– Aquí me tienes, ni dormida ni acompañada -respondió ella. ¿Por qué tenía que estropear la favorable impresión que daba mostrándose celoso?
– ¿Qué tal ha ido? -inquirió Allan
De repente se sintió demasiado cansada para contarle los detalles que, sólo unos momentos antes de la llamada, le emocionaban tanto
– Ha sido una velada muy especial -respondió Ruth-. Me he formado una imagen mucho más completa de mi madre…, en realidad, de ella y de mí misma -añadió-. Tal vez no debería tener tanto miedo a ser una esposa abominable, y quizá no sería una mala madre
– Eso ya te lo he dicho -le recordó Allan
¿Por qué no podía agradecer la posibilidad de que ella estuviera acariciando la idea de lo que él quería?
Fue entonces cuando Ruth supo que tampoco la noche siguiente haría el amor con Allan. ¿Qué sentido tendría acostarse con alguien y luego irse a Europa durante dos, casi tres semanas? (Lo pensó de nuevo y se dijo que tenía tanto sentido como posponer una y otra vez el momento de acostarse con él. No accedería a casarse con Allan sin haber dormido con él primero, por lo menos una vez.)
– Estoy cansadísima, Allan, y hay demasiadas novedades en mi cabeza
– Te escucho -dijo él
– No quiero que cenemos juntos mañana… No quiero verte hasta que regrese de Europa
Esperaba a medias que él tratara de disuadirla, pero Allan permaneció en silencio. Incluso la paciencia que tenía con ella era irritante
– Todavía te estoy escuchando -dijo Allan, porque ella se había interrumpido
– Quiero que nos acostemos, tenemos que acostarnos -le aseguró Ruth-, pero no precisamente antes de que me vaya, ni tampoco antes de que vea a mi padre -añadió, aunque sabía que eso estaba fuera de lugar-. Necesito este tiempo de ausencia para pensar en nosotros
De este modo lo expresó finalmente.
– Comprendo -dijo Allan
A Ruth le desgarraba el corazón saber que era un buen hombre, y no tener la misma certeza de si era el adecuado para ella. ¿Y de qué manera el "tiempo de ausencia" le ayudaría a determinarlo? Lo que necesitaba, para llegar a saberlo, era pasar más tiempo con Allan. Pero lo único que le dijo fue:
– Sabía que lo comprenderías
– Te quiero muchísimo -le dijo Allan.
– Lo sé muy bien
Más tarde, mientras intentaba en vano conciliar el sueño, procuró no pensar en su padre. Aunque Ted Cole había hablado a su hija sobre la relación amorosa de su madre con Eddie O'Hare, no le había explicado que esa aventura fue idea suya. Cuando Eddie le contó que su padre los había puesto en contacto a propósito, Ruth se quedó pasmada. Que su padre hubiera hecho la vista gorda a fin de hacer sentir a Marion que no era una madre adecuada no era lo que la pasmaba, pues ya sabía que su padre tenía un temperamento de conspirador. Lo que pasmaba a Ruth era que su padre hubiera querido quedarse él solo con ella, ¡que hubiera deseado hasta tal punto ser su padre!
A los treinta y seis años, Ruth amaba tanto como odiaba a su padre, y la atormentaba saber cuánto la había querido aquel hombre
Hannah a los treinta y cinco años
Ruth no podía dormir. El causante de su insomnio era el coñac, en combinación con lo que le había confesado a Eddie O'Hare, algo que ni siquiera le había dicho a Hannah Grant. En cada uno de los episodios importantes de su vida, Ruth había previsto que tendría noticias de su madre. Cuando se graduó por Exeter, por ejemplo; pero no fue así. Y luego llegó la graduación por Middlebury, y no le llegó una sola palabra de su madre
Sin embargo, Ruth no había abandonado la esperanza de recibir noticias de Marion, sobre todo en 1980, a raíz de la publicación de su primera novela. Luego publicó otras dos, la segunda en 1985 y la última muy poco tiempo atrás, en el otoño de 1990. Por esa razón cuando la presuntuosa señora Benton intentó hacerse pasar por la madre de Ruth, ésta se enfadó tanto. Durante años se había imaginado que Marion podría presentarse de improviso, exactamente de aquella manera
– ¿Crees que aparecerá alguna vez? -le preguntó Ruth a Eddie en el taxi
La había decepcionado. Durante la emocionante velada con él, Eddie había hecho mucho por contradecir la primera e injusta impresión que le había causado a Ruth, pero en el taxi titubeó demasiado
– No sé…, imagino que ante todo tu madre debe hacer las paces consigo misma antes de que pueda…, bueno, entrar de nuevo en tu vida. -Hizo una pausa, como si esperase que el taxi ya hubiera llegado al hotel Stanhope-. En fin…, Marion tiene sus demonios, sus fantasmas, supongo, y de alguna manera ha de intentar habérselas con ellos antes de ponerse en contacto contigo
– ¡Pero es mi madre, por el amor de Dios! -gritó Ruth en el taxi-. ¡Yo soy el demonio con el que debería tratar de habérselas!
Eddie no parecía tener nada que decir al respecto, y cambió de tema:
– ¡Casi se me olvida! Quería darte un libro…, no, dos libros en realidad
Ella acababa de hacerle la pregunta más importante de su vida: ¿era razonable confiar en que su madre se pondría alguna vez en contacto con ella? Y Eddie había revuelto el interior de su húmeda cartera para extraer dos volúmenes dañados por la lluvia
Uno de ellos era el ejemplar firmado sobre su letanía de felicidad sexual con Marion, Sesenta veces. ¿Y el otro? En el taxi no había sabido explicarle en qué consistía el otro libro. Se limitó a dejárselo sobre el regazo
– Has dicho que te vas a Europa, ¿no? Ésta es una buena lectura para el avión
En semejante momento, y como respuesta a la importantísima pregunta de Ruth, le había ofrecido una "lectura para el avión". Entonces el taxi se detuvo ante el Stanhope. El apretón de manos con que se despidió Eddie de ella no habría podido ser más torpe. Ruth le besó, por supuesto, y él se ruborizó… ¡como un muchacho de dieciséis años!
– ¡Tenemos que vernos de nuevo cuando vuelvas de Europa! -le gritó Eddie desde el taxi en marcha
Tal vez no se le daban bien las despedidas. Lo cierto era que llamarle "patético" y "desventurado" no le hacía justicia. Había convertido su modestia en una forma de arte. "Lucía su humildad como una insignia de honor -escribió Ruth en su diario-. Y no emplea en absoluto subterfugios." Añadió esto último porque, en más de una ocasión, le había oído decir a su padre que Eddie era un hombre dado a los equívocos y las ambigüedades
Por otro lado, al comienzo de la velada Ruth había comprendido algo más acerca de Eddie: que nunca se quejaba. Era bien parecido y de aspecto frágil, pero tal vez lo que había visto su madre en él iba más allá de la lealtad de Eddie hacia ella. A pesar de las apariencias en contra, Eddie O'Hare hacía gala de un valor notable. Había aceptado a Marion tal como era, y en el verano de 1958, suponía Ruth, su madre no debía de hallarse en un estado psicológico inmejorable