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Miré el redondo reloj electrónico que colgaba en la estación, eran las diez y media. Pero yo aún no tenía sueño, aún faltaba media hora para que pasara el último tren. Compré un boleto simple en la expendedora automática. Metí el boleto en la ranura de la máquina, del agujero del medio salió un comprobante verde. Los barrotes automáticos se aflojaron, bajé, en la hilera de sillas rojas de plástico encontré una no tan sucia y me senté.

Podía dormitar y también podía observar a la gente extraña. En una ocasión escribí un cuento corto titulado "Los amantes del subte". Se trataba de una bonita mujer un poco flaca y pálida que siempre en la Plaza del Pueblo, al tomar el último tren del subte, encontraba a un hombre de negocios impecablemente vestido que olía a cigarros, a perfume y a aire acondicionado. Nunca se hablaron pero entre ellos ya había sentimientos tácitos, cuando uno de ellos no aparecía, el otro se sentía inexplicablemente triste y desilusionado. Hasta que un día frío que el piso del vagón estaba mojado y resbaloso por la nieve, en un violento frenazo la mujer cayó en los brazos del hombre. Ellos se abrazaron fuerte, la gente de alrededor no notó nada fuera de lo común, todo sucedía con mucha naturalidad, el hombre no bajó en la estación de siempre. Él y la mujer se bajaron juntos en la última parada. En el oscuro andén él la besó y luego como un verdadero caballero le deseó buenas noches y desapareció. Cuando pensé el final de este cuento dudé mucho, no sabía qué le iba a gustar más al lector, si era mejor que no tuvieran intimidad desde el principio hasta el fin o era mejor que se acostaran como verdaderos amantes.

Cuando el cuento se publicó en una revista de moda tuvo una gran respuesta entre los trabajadores de cuello blanco. Mi prima Zhusha, de parte de muchos de sus colegas, me expresó su insatisfacción con el eclecticismo de ese final sin compromiso.

– O los hubieras dejado así sin ningún contacto o hubieras sacado de plano todos los sentimientos, pero él la besó y luego cortésmente se despidió y la dejó, ¿qué es eso? Es como rascarse sobre el zapato, ni claro ni oscuro, así no se puede. Uno se imagina que, después de separarse, ellos dos, cada uno en su cama, se revuelcan toda la noche sin poder dormir. Todos los cuentos de amor en la actualidad son decepcionantes.

En ese entonces Zhusha aún no se había divorciado de su ex marido, pero ya estaban en una situación embarazosa, pendían en el vacío sin encontrar un solo lugar en donde aterrizar. Su ex marido había sido su compañero de la universidad. En todos esos años se conocieron tanto y tan bien que entre ellos no había la más mínima sorpresa, eran como la mano izquierda y la derecha.

Zhusha, al igual que todas las mujeres ejecutivas, esconde su corazón sensible y rico debajo de un caparazón de seriedad y serenidad. Ellas siempre son muy responsables con su trabajo, no sueltan ni un hilo, en su vida privada tienen grandes expectativas. Se esfuerzan por alcanzar el modelo de mujer moderna e independiente, reflejan seguridad, autoconfianza, tienen dinero y son atractivas. Tienen muchas más posibilidades de elegir, reivindican la frase de Andy Lau en el comercial de Ericsson, "todo al alcance de la mano" y también se identifican con la imagen de una ejecutiva en el comercial de De Beers que con un anillo de diamantes en su mano sonríe con plena confianza en sí misma mientras una voz masculina dice "La autoconfianza resplandece, el atractivo brilla".

El último tren se acercaba al andén. Cuando entraba en el vagón, percibí un delicioso olor a hombre. Era el perfume que había descrito en el cuento "Los amantes del subte", "de su cuerpo emanaba un olor a tabaco, a agua de colonia, a aire acondicionado, a cuerpo, ese aroma embriagador le produjo a ella un leve mareo". Sin contenerme miré hacia todos lados y pensé ¿y qué tal si el personaje del cuento se le aparece a la escritora? Pero jamás pude determinar de cuál de los hombres venía ese delicioso aroma. Dejé a un lado esa fantasía romántica, y experimenté profundamente la belleza y el misterio, suave y delicado, que flota en todas partes de esta ciudad, especialmente por la noche.

XXIII La madre que lleg ó de España

Nunca oyes lo que digo.

Sólo te fijas en mi ropa,

o en lo que te importa más,

que es el color de mi cabello.

Cada historia tiene dos caras,

yo ya no soy la misma que al principio.

Public Image Ltd.

"Cada vez hace más calor. Las cigarras trinan en los álamos del distrito de las antiguas concesiones extranjeras. Los escalones de piedra llenos de polvo y hollín de los coches conducen a los jardines secretos de esta ciudad, a las antiguas mansiones, hacia gente moderna que se oculta de día y sale de noche. Tacones altos atraviesan los callejones donde crece el musgo verde, atraviesan las calles cercadas por rascacielos, van por cada rincón de esta ciudad de sueños, los taconeos suaves son el más bello eco material de esta ciudad".

Una tarde, cuando acababa de escribir el párrafo poético de arriba, oí a través de la puerta que se acercaban unos tacos y a continuación un discreto tocar de la puerta. Abrí, era una mujer desconocida de mediana edad.

El exagerado arreglo de su persona y su acento de lengua enrollada que salía de unos labios pintados de color indefinido, me hicieron comprender de inmediato quién era esa visita inesperada.

– ¿Bi Tiantian está en casa? -Me observó unos segundos con una expresión complicada en la cara y esbozando una sonrisa dijo: -Tú debes de ser Cocó.

Sin pensar me alisé los cabellos que caían sobre mis hombros, en el dorso de la mano tenía unas manchas de tinta negra, lo peor de todo era que vestía sólo un delgado y corto camisón, cualquiera con más de 0,5 de visibilidad podía ver a través del algodón blanco y transparente que debajo del camisón no llevaba nada. Crucé mis manos y las puse en el vientre pretendiendo que todo era normal, la invité a pasar, corrí lo más rápido que pude al baño, saqué de la máquina de lavar la bombacha que me había sacado el día anterior por la noche y me la puse. Frente el espejo recogí mi pelo, revisé mi cara por si tenía algo raro, nunca me imaginé que la madre de Tiantian iba a aparecerse tan de repente en la casa.

Desde el principio, todo el asunto era embarazoso e incómodo. Aún no había salido propiamente de la novela que estaba escribiendo, creo que cualquier chica ante la visita repentina de la madre de su novio en la casa donde viven juntos se sentiría aterrorizada, especialmente cuando el novio, por estar intoxicado con drogas, está encerrado en un lugar espantoso aislado del mundo. ¿Cómo le diré lo de su hijo? ¿Qué reacción violenta podría tener? ¿Y si se desmaya? Tal vez me va a gritar porque no cuidé bien a su hijo, porque tan irresponsablemente me quedo en esta casa y jodidamente escribo mi novela. Tal vez hundirá sus uñas en mi cuello.

Fui a la cocina y busqué un buen rato, la heladera estaba casi vacía, sólo quedaba un resto de café en la cafetera. Nerviosa barrí con los ojos el espacio alrededor de mí, arreglé una taza, una cuchara, unos terrones de azúcar, soplé un poco el polvo marrón de arriba y preparé una taza de café. Una espuma blanca flotaba encima, parecía de cafetería de quinta. Lo probé, estaba más o menos, aún no estaba ácido.

Ella, sentada en el sillón, observaba la decoración de la casa, su mirada se estacionó durante un largo rato sobre el autorretrato de Tiantian colgado en la pared. Era la obra más extraordinaria de Tiantian; había dibujado perfectamente el frío gélido y transparente de su mirada. El pincel acentuaba una expresión difícil de palpar, parecía que cuando dibujó su rostro frente al espejo, había disfrutado de su soledad con una alegría difícil de explicar. Él abandonó al chico del espejo y luego le transfundió sangre mágica para resucitarlo y hacerlo elevarse como la niebla hasta lo más alto del universo.

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