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– Cocó -la expresión de Tiantian aún era fría-, sabíamos desde el principio de nuestras diferencias, siempre dije que éramos dos tipos de persona, aunque eso no impedía nuestro amor, tú eres una chica llena de energía decidida a ser alguien, y yo no tengo aspiraciones, me voy con las olas, los filósofos dicen "todo viene de la nada", y "todo lo que poseemos tiene sentido en función de la nada".

– Que se mueran los que dicen eso, no leas más esos libros, júntate con los vivos, haz más trabajo físico. Mi papá dice: "el trabajo hace al hombre saludable", lo que necesitas es sol y pasto y un sueño de felicidad y el disfrute que viene con él -hablaba yo tan rápido como una máquina de coser en la noche oscura.

– Por ejemplo, mañana te vas a ese maldito centro de rehabilitación, participarás en algunas labores sencillas, cantarán todos juntos, cuando superes esos días espantosos te ayudaré para que te relaciones con otras mujeres, pero de ninguna manera te puedes enamorar, si hay necesidad te buscaré una puta, lo único que quiero es que te recuperes por completo. -Lloraba mientras hablaba, los espejos se empañaron.

Tiantian me abrazó:

– Enloqueciste. -Sacó el pañuelo del bolsillo y me limpió las lágrimas.

Lo miraba llorando con los ojos nublados.

– Enloquecí porque tú estas loco.

Una mirada insistente me apuñalaba desde un extremo del restaurante y se reflejaba en el espejo opuesto, cuando me distraje por un momento vi a Mark. Estaba sentado con una mujer extranjera de mediana edad que parecía ser su amiga. Seguramente que ya llevaba un rato fijando la mirada en mí.

Fingí no haberlo visto, llamé al mozo para pagar. Era miércoles, cualquier cosa podía pasar. Mark seguía mirándome. Tenía en la cara una expresión de duda y preocupación. Se paró como si nada, yo di vuelta la cara. El mozo se acercó con grandes pasos, me mostró la cuenta, saqué la billetera, por más rápido que quisiera irme, los yuanes no salían.

Mark finalmente se nos acercó, puso cara de sorprendido.

– ¡Ah!, qué coincidencia, jamás imaginé encontrarlos aquí. -Primero estiró la mano hacia Tiantian.

De pronto lo odiaba, odiaba esa escena, odiaba a ese alemán, con qué derecho estiraba las manos hipócritas hacia Tiantian. Esas manos que habían tocado cada recoveco del cuerpo de esta mujer. En ese instante tan falso, esas manos eran particularmente ofensivas. Acaso no se había dado cuenta de que Tiantian en ese momento estaba tan débil e indefenso. Por Dios, acabábamos de sostener una conversación cruel y desgarradora, ese joven al día siguiente iría al centro de rehabilitación, estábamos desesperados y justo en ese momento este hombre de mi vida secreta, de mis encuentros carnales que me avergüenzan se acercó, e hipócrita y cortés le dice a Tiantian:

– ¿Cómo estás?

Aunque tuviera cien motivos para desearme debería de aguantarse, quedarse allá, lejos de nosotros, dejarnos salir en paz.

Me atacaron los nervios, tiraba de la mano de Tiantian caminando rápidamente hacia la puerta. Mark nos alcanzó y me dio el libro que había olvidado en la mesa. Le agradecí en voz baja, y luego aun en voz más baja le dije:

– Vete.

Casi toda la noche no cerramos los ojos, nos besábamos, el cuarto estaba lleno de la amargura de nuestra saliva. Nuestra cama parecía una isla segura y solitaria flotando en medio del mar tempestuoso. Nos refugiábamos en el amor del otro. Cuando el corazón se rompe produce un sonido suave y delicado parecido al de los muebles de madera cuando se rajan. Le juré que iría a verlo con frecuencia, que cuidaría bien de mí y de Ovillo, que escribiría mi novela con mucho ánimo, que nunca me hundiría en ninguna pesadilla. Yo necesitaba creer que era la mujer más hermosa y más afortunada, tenía que creer en los milagros. Era todo lo que podía hacer. Le prometí que esperaría hasta ver con mis ojos, con lo blanco azulado brillante, el retorno de la sombra de su silueta.

Te amo, así es mi amor.

Al otro día a la mañana lo llevé al centro de rehabilitación. Buscaron en un cuaderno el nombre de Tiantian, yo lo había anotado con anticipación. Algunas cosas del equipaje que consideraron innecesarias me las devolvieron, la puerta de hierro se cerró, nos miramos un instante por última vez.

XXI Cocktails

Vengan escritores y críticos.

Profeticen con su pluma.

Bob Dylan

El amor nos desgarra.

Ian Curtis

Diferentes mujeres tienen diferentes reputaciones.

Sally Stanford

Escribí durante una semana entera en mi habitación, ni siquiera me peinaba. Nadie llamó por teléfono ni tocó a la puerta (excepto el empleado del restaurante Pequeño Sichuan que me traía la comida y una anciana del comité vecinal encargada de recoger el dinero para la limpieza de las calles). Estaba aturdida, parecía resbalarme en lodo, desde una puerta a la otra, desde la realidad a la ficción, no me costaba mucho trabajo, la novela me arrastraba.

Dejé los adornos y el arte de decir mentiras, decidí apegarme totalmente a la realidad y mostrar mi vida ante el público. No necesité gran valentía, fue suficiente con seguir esa fuerza misteriosa que emergía de la oscuridad y con deleitarme escribiendo y listo. No tenía que aparentar inocencia ni tampoco crueldad. De ese modo descubría mi verdadera existencia, enfrentaba los temores a la soledad, la pobreza, la muerte y otras cosas horribles.

Con frecuencia me quedaba dormida encima del borrador, y me despertaba con la cara inflamada. En algunas ocasiones, cuando la aguja plateada del reloj de pared señalaba las doce, empezaba a oír un sonido. Era un sonido recurrente, parecía el ronquido del vecino, un obrero reparador de maquinaria, también parecía el ruido de alguna lejana grúa de una construcción y también parecía el ruido de la heladera de mi cocina.

Varias veces, cuando perdía la paciencia, soltaba la pluma y me iba silenciosamente a la cocina, abría la heladera, esperando encontrar un tigre escondido, que se me echara encima, tapara mi boca y nariz con su pelo dorado, me asfixiara y luego sin la menor vacilación me violara.

En realidad, en ese encierro inexplicable descubrí el Tao, me iluminé. El paraíso es así, eres libre y sin preocupaciones. No hay hombres que se fijen en tu ropa o en tu peinado, ni nadie que critique el tamaño de tus pechos ni el tipo de mirada que tienes. No hay reuniones sociales a las que hay que correr, ni policías que te refrenen las locuras, ni jefes que supervisen tus adelantos en el trabajo, ni una distinción clara entre la oscuridad de la noche y lo brillante del día, y tampoco hay nadie que venga a aprovecharse de tus sentimientos.

Mi propia novela me hipnotizó. Para describir con mucha precisión una escena tórrida de mi novela intenté escribir desnuda. Muchos creen que entre el cuerpo y la mente existe una relación inevitable. El poeta norteamericano Theodore Roethke se ponía y se quitaba la ropa frente a un espejo en su vieja casona para sentir continuamente la inspiración que venía de su cuerpo desnudo bailando. Quién sabe si esa historia es cierta o no, pero yo siempre he creído que escribir tiene una íntima relación con el cuerpo. Cuando me siento corporalmente plena, las oraciones que escribo son cortas y precisas, cuando estoy flaca, a punto de desaparecer, las oraciones de mi novela son larguísimas como algas marinas suaves y sedosas. Rompí los límites de mi propio cuerpo, pretendí llegar lo antes posible hasta el cielo e incluso hasta el universo, para escribir una cosa elegante y grandiosa. Tal vez eso sea como el lema de Dios, pero yo me esforcé por hacerlo.

En mi novela aparece una pareja abrazada mientras el fuego se expande por el cuarto, ellos saben que jamás saldrán de allí, el fuego había sellado todas las puertas y ventanas, por lo que lo único que les quedaba era hacer enloquecidamente el amor. Esa historia me la contó alguno de mis múltiples ex novios, sucedió cerca de su casa.

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