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Le di el café, agradeció mientras me observaba sin disimular:

– Eres más bonita de lo que pensaba, te imaginaba alta y fuerte -sonreí perturbada-. Oh, perdón, aún no me he presentado formalmente, yo soy la madre de Tiantian, puedes llamarme Connie.

Sacó de su bolso una elegante caja de habanos, le di el encendedor, prendió el puro con sumo cuidado, la habitación se llenó de humo gris azulado, un olor un poco picante, pero daba un agradable tono exótico al ambiente, las dos nos relajamos un poco.

– No les avisé con anticipación mi llegada, pero pensé que así era mejor, mi hijo me decía en las cartas que no quería que yo volviera. -Esbozó una sonrisa triste. Su cara muy bien conservada casi no tenía ni una arruga, su pelo negro con permanente brillaba con su corte estilo Juana de Arco. Casi todas las mujeres que viven un tiempo en el extranjero traen ese corte, la sombra de ojos color café, los labios color vino tinto, el traje confeccionado a la perfección, tal vez sea el modo de vida en el extranjero que las impulsa a estar siempre elegantes para aligerar la discriminación racial que sufren los chinos fuera de China.

Miró durante un largo rato el autorretrato de Tiantian, tenía una expresión muy pesada, como recién salida de aguas profundas, luego su mirada se posó en nuestra cama grande, siempre desarreglada. Con las piernas juntas y los brazos sobre ellas, me senté a su lado lista para aguantar el pesado interrogatorio de una madre. Tal y como lo esperaba, ella empezó:

– ¿Cuándo regresa Tiantian?… es mi culpa por no hablar antes o enviar una carta.

Connie finalmente hizo la pregunta, sus ojos estaban llenos de esperanza y angustia, como una niña esperando un momento crucial. Abrí los labios, mi boca y mi lengua estaban secas y rasposas:

– Él…

– Por cierto -sacó una foto del bolso-, este es mi hijo hace diez años, entonces tenía cara de bebé, no era muy alto, cuando lo vea creo que no lo reconoceré.

Me dio la foto, vi a un niño flaco de mirada lánguida, vestido de chaqueta café, pantalón largo de pana, zapatos deportivos blancos. Estaba parado al lado de una planta de cáñamo rojo como el fuego, su pelo flotaba suave como la planta de diente de león bajo los rayos del sol, tan ligero que podía ser llevado por la brisa en cualquier momento. Era Tiantian en 1989, parecía una escena que yo ya había visto en mis sueños, tenía la impresión de conocerla, podía reconocer los rastros difusos de los colores y olores.

– En realidad Tiantian hace un buen rato que ya no está aquí… Aunque no era fácil esbozar estas palabras, sin embargo le conté la secuencia de todos los acontecimientos. Por mi mente pasaban una tras otra esas imágenes flotantes que emitían una luz pálida, era la tristeza y la pasión que venían a mi memoria.

La taza de café en las manos de Connie se cayó al suelo, la taza no se rompió, pero su falda roja y su rodilla estaba empapadas, estaba lívida, no habló durante un rato, ni me gritó ni hizo ningún gesto violento.

Sentía un extraño alivio, otra mujer importante en la vida de Tiantian compartía conmigo la tristeza. Parecía que hacía todo lo posible para controlarse y no perder la compostura. Salté y fui al baño para traer una toalla y limpiar la mancha de su falda. Ella me retiró la mano en señal de que no era necesario o no importaba.

– En mi ropero hay faldas limpias, puedes escoger una que te quede bien y te cambias.

– Quiero ir a verlo, ¿se puede? -Levantó la cabeza y me dirigió una mirada desolada.

– Según los reglamentos no se puede, pero en unos días más él podrá salir -le dije con voz tierna y nuevamente le sugerí secar su falda o cambiarse.

– No es necesario -dijo murmurando-, todo es por mi culpa, no debí permitir que llegara a esto, me odio, en todos estos años no le di nada, debí habérmelo llevado a mi lado hace mucho tiempo, aunque él no hubiera querido tendría que haberlo forzado… -Empezó a llorar, mientras se sonaba la nariz con el pañuelo.

– ¿Por que nunca viniste a verlo y esperaste hasta ahora? -le pregunté con sinceridad, su llanto me contagió, tenía un nudo en la garganta. Yo nunca la había considerado una madre competente. Sin importar cuánta tristeza innombrable tenía esta mujer extraña que vino de España y cuánto pasado confuso y desconocido, yo no tenía derecho a juzgar su vida, ni su comportamiento, pero siempre consideré que había una íntima relación entre la vida desarraigada de Tiantian llena de almas perdidas y sombras oscuras y esta mujer. Estaban unidos para siempre por un podrido cordón umbilical. Desde que escapó de su casa y dejó a su hijo, desde que las cenizas de su esposo llegaron en un avión MacDonnell, el destino de su pequeño hijo estaba sellado. Fue un proceso de lenta pérdida de confianza, de la inocencia, del entusiasmo y de la alegría, como cuando las células de un organismo pierden poco a poco la resistencia ante la insensibilidad, ante la corrupción. Madre, hijo, humo, muerte, terror, frialdad, dolor que se apodera del hombre, todo esto junto, cada acción tiene su reacción, es como el eterno girar de la rueda de la vida y de la muerte en el budismo.

– Seguro que me odia hasta los huesos, él me respeta a la distancia, quiere huir de mí -susurraba para sí-, ahora que regresé seguro me odiará aún más, siempre ha creído que yo maté a su padre… -sus ojos repentinamente reflejaron una luz gélida, como gotas de lluvia invernal en la ventana.

– Todo es por las heridas que aviva esa mujer, mi hijo le cree todo, conmigo ni siquiera dice una palabra de más, no tenemos ninguna comunicación, le mando dinero, ese es mi único consuelo. He estado muy ocupada administrando mi restaurante, y pensando que llegaría el día en el que le daría a mi hijo todo el dinero ganado, y que ese día él comprendería que la persona que más lo ama en el mundo es su madre. -Derramaba lágrimas como lluvia mostrando su desolación.

Le daba pañuelos todo el tiempo, no aguantaba verla llorar así frente a mí. Las lágrimas de una mujer se parecen a una lluvia de toques de tambor plateados que contagian su ritmo particular a ciertas partes del cerebro y lo llevan a uno a las lágrimas también.

Me paré, caminé hasta el ropero, saqué una falda negra hasta la rodilla que desde que la compré hacía un año jamás la había usado, puse la falda enfrente de ella, pensé que sólo así podía detener aquel llanto interminable y parar sus recuerdos cada vez más tristes y profundos.

– Aunque he regresado, él no necesariamente querrá verme -dijo en voz baja.

– ¿Quieres lavarte la cara? Hay agua caliente en el baño, esta falda te va a quedar bien, cámbiate por favor. -La miraba con ternura, su cara estaba llena de huellas de lágrimas sobre el maquillaje, la mancha de café sobre su falda roja era muy evidente.

– Gracias -se secó la nariz-, eres una joven noble y buena. -Estiró la mano y se arregló el pelo sobre la frente, sus manos y piernas torpes recuperaron la suave elegancia típica de la mujer. -Quisiera tomar otra taza de café, ¿se puede?

– Oh, lo siento -sonreí apenada-, era la última taza de café, en la cocina no hay nada.

Antes de irse, se puso mi falda limpia, se miró adelante y atrás, la talla le quedaba muy bien. Encontré una bolsa de papel de las que dan cuando uno compra y la ayudé a guardar su falda sucia. Me abrazó y me dijo que esperaría el instante en el que se pudiera reunir con su hijo. En ese momento ella y su esposo español estaban en tratos con una empresa de bienes raíces para ver algunas casas en el centro de la ciudad y escoger el mejor lugar para abrir un restaurante. Me dejó un papel con el número de su habitación y el teléfono en el Hotel de la Paz.

– Nos veremos muy pronto, te traje un regalo que ahora olvidé, la próxima vez te daré el tuyo y el de Tiantian.

Su voz era muy suave, en la mirada tenía un destello de agradecimiento. Había entre nosotras un entendimiento tácito y una mutua simpatía. Por todos lados había errores cometidos a propósito o sin querer, por todos lados había arrepentimiento y culpa, esas cosas existen en todas las fibras de mi cuerpo, en cada nervio.

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