El rayo de luz de luna desapareció de la sábana y la pequeña serpiente se desvaneció como una voluta de humo.
VII Un d ía en nuestra vida
Me desperté y salí de la cama.
Apenas me pasé un peine por la cabeza.
Como pude bajé las escaleras y bebí de la taza
y al alzar la vista me di cuenta de que estaba retrasado.
Tomé mi abrigo y agarré mi sombrero.
Apenas alcancé el autobús,
como pude subí las escaleras y fumé.
Alguien habló y yo empecé a soñar.
Los Beatles
Sólo el sol no tiene hojas. Todo el día nos quedamos en casa. No nos asomamos por la ventana, ni siquiera bostezamos. El lavarropas en el baño estaba repleto de zoquetes duros, de sábanas sucias. Tiantian siempre se había opuesto a tener una empleada por horas o una sirvienta para el trabajo de la casa. No le gustaba que una extraña se paseara por sus espacios privados, que tocara su ropa interior, su pipa o sus pantuflas, pero cada día éramos más perezosos. Lo mejor era dejar de comer tres veces al día.
– Con sólo absorber dos mil setecientos noventa calorías, mil doscientas catorce unidades de vitamina A y mil noventa y cuatro miligramos de calcio al día es suficiente -decía Tiantian mientras sostenía en las manos los frascos de medicina. Según él, esos productos orgánicos de tecnología moderna en color verde, blanco, amarillo pálido, le daban al cuerpo todo lo que necesitaba.
– Para mejorar el sabor se pueden combinar con jugos y yogures -afirmaba con mucha seriedad.
Yo creía que todo lo que él decía era cierto, pero comiendo así uno fácilmente se podía volver loco, perderle el gusto a la vida, yo prefería que Tiantian comiera platos de Sichuan aunque fueran caros y malos.
Como un capataz, Tiantian me urgía a escribir y supervisaba mi escritura. El, en la otra habitación, pintaba sin parar. Pintaba leoparditos, caras deformes, acuarios con pececitos dorados… poco a poco en el mercado compró mucha ropa interior Yiershuang sobre la cual pintaba con acrílico. Después de comer nos mostrábamos mutuamente nuestra obra, yo le leía partes de mi novela. Una parte que yo había suprimido le dio mucha risa. Se llamaba "Diálogo entre una paciente y su psicoanalista":
"-Odio a mi marido, parece un cerdo.
"-¿En la cama o fuera de ella?
"-No tiene cerebro, sólo piensa en revolcarse, creo que ni a una chiva en un pastizal la dejaría en paz, llegará el día en que no me pueda controlar y entonces lo voy a castrar, como hizo Lorena Bobbit, la norteamericana que hace siete años castró a su marido en el estado de Virginia.
"-¿De veras piensas así?
"-¡Oh, Dios, cómo pueden ser tan engreídos todos los hombres! ¿Qué somos las mujeres para ustedes? ¿Juguetes bonitos que pueden manipular a su antojo? Por lo que veo los analistas no sirven para nada. Le estoy pagando a un idiota.
"-¿Qué dices?
"-¿Tienes algo que decirme que valga la pena? Yo ya no soporto más que me traten como a una tonta.
"-Si piensas que no sirvo, entonces ¿qué esperas? Al salir cierra la puerta por favor.
"-¡No los aguanto, todos son unos cerdos!-gritando como loca salió corriendo."
– Que conversación tan banal, casi grotesca -dijo Tiantian riendo-, pero es muy chistosa.
Me puse una de las camisetas blancas que había pintado Tiantian, una cara de oso de caricatura. No estaba nada mal. Había muchos calzones con dibujos de luna, labios, ojos, sol, mujeres bellas. En el sillón estaban amontonadas muchas obras de arte.
– Podemos buscar dónde vender estas obras -le dije.
– ¿Crees que les gusten a alguien?
– Vamos a probar, será interesante, si no las vendemos las regalamos a los amigos.
A Tiantian le daba pena, no se atrevía vender en la calle. Elegimos el patio central de la Universidad Normal del Este de China. El jardín de la Universidad era muy agradable, era nuevo, verde y limpio. Parecía una ilusión muy distante del mundo, claro, sólo una ilusión, hasta una torre de marfil tiene una ventana hacia el exterior. Muchos estudiantes llevaban bipers o teléfonos celulares y trabajaban afuera. También eran muchas las mujeres que se dedicaban a algún tipo de actividad de dudosa reputación, intercambiaban su juventud y su inteligencia por placeres y bienes materiales. Cuando yo estaba en la Universidad Fudan, la sociedad aún no había evolucionado tanto, como mucho se veía a algunas estudiantes de modelos haciendo monerías en un desfile en la tarima del auditorio, además en esos tiempos ni la Universidad Fudan ni la mayoría de las universidades grandes tenían su propia conexión a Internet.
Elegimos una calle frente a una hilera de pequeñas tiendas al lado del campo deportivo para hacer el negocio. Justo era la hora de la cena, los estudiantes con sus recipientes se dirigían al comedor, al pasar todos nos miraban con curiosidad. Muchos se acuclillaban para ver nuestra mercancía y preguntar el precio. Yo contestaba todo, Tiantian no abrió la boca.
– Las camisetas a sesenta yuanes, los calzoncillos a cuarenta.
– ¡Muy caro! -decían tratando de bajar el precio. Yo no cedía, un precio bajo sería falta de respeto hacia el trabajo artístico de Tiantian. Empezó a oscurecer, los estudiantes se dirigían a los salones para el repaso nocturno. En las canchas ya no había nadie jugando.
– Tengo hambre -dijo Tiantian en voz baja-, ya está, vámonos a casa.
– Espera un poco -saqué un chocolate de mi bolsillo y se lo di, encendí un cigarrillo-, espera diez minutos más.
Justo entonces un negro muy guapo con un aire a George Michael, abrazando a una muchacha blanca de anteojos, se acercó.
– Hello, ropa interior artística, muy barata -los saludé en inglés. Al lado del apocado Tiantian tenía que mostrar audacia y seguridad, aunque de chica cuando mi madre me mandaba a comprar pan me ponía tan nerviosa que mi pequeña mano con el dinero arrugado nadaba en transpiración.
– ¿Los pintaron ustedes? -La muchacha blanca sonriendo miraba nuestra mercancía. -Son muy simpáticos. -Su voz era tierna y tenía un brillo inteligente en los ojos.
– Los pintó mi novio -señalé a Tiantian.
– Pinta muy bien, se parece un poco a Modigliani o a Matisse -dijo la muchacha.
Tiantian la miró alegre:
– Gracias. -Luego susurró a mi oído: -Dáselos más barato, tiene muy buena onda esta extranjera.
Pretendí no haber oído y dulcemente sonreí hacia la pareja de estudiantes blanca y negro.
– Moya, ¿qué te parecen?, pienso comprarlos todos -dijo la muchacha mientras buscaba el monedero. El negro que se llamaba Moya tenía el aspecto imponente de un jefe de tribu, tal vez venía de alguna parte de África. Abrazaba tiernamente a la muchacha:
– Yo pago. -Él también sacó un fajo de billetes de cien yuanes. La muchacha blanca insistía en pagarlo ella. Antes de irse, la muchacha sonrió y dijo:
– Gracias, espero volver a verlos.
Nos cayeron casi mil yuanes. Tiantian brincó, me abrazó, me besó y muy emocionado dijo:
– Puedo ganar dinero, antes no lo sabía.
– Claro, tú eres un hombre extraordinario, basta con que lo quieras para que logres muchas cosas -dije yo estimulándolo.
Comimos en un restaurante cercano, con un apetito excelente, y hasta cantamos en inglés una canción de amor con un aparato de Karaoke de pésimo sonido: "Amor, si pierdes el rumbo, estaré a tu lado, amor, si tienes miedo o estás herido, estaré a tu lado…", decía la vieja melodía escocesa.