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"Escribe usted acerca del aborto, el parto y la adopción, pero nunca ha estado embarazada. Escribe sobre divorciadas y viudas, pero está soltera. Escribe sobre el momento apropiado para que una viuda reanude su contacto con el mundo, pero eso de ser viuda sólo durante un año es un camelo. ¡Yo seré viuda durante el resto de mi vida!

"Horace Walpole escribió cierta vez: "El mundo es una comedia para quienes piensan y una tragedia para quienes sienten". Pero el mundo real es trágico para quienes piensan y sienten. Sólo es cómico para quienes han tenido suerte"

Ruth pasó las páginas hasta el final de la carta y luego volvió al comienzo, pero no figuraba la dirección de la remitente. La viuda enojada ni siquiera había estampado su firma

La carta terminaba así:

"Todo lo que me queda es la oración, y la incluiré a usted en mis plegarias. ¿No le parece un hecho revelador que, a su edad, nunca se haya casado? No se ha casado ni una sola vez. Rezaré para que se case. Tal vez tenga un hijo, tal vez no. Mi marido y yo nos queríamos tanto que no quisimos tener hijos, pues podrían haber estropeado nuestra relación. Más importante todavía, rezaré para que ame realmente a su marido… y para que lo pierda. Rezaré para que se convierta en viuda para el resto de su vida. Entonces sabrá hasta qué punto ha escrito falsamente sobre el mundo real"

En lugar de firma, la mujer había escrito: Una viuda para el resto de su vida. Había una posdata que hizo estremecer a Ruth: "Tengo mucho tiempo para rezar"

Ruth envió un fax a Nueva York, preguntando a Allan si en el sobre de la carta figuraba el nombre o la dirección de la remitente, o por lo menos desde qué ciudad o pueblo la habían enviado. Pero la respuesta fue tan turbadora como la carta. La carta había sido entregada en mano en el edificio de Random House, sito en la Calle 50 Este. La recepcionista no recordaba a la mujer que entregó la carta en la editorial, ni siquiera sabía si se trataba de una mujer

Si la viuda orante había estado casada durante cincuenta y cinco años, debía de tener setenta y tantos… ¡si no más de ochenta o noventa! Tal vez la enojada anciana disponía, en efecto, de mucho tiempo para rezar, pero no le quedaba mucho tiempo por vivir

Ruth durmió durante la mayor parte de la tarde. La carta de la viuda despotricadora no era tan inquietante como había creído. Y tal vez era razonable, pues si un libro tiene algún valor, ha de ser una bofetada en la cara de alguien. Decidió que la carta de una vieja airada no iba a estropearle el viaje

Pasearía, enviaría postales, escribiría en su diario. Salvo en la Feria del Libro de Francfort, donde le sería imposible relajarse, Ruth estaba dispuesta a recuperarse en Alemania. Las anotaciones en su diario y sus postales sugieren que lo logró hasta cierto punto. ¡Incluso en la Feria de Fráncfort!

El diario de Ruth y unas postales seleccionadas

La lectura en Freising no ha estado mal, pero no sé si yo misma o el público hemos sido más sosos de lo que esperaba. Luego cena en un antiguo monasterio con techos abovedados. Bebí demasiado

Cada vez que estoy en Alemania recuerdo el contraste, en un lugar como el vestíbulo del Vier Jahreszeiten, entre los clientes del hotel bien vestidos (los hombres de negocios, siempre tan formales) y ese aspecto desgarbado de los periodistas, que parecen deleitarse en su desaliño como adolescentes empeñados en ofender a sus padres. Una sociedad desagradablemente enfrentada a sí misma, de una manera muy similar a la nuestra, pero al mismo tiempo por delante de nosotros e incluso más deteriorada

O no he superado el desfase horario o una nueva novela empieza a fraguarse en el fondo de mi mente. Lo cierto es que no puedo leer nada sin saltarme muchas cosas. El menú del servicio de habitaciones, la lista de atractivos del hotel, el primer tomo de La vida de Graham Greene, de Norman Sherry, que no me había propuesto traerme aquí…, sin duda lo metí en la bolsa sin pensar. Lo único que puedo leer son las últimas líneas de párrafos que parecen importantes, esas frases finales antes de que la escritura dé paso al blanco de la página. Sólo de vez en cuando me llama la atención una frase en medio de un párrafo. Y soy incapaz de leer de una manera ordenada, pues mi mente sigue saltando hacia delante

Sherry escribe acerca de Greene: "Su búsqueda de lo escandaloso, lo sórdido, lo sexual y lo desviado le llevó en muchas direcciones, como muestra su diario". Me pregunto si mi diario también lo muestra. Espero que sí. Me mortifica que la búsqueda de lo escandaloso, lo sórdido, lo sexual y lo desviado sea la conducta esperada (aunque no del todo aceptable) de los escritores varones. Sin duda me habría beneficiado, como escritora, haber tenido el valor de buscar más lo escandaloso, lo sórdido, lo sexual y lo desviado. Pero, a las mujeres que buscan tales cosas, o la gente las hacen sentirse avergonzadas, o parecen estrepitosamente ridículas cuando se defienden, y entonces es como si se jactaran

Supongamos que pagara a una prostituta para que me dejara verla con un cliente, a fin de captar cada detalle de los encuentros más furtivos… ¿No es eso, en cierto modo, lo que debería hacer un escritor? Sin embargo, hay temas que siguen estando vedados a las escritoras. Es algo parecido a esa dicotomía que existe con respecto al pasado sexual: es permisible, incluso atractivo, que el hombre lo haya tenido, pero si una mujer ha tenido un pasado sexual, lo mejor que puede hacer es mantenerlo en secreto

Sí, debo de estar empezando una nueva novela. Mi aturdimiento está demasiado concentrado para que se deba al desfase horario. Estoy pensando en una escritora, una mujer más extremada que yo… más extremada como escritora y como mujer. Se esfuerza al máximo por observarlo todo, por captar el menor detalle. No quiere necesariamente quedarse soltera, pero cree que el matrimonio le impondrá ciertas restricciones. No es que necesite experimentarlo todo (no es una aventurera sexual), sino que quiere verlo todo

Supongamos que paga a una prostituta para que le deje observar mientras ella está con un cliente. Supongamos que no se atreve a hacerlo ella sola y que, por ejemplo, lo hace con su novio (un novio granuja, por supuesto). Y lo que ocurre con el novio, como resultado de observar a la prostituta, es tan degradante, tan vergonzoso, que basta para que la escritora cambie de vida

Sucede algo que es más que escandaloso, demasiado sórdido, demasiado desviado. Esa novela es una demostración de una clase de desigualdad sexual: la escritora, impulsada por su necesidad de observar, va demasiado lejos. En cuanto a lo que sucede exactamente, esa experiencia concreta con la prostituta, si la escritora fuese hombre, no existiría culpa ni degradación

Norman Sherry, el biógrafo de Greene, escribe acerca del "derecho y la necesidad del novelista a utilizar su experiencia y la ajena". El señor Sherry cree que hay un algo despiadado en este "derecho" del novelista, esta terrible "necesidad", pero la relación que existe entre la observación y la imaginación es más complicada que ese algo despiadado. Hay que imaginar un buen relato y luego procurar que los detalles parezcan reales. A la hora de lograr que los detalles parezcan reales, sirve de ayuda que algunos de ellos lo sean. La experiencia personal se sobreestima, pero la observación es esencial

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