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– La mujer de la casa vecina está desempleada, pero no veo que esté sufriendo demasiado, igual que siempre prepara la comida y espera a su marido, regresa el hijo y los tres juntos alrededor de la mesa comen contentos. Dios es justo, te da esto pero te quita aquello, puedo entender la alegría de mis vecinos -dije.

– Está bien, digamos que tienes razón, vamos a dormir. -Abrazándome por los hombros, su respiración se hizo cada vez más profunda y pronto se durmió.

Yo no podía dormir, su historia como un manantial de luz constantemente arrojaba chispas en mi cerebro, doce corrientes de colores diferentes se fundían unas con otras. Su cuerpo estaba presionando fuertemente contra el mío, podía sentir su calor, su respiración, sus heridas y sus sueños. Ella existía en los límites de lo creíble y lo increíble, en los límites entre las llamas y el hielo, poseía un atractivo sexual absorbente (por ser mujer yo lo sentía con más claridad). También poseía un sentido de la muerte pavoroso (sus vivencias y su nerviosismo sobrepasaban a los de un ser común, en cualquier momento podía salirse de control y herir como un cuchillo).

Intenté retirar su brazo, sólo si me alejaba de ella me podría quedar dormida. Pero ella me apretó aún más fuerte. Después de un fuerte suspiro en el sueño, empezó a besar mi cara. Sentía sus labios húmedos y peligrosos como una almeja hambrienta, pero yo no era Dick ni otro hombre de su vida. Traté de alejarla con todas mis fuerzas pero ella no despertaba, en la oscuridad de la noche rodeaba mi cuerpo como una hiedra. Ardiendo de calor, me moría de miedo.

De pronto despertó. Abrió los ojos, sus pestañas estaban húmedas:

– ¿Por qué me abrazas? -preguntó en voz baja, se podía ver su estado de placer.

– Fuiste tú quien me estaba abrazando -me defendí.

– Ah -suspiró-, soñé con Dick… Tal vez de veras lo quiero, estoy muy sola. -Mientras hablaba se levantó de la cama. Se acomodó los cabellos y se puso la bata de Tiantian: -Me voy a la otra habitación a dormir.

Cuando salía del cuarto sonreía con picardía, se dio vuelta y me preguntó:

– ¿Te gustó que te abrazara?

– God. -Hice un gesto hacia el techo.

– Siento que te amo, de veras, nosotras podríamos estar aún más cerca, tal vez porque nuestros signos del horóscopo son compatibles. -Con la mano me indicaba no abrir la boca. -A lo que me refiero es a que tal vez yo pueda ser la agente de tu maravillosa novela.

XVII Entre madre e hija

No deseo que mi joven hija salga y afronte la crueldad de la vida, ella debe permanecer en la sala el mayor tiempo posible.

Sigmund FREUD

Iba sentada, meciéndome, en el segundo piso del colectivo que atravesaba las calles, los edificios, los árboles que conocía tan bien, me bajé en Hongkou. Ese edificio de viviendas de veintidós pisos parecía adormilado bajo los rayos del sol, el color amarillo de las paredes exteriores parecía algo sucio debido a la contaminación de materiales químicos. Mis padres vivían en el último piso. Las calles, los edificios y la gente se veían minúsculos desde la ventana de mi cuarto, la ciudad a vista de pájaro era rica y colorida. Mi casa tenía tanta altura sobre el mar que algunos amigos de mis padres que temían a las alturas ya no los visitaban con frecuencia.

Pero a mí me encantaba la idea de que esas grandiosas construcciones en cualquier momento se podían desplomar. Shangai no está como muchas ciudades de Japón, levantada sobre suelos sísmicos. En Shangai sólo hay memoria de unas pocos y leves temblores. Recuerdo una noche de otoño cuando con los compañeros de la revista cenábamos en un restaurante de la calle Xinle, que cuando apenas empezaron los temblores solté el enorme cangrejo que tenía en las manos y de un solo salto bajé las escaleras. Esperé que mis colegas bajaran, charlamos juntos en voz baja un rato en la puerta y cuando pararon los temblores regresamos al restaurante. Con un enorme aprecio por la vida, comí rápidamente los cangrejos gordos que quedaban en mi plato.

En el ascensor eternamente estaba un anciano con un viejo traje militar apretando los botones. Siempre me imaginaba que cada vez que el ascensor subía un piso, en los cimientos débiles de la ciudad se abría una delgada grieta, que cada vez que el ascensor subía y bajaba Shangai se hundía en el Pacífico 0,0001 milímetros por segundo.

Cuando la puerta se abrió, apareció mi madre con una expresión feliz en la cara, pero se contuvo y como si nada me dijo:

– Dijiste que vendrías a las diez y media, otra vez llegas tarde. -El peinado, que seguramente se hizo en el pequeño salón de belleza de la planta baja del edificio, brillaba por el tratamiento con aceite restaurador que le pusieron.

Apareció mi padre, regordete, con una camisa nueva de la marca Lacoste. En la mano tenía un puro de la marca Corona Imperial. Para mi grata sorpresa me di cuenta de que mi padre después de todos estos años aún era un viejo simpático y atractivo.

Le di un gran abrazo: "Feliz cumpleaños, profesor Ni", sonreía dulcemente mientras sus arrugas se estiraban en la cara. Ese día era su fiesta, dos alegrías juntas llegaron a su puerta, había llegado a los cincuenta y tres años y además, después de encanecerse, finalmente era su primer día como profesor titular. Profesor titular Ni se oye mucho mejor que profesor asociado Ni.

Zhusha salió de mi cuarto, aún vivía allí temporalmente, el departamento nuevo de tres dormitorios que se compró estaba en remodelación. Era muy gracioso, mis padres de ninguna manera querían aceptar que ella les pagara algo, siempre que a escondidas les metía billetes en los monederos o en los cajones, le recriminaban:

– Nuestra propia pariente fijándose tanto en el dinero, eso no está nada bien, en la sociedad mercantil todavía existe el cariño entre parientes, aún debe de haber ciertos principios ¿o no? -le decía mi padre.

Zhusha con frecuencia le traía frutas y otros pequeños regalos, para su cumpleaños le compró una enorme caja de puros. Mi padre sólo fumaba puros nacionales de la marca Corona Imperial. Estaba muy orgulloso porque por su recomendación varios profesores europeos invitados a su centro empezaron a fumar puros Corona Imperial.

Le compré a mi padre unas medias, por un lado porque creo que el mejor regalo para un hombre son medias (a todos mis novios en los cumpleaños les he regalado medias), por otro lado, mis ahorros pronto se iban a acabar y además faltaba un tiempo para que ganara dinero con mi nuevo libro, así que había que ahorrar un poco.

Entre los invitados había varios estudiantes de posgrado de mi padre, mi madre como siempre estaba preparando la comida en la cocina, la nueva empleada doméstica contratada por horas la ayudaba a un lado. En el estudio de mi padre se oía una polémica acalorada, los hombres estaban hablando sobre temas difíciles de entender y sin ninguna utilidad concreta. Mi padre pensó alguna vez presentarme a uno de sus discípulos, yo no acepté ya que la pedantería de ese joven me daba asco. Un hombre culto además debe saber de amores, debe apreciar la belleza de la mujer, su bondad, sus virtudes y defectos. Debe saber hablar bonito, a la mujer el amor le entra primero por el oído y luego le llega al corazón.

Zhusha y yo charlábamos sentadas en el pequeño cuarto. Se había cortado el pelo según el último número de Elle. Se dice que el amor transforma la apariencia, eso es muy cierto. Le brillaba el cutis (prefería pensar que ese brillo venía del amor y no de las mascarillas Shiseido que ella usaba), sus ojos húmedos también brillaban. Recostada en el sillón floreado de madera parecía una pintura antigua de mujeres bellas.

– Siempre vistes de negro -me dijo Zhusha.

Miré mi suéter y mis pantalones ajustados:

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