Yo respiraba esos efluvios invisibles como degustando un licor de jade o de rubí. Traté de liberarme de ese rechazo por el mundo propio de la juventud, para permitirme ingresar en las entrañas de la ciudad como un gusano penetra el corazón de una gran manzana.
Estas imágenes me subieron el ánimo, tomé a mi amado Tiantian y empezamos a bailar sobre la acera.
– Tu espíritu romántico surge de improviso y es expansivo como la peritonitis aguda -me susurró Tiantian. Algunos peatones nos miraban sorprendidos.
– Ésta se llama Despacio hacia París, es la canción de fox-trot que más me gusta -dije con seriedad.
Caminamos lentamente hacia el Bund. En la profundidad de la noche ese lugar se convertía en un paraíso silencioso. Nos subimos al techo del Hotel de la Paz. Conocíamos un pasadizo secreto, entramos por un ventanal bajo en el baño de mujeres y luego tomamos un pasillo al final de la escalera de incendios. Habíamos subido muchas veces sin ser descubiertos.
Parados en el techo, contemplamos las luces de los edificios a ambas orillas de las aguas del río Huangpu y particularmente la torre Perla de Oriente, la primera de Asia, el símbolo que muchos veneran en esta ciudad, que no es más que un largo pene de acero apuntando hacia el cielo, una prueba irrefutable del culto de esta ciudad a la reproducción. Los barcos, las olas, el pasto oscuro, las deslumbrantes luces de neón, las construcciones impresionantes. Estas creaciones y el brillo de la civilización material son los estimulantes que usa la ciudad para autoembriagarse. Todo eso nada tiene que ver con la vida particular de los individuos. Un accidente automovilístico o una enfermedad mortal acaba con nosotros, pero la sombra espléndida e irresistible de la ciudad gira interminablemente como un cuerpo celeste, por toda la eternidad.
Al pensar en eso me sentí minúscula como una hormiga.
Estos pensamientos no nos impedían estar parados en el techo de ese edificio repleto de historia. Observando la ciudad y escuchando los débiles sonidos de la orquesta de jazz que tocaba en el hotel, hablábamos de nuestros sentimientos, de nuestro amor. Acariciada por el viento húmedo que soplaba desde el río Huangpu, disfruté de quitarme la ropa y quedarme en bombacha y corpiño. Seguramente tengo debilidad por la ropa interior, o estoy enamorada de mí misma o soy una exhibicionista irredenta. Lo único que quería era poder despertar el deseo sexual de Tiantian.
– No hagas eso -decía Tiantian con amargura mientras volteaba la cabeza hacia el otro lado.
Pero yo seguía quitándome la ropa, como una nudista profesional. Pequeñas flores azules ardían sobre mi piel, una sensación sutil me impedía ver mi propia belleza, mi naturaleza, mi personalidad. Todo lo que hacía era sólo para crear una leyenda extraña, la leyenda de mí y el hombre que amo.
El joven sentado junto a la baranda, triste, confundido, con una mezcla de frustración y agradecimiento, miraba a la muchacha bailar bajo la luz de la luna. Su cuerpo brillaba como las plumas de un cisne y se movía con la fuerza de un leopardo. Sus movimientos eran los de una batalla felina, estilizadas contorsiones que invocaban la locura.
– Inténtalo, penétrame, como un verdadero amante, mi amor, inténtalo.
– No puedo, no voy a lograrlo -dijo él encogiéndose.
– No hay modo, entonces me voy a tirar -dijo la joven mientras tomaba la baranda simulando querer subir. Él la abrazó, la besó. El deseo roto en mil pedazos no encontraba salida. La ilusión creada por el amor no se podía consumar en la carne, los espíritus malignos derrotaron y expulsaron a los espíritus del gozo, y nuestros cuerpos fueron cubiertos y nuestras gargantas sofocadas por el polvo de la derrota.
Tres de la madrugada. Acurrucada en mi cómoda y amplia cama observaba a Tiantian. Estaba dormido o pretendía estarlo. En el cuarto había un silencio particular. Su autorretrato colgaba encima del piano. Era una cara perfecta. ¿Quién podía resistirse a amar esa cara? Ese amor espiritual no cesaba de desgarrar nuestras carnes.
Muchas veces, al lado de mi amado, poso mis dedos finos en mi sexo y vuelo hasta los confines del orgasmo. En mi mente llevo por siempre la sombra del crimen y del castigo.
III Tuve un sue ño
Las chicas buenas van al paraíso, las malas se convierten en almas errantes.
Jim Steiman
Cuando una mujer elige la profesión de escribir la mayoría de las veces es para ocupar un lugar en una sociedad regida por hombres.
Erica Jong
¿Qué tipo de persona soy yo? Para mis padres soy odiosa, mal agradecida (a los cinco años ya me aventuraba a la calle con un chupetín dulce en la mano); para mis maestros, el jefe editorial de la revista o mis colegas soy una mujer inexplicablemente inteligente (experta en la profesión, de carácter inestable, que con sólo ver el inicio de una novela o un cuento ya sabe el final); para los hombres soy una hermosa flor primaveral (tengo un par de ojos grandes como las mujeres de las caricaturas japonesas y un cuello largo como el de Cocó Chanel). Y ante mí misma, soy una chica bastante corriente que tal vez un día se convierta en una famosa mujer difícil de destronar.
Mi bisabuela cuando vivía siempre decía: "El destino del hombre es como la cola de un barrilete, un extremo está en el suelo y el otro en el cielo, así que en el cielo o en el suelo nadie escapa de su destino". También decía: "El hombre es como el pasto de tres temporadas, nunca sabes cuál temporada fue mejor".
Era una anciana diminuta de cabellos blancos como la nieve, todo el día sentada en una mecedora, parecía una bola de hilo blanco. Se decía que ella tenía habilidades extraordinarias. En una ocasión adivinó con mucha exactitud un temblor de tierra de tres grados en 1987 en Shangai y también con exactitud tres días antes de morir les informó a todos en la casa su fecha de muerte. Hasta hoy, su fotografía cuelga en la pared de la casa de mis padres, ellos piensan que ella aún protege a toda la familia. También fue mi abuela quien predijo que yo me convertiría en una escritora talentosa, que la estrella de las artes y las letras brillaba sobre mi cabeza, que la tinta negra llenaba mi vientre y que yo finalmente iba a sobresalir.
En la universidad constantemente escribía cartas para mis amores secretos, era tanta la pasión con que escribía esas cartas que yo estaba casi segura de que tendría éxito. Los relatos que escribía en la editorial parecían novelas por sus tramas enredadas y hermoso lenguaje, la verdad se confundía con la mentira y la mentira parecía verdad.
Cuando finalmente me di cuenta de que todo lo que había hecho no era más que desperdiciar mi talento literario, renuncié a ese trabajo bien remunerado, y en consecuencia mis padres se decepcionaron de mí. En aquel entonces mi padre había movido cielo y tierra para encontrarme ese trabajo.
– ¿Realmente eres esa pequeña niña que yo parí? ¿Por qué siempre te crecen cuernos en la cabeza y espinas en los pies? Dime, ¿para qué todos estos esfuerzos inútiles? -decía mi madre. Ella es una mujer dulce y frágil, se pasó toda su vida remendando las camisas de su marido y buscando la felicidad para su hija. Ella no puede aceptar las relaciones sexuales antes del matrimonio y de ninguna manera puede tolerar que las niñas usen remeras ajustadas sin sostén y se les marquen los pezones.
– Un día te darás cuenta de que lo más importante en la vida es la estabilidad y la tranquilidad. Zhang Ailing también solía decir que la estabilidad es la base de la vida -decía mi padre. Sabía que me gustaba Zhang Ailing. Mi padre es un gordito profesor de historia en la universidad, le gusta fumar puros y también disfruta conversar con los jóvenes. Él es de modales refinados y mostró debilidad por mí desde que yo era pequeña. Ya a mis tres años cultivaba mis gustos musicales con óperas como La Bohème. Siempre se preocupaba de que cuando creciera un hombre malo me iba a engañar y me iba a atrapar, decía que yo era el tesoro más apreciado en su vida, que yo tenía que tratar a los hombres con seriedad y prudencia, que no debía verter lágrimas por ellos.