el dedo en la llaga, más o menos está en el área que ustedes esperan, en los asuntos de tipo social. El Ministerio del Interior es mi feudo, en términos generales. Con un poco más de peso que algunos de los departamentos con los que tratan ustedes. Por eso tengo esto… -Se sacó un sobre grueso del bolsillo interior. Y se lo dio a Blair.
Conejo estiró el cuello por encima de la mesa de la cocina y se levantó las gafas.
– Pasaportes -dijo Blair-. Todo un logro, teniendo en cuenta que ni siquiera encuentran nuestros certificados de nacimiento.
– Pensamos que serían un buen detalle que simbolizaría la independencia de ustedes. No sé si lo han oído en el trabajo, pero el nuevo propietario de Vitaxis está buscando gente con talento para mandarla en viajes pagados: es posible que lo conozcan ustedes esta noche, y nunca se sabe…
Blair levantó la vista.
– ¿Va a venir a la fiesta?
– La fiesta va a tener lugar en su complejo de ocio.
– ¿Y está sacando a gente de sus puestos de trabajo para mandarlos de viaje al extranjero? ¿Y qué les dice a sus jefes? Lamb sonrió.
– Bueno, en el caso de usted, él es su jefe: está usted adquiriendo experiencia laboral en GL Solutions, ¿verdad?
– ¿También es el dueño de eso? Caray. ¿Y dónde te envía?
– Podría ser a cualquier parte. Sé que tiene intereses en España y en Croacia.
Conejo se movió hasta el extremo del sofá donde estaba Lamb y se sentó en el borde. Tenía la boca abierta como la rejilla de un automóvil antiguo.
– Bueno -dijo Lamb-. Si los eligieran a ustedes, irían los dos juntos.
A Blair se le iluminaron los ojos.
– Bueno, eso sugiere que vamos a estar más de cuatro semanas fuera del centro.
– La verdad es que no lo sé -dijo Lamb-. Yo no tengo nada que ver con la programación.
Conejo seguía encorvado en el sofá. Se quedó mirando un agujero que había en la estera junto a sus pies.
Lamb se reclinó hacia atrás y cruzó las piernas.
– En fin… ¿cómo les va?
– Bien, bien -dijo Blair, provocando destellos en la cinta de seguridad del pasaporte al moverlo.
– No quiero meter el dedo en la llaga, pero confío en que les hayan advertido de que la mejor forma de servir a sus intereses es no revelar sus antecedentes.
– Sí, ya nos han dicho todo eso.
Una sonrisa indulgente se asentó en la cara de Lamb.
– Entonces, caballeros -posó la mirada en la escalera-, ¿nos vamos? Tengo un chófer fuera.
Conejo se estremeció.
– Bueno… ya es un poco tarde para ponerse a patear, ¿no? ¿Qué pasa con el toque de queda?
– Solamente se aplica a la zona del centro. Los barrios que quedan fuera de la zona siguen abiertos toda la noche.
La lengua de Blair se removió dentro de su mejilla.
– No te asustes, Nejo… no es más que una copa.
– A ver si se me entiende. -Conejo se puso tan rígido como una anciana a la que le hubieran hecho un desaire-. Se me acaba de poner a latir la vena. -Se presionó con dos dedos en la barriga-. Blair, necesito que mires a ver qué puedes encontrar en internet. Siento que uno de mis teleles de mierda vaya a dar al traste con la noche.
Lamb frunció el ceño.
– Por supuesto, si no les apetece…
– A ver si se me entiende, aquí tenemos ginebra -dijo Conejo-. Y esas salchichas rebozadas se van a echar a perder.
– No las hemos sacado del congelador, Conejo. Contrólate un poco. No es más que una copa en un sábado por la noche.
– ¿Es sábado? Mierda.
– ¿Qué?
– Ya sabes. Lo que hablábamos antes.-Conejo se quedó mirando a su hermano, invitándolo a que fuera cómplice de alguna excusa. Sentía que no podía salir nada bueno de exponerse a la noche de Londres.
Blair se levantó despacio de su sofá. Bajó la vista hasta Lamb y luego miró por la ventana, hacia la calle.
– Conejo -dijo en voz baja-. De lo que hablábamos antes era de las oportunidades que podían asomar por esa puerta. Las oportunidades para que yo sea independiente.