– ¡Caramba, todavía le queda algo de sentido común, mamá! No desperdicies más aliento en rabiar, acabo de oír que los gnezvarik están atacando la carretera de Uvila. Tenemos que sacar de aquí a Ludmila antes de que se haga oscuro de verdad. Hoy es el último día en que se puede viajar al este.
Mientras lo estaba diciendo, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Los vientos reunían sus fuerzas en los barrancos y aullaban vendavales.
– ¿Y no irás a dejar a Aleksandr tirado sin más en el tractor como si fuera una patata? -gritó Olga desde la penumbra-. ¿Quieres que también le tiremos heno y estiércol encima, para demostrar cómo honramos a nuestros seres queridos? ¡Seguro que esperarías a que los lobos le arrancaran unos cuantos bocados por la noche para dar testimonio de la elegancia con que vivimos en estas montañas! ¡No quiero ver ni una dentellada de lobo, para que todo el mundo vea que hemos sido respetuosos!
– ¡Mamá! -gritó Irina-. ¡Estás poniéndolo demasiado difícil! Recupera el entendimiento. Debido a que veneramos a Aleksandr, lo hemos dejado fuera, que es donde mejor se va a conservar. Solamente ha sido una noche, los lobos no van a cruzar la verja. Y dejar el cuerpo ahí hasta que venga el examinador es muestra de inteligencia: porque se imaginará que la muerte acaba de suceder.
– ¡Ja! A ése le llegará la muerte antes si has mandado a Nadezhda a buscarlo.
– ¡Mamá!
– ¡Bueno, por lo menos quítale esos sacos de encima de la cara!
– No son sacos, es el abrigo de Milochka, que ella ha puesto amablemente al servicio de la dignidad de su abuelo. Escúchame: cuando su muerte se haya registrado como es debido, lo meteremos dentro un rato. Y ahora, por favor, no apartes nuestra atención de lo que es el asunto importante del día. El frente ya casi nos ha alcanzado, saquemos a Ludmila de aquí.
Maksimilian apareció al trote y fumando por el camino de la colina. Iba encogido dentro de sus abrigos y llevaba un gorro militar de pelo largo que había robado cerca del frente.
Irina dio un golpe de barbilla cuando su hijo apareció en el patio.
– ¿Y cómo es que hasta ahora no hemos visto tu triste cara?
– ¿No preferías no verla?
– No me digas que has desperdiciado la mañana en compañía de Viktor Pilosanov. O de alguien cuyo nombre empieza por Pilo. ¿Y dónde has encontrado cigarrillos?
Maks se detuvo y miró con cara irritada a través de una nube de humo de tabaco que flotaba inmóvil alrededor de su cabeza, una barrera entre él y aquel mundo hijo de puta.
– Y si no es un crimen preguntarlo, ¿cómo es que solamente por dar unos pasos atraigo todas las culpas de la Historia?
Su madre se llevó las manos a las caderas.
– Si hubieras estado en el pueblo, sabrías que las carreteras están cayendo en manos de los militares. ¡Ludmila tiene que irse ya!
– Bueno, pues buen viaje.
– ¡Y tú la vas a llevar!
– Ja, claro -escupió Maks-. La voy a llevar en el tractor para que pueda hacerse vieja y morirse antes de llegar a la ciudad más cercana, y allí pueda encontrar un trabajo muy importante de vieja muerta.
Irina se ahorró a sí misma el aburrimiento con un suspiro. Se retorció el delantal y clavó su mirada en su hijo. Al otro lado del patio, a través de un espeso banco de niebla en movimiento, se acercaba Ludmila. Llevaba dos cubos llenos de ramas de arbustos. Iba mirando a su alrededor, imaginando a su amante detrás de cada loma. Luego miró el patio. Desde lejos percibió otra fisura de hostilidad y ralentizó sus pasos hasta pararse con aire alerta.
– Maksimilian -Irina se encaró con su hijo-, la tristeza se ha invitado a sí misma a nuestra casa y a nosotros nos corresponde ser unos anfitriones astutos. El tren grande no llegará hasta la semana que viene. Para entonces puede que ya estemos todos muertos. Solamente nos quedan la cabra y dos pollos, puede que nos los comamos, a ellos y a todos los animales salvajes e insectos del distrito Cuarenta y Uno, y aun así acabemos muertos. -Hizo una pausa para dejar que la gravedad del momento calara en su hijo-. Pero el tractor tiene combustible. Llévalo a Kuzhnisk y véndelo. Consigue el mejor precio. Y tráeme los dineros directamente a mí. Solamente eso nos mantendrá hasta que a Ludmila le llegue su primera paga. Tu familia cuenta contigo, Maksimilian. Nuestra historia, y la última gota de nuestra sangre, te están esperando. Éste es tu momento, Maks: golpea, mata y come.
– Ja, ahora quieres que venda el tractor. Que venda el tractor para que nuestros huesos pelados puedan ser encontrados en el sitio donde cayeron en manos de los militares. Cualquier persona razonable, o sea, una persona que no esté afectada por la manía de una mujer, vendería primero parte de los terrenos.
– Sí, cualquier ganso de tu país de los sueños. Se lo vendería al primero del centenar de personas que hacen cola aquí todos los días para comprar campos de minas helados a dos pasos del frente. -Irina echó la cabeza hacia atrás-. ¿Tú sabes cómo de grande es el distrito Cuarenta y Uno? ¡Contesta!
– Bastante grande.
– Pues yo te digo esto: no tiene mucho más de setenta mil hectáreas. Pero setenta mil hectáreas es el área que ya ha conquistado el ejército gnezvarik. ¿Y tú crees que caminan con fajos de billetes, comprando nieve a medida que avanzan? Están cerrando las carreteras a nuestro alrededor, estrangulándonos mientras yo me dedico a desperdiciar mi aliento con un culo de lombriz. Esta tierra ya no pertenece a nadie. Maksimilian, te lo ruego, como la madre que masticó la comida para ti: honra a tu sangre.
– ¡Ja, y por supuesto tenemos que creer todo lo que nos dice la loca de Nadezhda o la mongola de Lubov!
– ¡Maksimilian!
Su ceño se arrugó al ver algo malva a lo lejos.
– Y ahora vende el tractor, para que las generaciones por venir puedan ahorrarse el trauma de encontrar nuestros huesos en algún lugar espléndido porque habremos conseguido escapar de este infierno en nuestro tractor. -Sus palabras se aceleraron hasta enredarse y luego se convirtieron en un suspiro.
Irina permanecía firme y callada. Era su forma de decirle lo que él ya sabía: que solamente el dinero en metálico los salvaría.
– ¿Y por qué no va Ludmila a casa de Georgi y Yelena y se alimenta de mermelada con sus primos de las afueras de Labinsk?
Irina soltó una risita lúgubre.
– Seguro que la van a aceptar, después de haberse negado siempre a darnos un kopek. Además, eso no es trabajar, eso es caridad. Ella tiene que hacer algo productivo. Y tú te la tienes que llevar con el tractor y has de volver aquí con dinero para varias semanas.
– Bueno, por lo menos ahora podéis darme las gracias por el gorro ubli, con el cual voy a ir por el distrito como Pedro por su casa.
Irina lo miró con cara de desprecio.
– ¡Y como todos los soldados conducen tractores en la guerra, no vas a llamar la atención! Nada de gorros, Maksimilian. De hecho, quiero ver ese gorro enterrado. Ahora toca jugar a cosas de adultos.
– ¡Ja! No te metas en asuntos de hombres y de armas.
– No pienso hacerlo, porque no tengo ninguna de las dos cosas en mi casa. -Irina lo atravesó con una mirada que era como una lanza.
Maks fingió que no la oía. Caminó con aire arrogante trazando círculos en el patio.
Ludmila cruzó por delante de él, haciendo una pausa para sacudir su bota en dirección a la cabra que pasaba por ahí. Cuando llegó al batiburrillo de cosas que era la pared de la cabaña, apoyó la mano en uno de sus paneles de hojalata, que irradiaba calor del fogón del otro lado.
– No os molestéis por mí -dijo-. Puedo caminar.
– ¡Ja! -escupió Maks-. Y que te maten y probablemente te violen, que te viole probablemente algún comemierda gnezvar con el cañón de su arma. Vas a venir en tractor conmigo, y cuando el tractor se quede sin fuel, y yo lo venda, tendrás el mundo de los Kuzhnisk a tus pies, aunque yo personalmente no me acercaría por allí ni para escupir.