– No quiero que venga a Shangai -dijo Tiantian, estiró el cuerpo y se tiró sobre la almohada. Con los ojos abiertos miró el techo. El techo, blanco inmaculado, podía transportar a la gente a un vacío sin límites. En la historia que una vez me contó Tiantian, la palabra "Madre" evocaba algo raro, difícil de discernir, siempre con la sombra oscura de la extraña muerte de su padre. "Mi madre de antes era un hada de pelo largo, de voz dulce, siempre perfumada, sus dedos eran suaves y blancos, sabía tejer hermosos suéteres…"
– Así la veía yo hace diez años. Luego me mandó fotos pero las tiré -Tiantian hablaba mirando el techo.
– ¿Cómo será ahora? -tenía mucha curiosidad por aquella mujer que vivía en España.
– No conozco a la persona de las fotos -se dio vuelta y me dio la espalda. La angustia se apoderó de él. Prefería comunicarse con ella a través de cartas o postales y no tenerla un día parada frente a frente, en vivo y a todo color. Así no, si eso sucediera, todo su equilibrio psicológico se desplomaría. En el mundo hay infinidad de madres e hijos pero pocos como ellos, entre ellos hay una barrera. Los lazos de sangre y de ternura no pueden con la desconfianza, la guerra tejida por el amor y el odio se puede prolongar hasta un final impredecible.
La otra carta era de Mark para mí. En el sobre había dos invitaciones y una nota corta: "En la fiesta me quedé muy impresionado contigo, me gustaría volver a verte".
Pasé las invitaciones a Tiantian:
– Vamos a ver la exposición, el alemán no olvidó su promesa.
– Yo no voy, ve sola. -Tiantian cerró los ojos, parecía disgustado.
– Eh, a ti siempre te han gustado las exposiciones -le dije extrañada. Era verdad, frecuentemente con su cámara iba a todas las exposiciones, de pintura, de fotografía, de libros, de escultura, de muebles, de caligrafía, de flores, de coches, de todo tipo de maquinaria industrial, entre montones de obras asombrosas se divertía tanto que se le olvidaba regresar a casa. Era un fanático de las exposiciones. Eso era su ventana hacia el mundo real, según mi psicoanalista Wu Dawei, las personas que padecen aislamiento frecuentemente son buenos mirones.
– Yo no quiero ir. -Tiantian de repente me miró fijamente y con un tono incontrolablemente sarcástico preguntó:
– ¿Ese alemán siempre corteja a las novias de los demás?
– Ah, ¿eso piensas? -le devolví la ironía. Este tipo de sentimientos no era frecuente entre nosotros. Cuando los ojos de Tiantian albergan alguna sospecha se vuelven fríos como caracoles, es muy incómodo, lo blanco de sus ojos crece mientras lo negro disminuye de tamaño. Además mi actitud cruel, tal vez originada por la vulnerabilidad que llevaba como un punto oscuro en mi persona, perturbaba aún más al hipersensible Tiantian.
Tiantian se calló y sin decir una palabra fue a la otra habitación. Su espalda parecía decirme: "No me tomes por tonto, bailaron pegados toda la noche y luego vino con nosotros a la casa". Yo también me callé y no pronuncié una palabra.
X Ll évame a tu casa
No hay nada mejor para la voz de una mujer que una vida sexual sana.
Leontyne Price
Toda mujer adora a un fascista,
la bota en la cara, brutal,
brutal corazón de una bestia, como tú…
Sylvia Plath
Ese día fui sola a la exposición. La galería Liu Haisu estaba repleta de gente. Bajo la luz entre la multitud exuberante se podía oler gente rica, pobre, enferma, sana, artistas, mediocres, aventureros, chinos, extranjeros.
Vi a Mark frente a un cuadro llamado La transformación en U. Alto y fuerte, estaba parado frente a mí con su cabello dorado.
– Hi, Coco. -Puso una mano en mi espalda, me besó a la francesa y me abrazó a la italiana, se veía muy feliz:
– ¿Tu novio no vino?
Sonriendo negué con la cabeza, luego adopté la pose de interesada en los cuadros.
Como una sombra, estuvo todo el tiempo a mi lado, exhalando todo él un aroma de tierras lejanas, me seguía mientras yo caminaba por los pasillos viendo los cuadros. En su actitud tan paciente había algo que me inquietaba, parecía un cazador al acecho frente a la presa deseada. Toda mi atención estaba en su cuerpo, los cuadros pasaban ante mis ojos convertidos en una mezcla desordenada de colores y líneas caprichosas.
El río de gente se arrastraba lentamente, empujándonos y juntándonos. No supe cuándo su mano tomó mi cintura. De pronto dos caras conocidas saltaron a mi vista, allá, a la izquierda, justo frente al tercer cuadro, como grullas entre gallinas estaban Madonna y Dick. Su ropa, espléndida, era admirable, llevaban anteojos a la moda de armazón minúsculo. Su pelo estaba arreglado de una forma cuidadosamente desordenada. Me asusté, rápidamente me paré entre la multitud y cambié de dirección. Mark sin inmutarse me seguía maliciosamente de cerca, su mano peligrosamente en mi cintura me quemaba como el fuego.
La aparición repentina de la pareja de amantes despertó en mi el deseo de transgredir. Pues sí, tal vez desde el principio me había preparado para ello.
– Acabo de ver a Madonna y a su novio -dijo Mark con una sonrisa ambigua y seductora.
– Yo también los vi, así que escapemos -le dije con una intención muy clara. Tan pronto como pronuncié esas palabras, estiró el brazo y se adueñó de mí, como un ladrón de bancos que no permite ninguna explicación me sacó volando de la galería y me metió en su Ford. Luego, sumida en un gozo cruel, ya no fui dueña de mis actos.
En ese instante, si hubiera tenido un mínimo destello de autocontrol, me hubiera ido, hubiera escapado de ese elegante coche y así no hubiera pasado nada de lo que pasó después. Pero yo no era nada prudente, tampoco quería ser prudente, tenía veinticinco años y no buscaba esa tranquilidad para la cual hay que evitar todo. "Un hombre debe hacer de todo, incluido lo debido y lo indebido", creo que fue el gran Dalí quien dijo eso.
Cuando abrí grandes mis ojos y vi cómo él se inclinaba poco a poco hacia mí, me di cuenta de la atmósfera oscura que flotaba en esa enorme habitación, espaciosa, tranquila, llena de olor a hombre extraño y a muebles ajenos.
Besó mis labios y de pronto levantó la cabeza:
– ¿Quieres una copa? -Como una niña pequeña asentí con fuerza. Mi cuerpo estaba frío, mis labios helados, tal vez una copa estaría bien. Con el alcohol me convertiré en una mujer caliente.
Lo vi levantarse desnudo de la cama, caminó hacia un bar brillante. Sacó una botella de ron y sirvió dos copas. Al lado de la cantina estaba el equipo de sonido, puso un CD. Una voz femenina desconocida cantaba algo en dialecto pingtan. No entendía ese suave dialecto de Suzhou, pero era muy especial.
Se acercó.
– ¿Te gusta el pingtan? -busqué charla. Asintió con la cabeza y me ofreció una copa.
Es una música mágica, la más apropiada para hacer el amor -dijo Mark. Me ahogué un poco mientras tomaba el ron. Él me palmeó la espalda con una sonrisa suave y seductora en los labios.
Me besó de nuevo, un beso delicioso y prolongado, era la primera vez que me daba cuenta de que un beso antes de hacer el amor podía ser tan delicioso, calmado, nada apresurado, capaz de aumentar aún más el deseo. Sus innumerables vellos finos y dorados parecían un sinfín de rayos disparados por el sol que se pegaban cariñosos y apasionados a mi cuerpo. Con la punta de la lengua impregnada de ron lamía mis pezones y poco a poco descendía… La sensación fría del licor y el calor de su lengua me hacían perder la razón, sentí los fluidos de mi vagina correr y luego me penetró, su órgano que atemorizaba por el tamaño me provocó un ligero dolor:
– No -grité-, no sigas.
Él sin la más mínima piedad no paró ni por un momento. El dolor no tardó en convertirse en profundo placer, abrí grandes mis ojos y lo miré con rechazo y deseo a la vez, su cuerpo blanco brillante a la luz del sol me excitaba, imaginé cómo se vería con un uniforme nazi, con botas y abrigo de piel. Cuánta bestialidad y crueldad en esos ojos azules de alemán. La imaginación aumentó el placer en mi carne. "Toda mujer adora a un fascista, la bota en la cara, brutal, brutal corazón de una bestia, como tú…" escribió alguna vez Sylvia Plath, la mujer que se suicidó metiendo la cabeza en un horno. Cerré los ojos para escuchar su resuello, una que otra palabra en alemán, esa voz que había escuchado en mis sueños, y llegó al punto más sensible de mi vagina, pensé que iba a morir, él continuó y luego un orgasmo de ocupación y de abuso acompañó mis gritos.