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Fei Pingguo desapareció. No estaba entre los que comíamos fideos. Pensé en cinco posibilidades, entre ellas, que alguien lo sedujo o que él sedujo a alguien, quién sabe. El siempre sería un cazador o una presa hermosa. Afortunadamente no le dejé mi teléfono, de lo contrario me sentiría muy incómoda, como abandonada. Esta era mi Navidad más aburrida y lamentable.

Cinco de la madrugada, me tomé una pastilla y me acosté en el sillón de la casa de Puyong. En el tocadiscos una sonata ligera de Schubert, silencio alrededor, de repente se oían los camiones de la calle, no podía dormir. El sueño se alejaba de mi cuerpo como una sombra con alas, lo que quedaba era mi clara conciencia y mi carne sin fuerzas. La oscuridad gris me abrazaba como agua, me sentía esponjada, ligera y pesada a la vez. Esa sensación de ser transportada a otro mundo no era desagradable, entre el sueño y la realidad, no sabía si estaba muerta o viva, pero podía abrir los ojos para mirar el techo y la oscuridad que me rodeaba.

Finalmente tomé el teléfono e inclinada en el sillón le hablé a Tiantian. Aún dormía:

– ¿Quién soy? -le pregunté.

– Eres Cocó, te llamé por teléfono, no estabas en casa -dijo con voz suave sin culparme, al contrario, contento porque me las pude arreglar sola.

– Estoy en Pekín -le dije.

Sentimientos contradictorios y opresivos se adueñaron de mi corazón, en ese instante no sabía por qué estaba en Pekín. Qué inestable, mi corazón inquieto siempre flotaba de un lado para otro, nunca descansaba, yo siempre cansada e inútil, ni siquiera escribir me proporcionaba tranquilidad y satisfacción, no tenía nada, sólo andar de un lado para el otro en un avión, sólo insomnio, música, alcohol, ni siquiera el sexo me podía salvar, acostada en medio de la oscuridad parecía un muerto viviente que no podía dormir. Espero que Dios me permita casarme con un noble ciego ya que todo lo que logro ver es oscuridad, pensé. Empecé a llorar en el teléfono.

– No llores Cocó, me haces sentir mal, ¿qué pasó? -decía Tiantian adormilado, aún sin poder sacudirse del sueño pesado inducido por las pastillas para dormir. Él todas las noches tomaba pastillas para dormir, yo también tomo algunas veces.

– No pasa nada, la música de los amigos está bien, estoy muy divertida… sólo que no puedo dormir, pienso que moriré con los ojos abiertos… no tengo fuerzas pala regresar a Shangai. Además tú no estás allí, te extraño… ¿Cuándo te podré ver?

– Vente al sur, aquí se está muy bien… ¿Cómo está tu novela?

Cuando mencionó la novela me invadió el silencio, supe que regresaría a Shangai y seguiría escribiendo. Tiantian quería que hiciera eso, además yo sólo podía hacer eso, de otra manera, perdería el amor de muchos, incluso el mío propio. Sólo escribiendo me podría alejar de las personas mediocres y nefastas, sólo así me podría diferenciar de los otros, sólo así podría resucitar de las cenizas el rosal de la gitana.

XVI La prodigiosa Madonna

No aceptes invitaciones de un hombre desconocido y recuerda que todos los hombres son desconocidos.

Robin Morgan

Denme un par de zapatos altos y conquistaré el mundo.

Madonna

Regresé a Shangai. Todo pasó de manera caótica pero de alguna manera conforme a lo previsto.

Sentía estar más flaca, los fluidos de mi cuerpo convertidos en aguas negras entraron a la pluma y se plasmaron en las palabras y frases de mi novela.

Los envíos a domicilio del restaurante Pequeño Sichuan llegaban regularmente, los traía el joven Ding. Cuando estaba de buenas le prestaba algunos libros para leer, en una ocasión me trajo un pequeño artículo suyo publicado en la columna "Voces del corazón", una sección para trabajadores emigrantes en el diario vespertino Pueblo Nuevo. Lo leí y me sorprendió lo bien que estaba el texto, muy profundo. Tímidamente me dijo que su ideal era escribir un libro. Kundera dijo que en el siglo XXI todos serán escritores, con sólo tomar la pluma y escribir lo que se piensa. El deseo de compartir sus sentimientos es una necesidad espiritual de todos los seres humanos.

Con el pelo enmarañado, en pijama, escribí toda la noche, cuando me desperté en la madrugada con la cabeza sobre la mesa tenía en la frente manchas moradas de la tinta negra, miré alrededor, no había nadie, Tiantian no estaba, el teléfono no había sonado (con frecuencia lo desconecto y me olvido de conectarlo de nuevo), me fui a la cama, me acosté y seguí durmiendo.

Una noche, tal vez pasadas las diez, me despertaron unos toques en la puerta. Sentí los golpes en la boca del estómago, afortunadamente los toques a la puerta me salvaron justo a tiempo de una pesadilla. Soñaba que Tiantian se subía a un viejo tren de vapor. Los asientos del vagón estaban ocupados por extraños. Con los ojos muy abiertos veía cómo el tren partía en mis narices, un hombre vestido de militar con un casco de acero saltaba al tren. Dudé sólo por un segundo y el tren ya se había ido. Lloraba muy desesperada, me odiaba, y todo por ver mal el reloj, o tal vez por confundir los horarios de los trenes, o quizá por cobardía en el último instante no me subí. Este sueño parecía insinuar que Tiantian y yo éramos dos trenes que se cruzan al pasar.

Cansada abrí la puerta, afuera estaba Madonna, de negro, fumando un cigarro, la ropa negra la hacía parecer muy flaca y larga.

Mis pensamientos aún estaban en el sueño, ni siquiera me percaté de su desusada expresión. Parecía que había bebido, se había rociado muchísimo perfume Opium, se había recogido el cabello, se parecía a las mujeres antiguas que se peinaban con rodetes en la nuca, tenía una mirada vidriosa, su aspecto me causaba incomodidad.

– Por Dios, ¿has estado todo el tiempo en este cuarto? ¿Sigues escribiendo sin parar? -Caminó unos pasos hacia el cuarto.

– Me acabo de despertar, tenía una pesadilla, por cierto ¿ya comiste? -recordé que en todo el día no había comido nada.

– Está bien, vamos a comer una buena comida, yo invito. -Apagó el cigarrillo, me tiró su abrigo y se sentó en el sillón mientras yo me arreglaba para salir.

Su Santana 2000 blanco estaba estacionado en la calle frente al edificio. Abrió las puertas, encendió el motor, me senté a su lado, me abroché el cinturón, el coche salió como disparado. Todas las ventanillas estaban abiertas, fumar al viento era maravilloso, daba la sensación de que todas las preocupaciones se irían con el aire.

Madonna se dirigió hacia la autopista. Desde que en Shangai proliferaron las autopistas, los locos del volante empezaron a abundar. Estaba sonando el CD con una canción de amor de Zhang Xinzhe, ¿Será que tienes a otro? Dímelo, no temas herirme. Fue entonces cuando me di cuenta de que ella no estaba de buenas, además recordé a Dick y Zhusha juntos la otra noche en el Goya, y todo se me aclaró.

Madonna era una mujer impenetrable, su vida estaba llena de improvisaciones, caprichos, complicaciones, me era muy difícil imaginarme su pasado o su presente, y su futuro me parecía incierto. Tampoco sabía si su relación con Dick era seria, ya que siempre decía tener a muchos jovencitos como él, por lo que Dick tampoco parecía ser el último postre en el viaje de su vida.

– ¿Qué quieres comer, comida china, occidental o japonesa?

– Lo que sea -dije.

– Qué indecisa, odio a la gente que dice lo que sea, piénsalo y decide.

– Japonesa -dije. En la cultura de esta ciudad hay una fuerte tendencia a venerar lo japonés, la gente adora las canciones de Anmuro Namie, los libros de Murakami Haruki, los programas de televisión de Kimura Takuya y ni qué decir de los innumerables cómics o los aparatos electrónicos japoneses. A mí también me gusta la comida japonesa, fresca y elegante, y los cosméticos. El coche se paró frente al restaurante Edo de la calle Donghu.

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