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– Ella es Madonna, mi compañera de primaria. -Tiantian señalaba a esa mujer extraña y por temor de no haber atraído suficientemente mi atención añadió: -También ha sido mi única amiga en Shangai en todos estos años. -Luego me presentó a mí: -Ella es Nike, mi novia. -Al terminar, con mucha naturalidad tomó mi mano y la colocó sobre su rodilla.

Asentimos mutuamente con la cabeza esbozando una leve sonrisa y, como ambas éramos amigas de Tiantian, nos embargó una sensación de confianza y simpatía. Cuando la mujer abrió la boca me espanté.

– Muchas veces Tiantian me ha hablado de ti, cuando habla de ti está horas en el teléfono, te quiere tanto que me dan celos. -Se reía mientras hablaba, con una voz profunda y rasposa que parecía la de una anciana encerrada en un tenebroso castillo de una novela de suspenso.

Miré a Tiantian, quien pretendía simular que no había pasado tal cosa.

– A él le encanta hablar por teléfono, con lo que pagamos de teléfono podríamos comprar mensualmente un televisor color de treinta y una pulgadas.

Lo dije sin pensar y luego me arrepentí por la falta de clase de mi comentario, todo lo relaciono con el dinero.

– He oído que eres escritora -dijo Madonna.

– Bueno, hace mucho que no escribo nada, y en realidad… no me considero una escritora. -Me dio un poco de pena, con el puro entusiasmo no es suficiente, además no tengo aspecto de escritora.

De pronto Tiantian comentó:

– Cocó ya publicó una colección de cuentos, buenísimos por cierto, tiene una enorme capacidad de observación, es muy aguda. Estoy seguro de que será famosa.

Hablaba con tranquilidad pero no podía esconder su admiración.

– Ahora soy moza en una cafetería -dije la verdad-. ¿Y tú? Pareces actriz.

– ¿Tiantian no te ha dicho? -Su cara mostró cierta duda, como midiendo mi reacción. -Fui mami en Guangzhou, después me casé, luego mi esposo murió dejándome una jugosa cuenta bancaria, ahora sólo me dedico a disfrutar la vida.

Asentí con la cabeza, tratando de no mostrar mi estupor, pero en el fondo de mí apareció un enorme signo de admiración. ¡Lo que tenía enfrente era una rica madam muy bien cotizada! De pronto entendí a qué se debía su aire de cansancio y su mirada penetrante de mujer de muchas batallas.

Dejamos la charla por un momento. Trajeron lo que Tiantian ya había ordenado. Todos los platos eran de mi gusto.

– Puedes ordenar lo que gustes -le dijo a Madonna.

Ella asintió con la cabeza.

– En realidad mi estómago es muy pequeño -dijo formando un círculo del tamaño de un puño con ambas manos-. Para mí el anochecer es el principio del día. Lo que para los demás es cena, para mí es desayuno, por eso no como mucho. Esta vida desordenada ha convertido mi cuerpo en un gran basurero.

– Lo que me gusta de ti es que eres un basurero -dijo Tiantian.

Yo comía y la observaba. Sólo una mujer llena de historias podía tener esa cara.

– Cuando tengas tiempo, ven a mi casa. Podemos cantar, bailar, jugar cartas, beber, además podrás conocer gente extravagante. Hace poco remodelé mi departamento. Gasté más de medio millón de dólares de Hong Kong en la iluminación y el sonido. El ambiente es mucho mejor que en la mayoría de los centros nocturnos de Shangai. -Mientras lo decía su cara no reflejaba nada.

Sonó el celular en su cartera, lo tomó y con voz suave y sensual dijo:

– ¿Dónde estás? Creo que estás en la casa del viejo Wu. Un día vas a morir en la mesa de mahjong. Ahora estoy cenando con unos amigos. Háblame a las doce de la noche. -Reía, un destello de coquetería iluminaba sus ojos.

– Es mi nuevo novio -dijo mientras apagaba el teléfono-, es un pintor loco, la próxima vez se los presento. Los jóvenes de ahora de veras que saben hablar. Hace un momento me decía que quería morir en mi cama -nuevamente sonrió-; a quién le importa si es cierto o falso, con que sepan divertir a esta vieja es más que suficiente.

Tiantian, sin escuchar ni interferir en la conversación, hojeaba el diario vespertino Pueblo nuevo. Ése era su único contacto con la realidad que lo rodeaba, era lo que le recordaba que aún vivía en esta ciudad. Yo me sentía un poco incómoda con las confesiones de Madonna.

– ¡Eres adorable! -dijo Madonna mientras observaba mi cara-. No sólo eres femenina sino que tienes ese aire altivo y distante que tanto atrae a los hombres. Desgraciadamente ya estoy fuera de circulación, de lo contrario hubiera hecho de ti la chica más cotizada.

Sin esperar mi reacción, estalló en risas.

– Perdón, discúlpame, es sólo una broma. -Sus ojos bajo la luz se movían con gran rapidez, reflejando una tremenda fuerza espiritual. Me hizo recordar a los grandes genios, tan inteligentes y tan cerca de la locura.

– No digas tonterías, yo soy muy celoso -dijo Tiantian y levantando la cabeza del periódico me miró cariñosamente. Puso una mano alrededor de mi cintura. Nosotros siempre nos sentábamos uno al lado del otro, como hermanos siameses, aunque no sea muy apropiado en algunos lugares sofisticados.

Sonreí levemente mientras miraba a Madonna.

– Tú también eres muy hermosa, tienes una belleza de otro tipo, no de la falsa sino de la verdadera.

Nos despedimos en la puerta del Cotton Club. Cuando me abrazó me dijo:

– Querida, tengo muchas historias que contarte, por si quieres escribir un best-seller.

Después abrazó a Tiantian muy cariñosamente y le dijo:

– Adiós, mi pequeño inútil -así lo llamaba-, cuida a tu amada, el amor es lo más poderoso de este mundo, puede hacerte volar, olvidar todo, alguien tan indefenso como tú sin amor se perdería rápidamente. Te llamaré luego.

Nos mandó un beso al aire mientras subía al Santana 2000 blanco estacionado en la acera. Desapareció en su coche inmediatamente.

Sus palabras me daban vueltas en la cabeza, en esas frases estaban escondidos pedazos de sabiduría, más brillantes que los destellos de la noche, más verdaderos que la verdad. El beso que nos mandó aún flotaba en el aire, oloroso y salvaje.

– Es una auténtica loca-dijo Tiantian alegremente-, pero es maravillosa, ¿no? Antes, para evitar que hiciera tonterías solo en mi habitación, venía a media noche y volábamos por la autopista. Tomábamos mucho, fumábamos marihuana y así, high, flotábamos hasta el amanecer. Después te encontré a ti, todo se arregló de repente, tú no eres como nosotros, somos dos estilos muy distintos, tú posees un enorme espíritu de lucha, crees en el futuro, tú y tu espíritu vigoroso me dan razón para vivir, ¿me crees? Yo nunca miento.

– Tonto -le di un pellizco en la nalga.

– ¡Tú también eres una loca! -gritó de dolor.

Para Tiantian la gente anormal, especialmente los locos, de los manicomios, era digna de admiración. Los locos, sólo por tener una inteligencia extraordinaria, que la sociedad no comprende, son considerados locos. El pensaba que las cosas bellas sólo lo son en su relación con la muerte, con la desesperación o con el crimen. Por ejemplo, Dostoievski sufría de epilepsia, Van Gogh se cortó una oreja, Dalí era impotente, Allen Ginsberg era homosexual, o todos esos norteamericanos que durante la guerra fría de los años cincuenta fueron encerrados en el manicomio por sospechar que eran comunistas, como la señorita Frances Farmer, la actriz de cine a quien le hicieron la lobotomía. Gavin Friday, el cantante pop irlandés, todo el tiempo andaba con una gruesa capa de maquillaje brillante; Henry Miller en sus tiempos de gran pobreza deambulaba frente a los restaurantes para conseguir un pedazo de carne y pedía limosna bajo los faroles de la calle esperando conseguir diez centavos para el metro. Eran como hierba silvestre llena de vida, que sin embargo nace y muere sola.

La luz de la noche era pálida y tierna.

Abrazados, Tiantian y yo, caminamos por la limpia avenida Huaihai. Las luces, las sombras de los árboles, los techos estilo gótico de los almacenes Printemps y los paseantes vestidos con ropa otoñal, flotaban livianos en la palidez de la noche. Se sentía ese ambiente delicado y elegante propio de Shangai.

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