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– Sí, bastante dura -admitió Ruth, sonriendo

Una vez a bordo del avión, Ruth se tomó dos cervezas, una tras otra. Cuando tuvo que orinar, se sintió aliviada al comprobar que el dolor había disminuido. Sólo viajaban otros tres pasajeros en primera clase, y el asiento contiguo al suyo estaba libre. Le dijo a la azafata que no le sirvieran la cena, pero que la despertaran para desayunar

Se recostó en el asiento, se cubrió con la delgada manta y procuró acomodar la cabeza en la minúscula almohada. Tendría que dormir boca arriba o sobre el lado izquierdo, pues el lado derecho de la cara le dolía demasiado para dormir en esa postura. Lo último que pensó, antes de dormirse, fue que Hannah había vuelto a acertar: era demasiado dura con su padre. (Al fin y al cabo, como dice la canción, Ted era sólo un hombre.)

Por fin se durmió. Lo hizo sin interrupción hasta llegar a Alemania, y sus intentos por no soñar fueron vanos

Una viuda para el resto de su vida

Allan tuvo la culpa. Ruth no se habría pasado la noche soñando con todas las demás cartas de lectores que la odiaban, o de quienes le seguían los pasos, si Allan no le hubiera hablado de la viuda enfadada

Tiempo atrás, Ruth contestaba a todas las cartas de sus admiradores. El correo era muy copioso, sobre todo tras el éxito de su primera novela, pero ella hacía aquel esfuerzo. Nunca le habían molestado las cartas malintencionadas, y si el tono de una de ellas era incluso parcialmente burlón, la tiraba sin contestarla. ("En general, a pesar de sus frases incompletas, iba leyendo su novela con mediana satisfacción, pero las repetidas incongruencias con las comas y el uso incorrecto de la palabra "esperanzadamente" acabaron por resultarme intolerables. Interrumpí la lectura en la página 385, donde el ejemplo más notorio de su estilo, similar a una lista de la compra, me detuvo y fui en busca de una prosa mejor que la suya.") ¿Quién se molestaría en contestar a semejante carta?

Pero las objeciones a la obra de Ruth eran más a menudo quejas sobre el contenido de sus novelas. ("Lo que detesto de sus libros es que lo convierte todo en sensacional. En particular, exagera lo indecoroso.")

En cuanto a lo que llamaban "indecoroso", Ruth sabía que a algunos lectores les bastaba con que escribiera sobre ello, y no digamos que lo exagerase. Por su parte, Ruth Cole no estaba del todo segura de que exagerase lo indecoroso. Lo que más temía era que lo indecoroso se hubiera convertido hasta tal punto en un lugar tan común que no fuese posible exagerarlo. Lo que a Ruth le creaba dificultades era que solía responder a las cartas amables, pero eran precisamente estas últimas las que la escritora debía poner más empeño en no contestar. Las más peligrosas eran las cartas en las que el lector afirmaba no sólo que le había encantado un libro suyo, sino también que esa obra le había cambiado la vida

Existía una pauta. El remitente siempre expresaba un cariño imperecedero por uno o más libros de Ruth, y normalmente le decía que se había identificado con uno o más personajes de Ruth. Ella contestaba, agradeciendo su carta al lector. Éste escribía a su vez, y en la segunda carta se mostraba mucho más necesitado. Con frecuencia, un manuscrito acompañaba a la segunda carta. ("Como me encantó su libro, sé que le gustará el mío"…, esa clase de cosas.) Era habitual que el remitente sugiriese un encuentro. La tercera carta expresaba lo dolido que se sentía el remitente porque Ruth no había respondido a la segunda carta. Tanto si la escritora respondía a la tercera como si no, la cuarta carta sería la colérica… o la primera de muchas coléricas. Ésa era la pauta

Ruth pensaba que, en cierto modo, sus ex admiradores (los que se sentían decepcionados porque no podían llegar a conocerla personalmente) eran más temibles que los chinchosos que la odiaban desde el principio. La escritura de una novela exigía intimidad, requería una existencia prácticamente aislada. Por el contrario, la publicación de un libro era una experiencia alarmantemente pública. Ruth nunca se había desenvuelto bien en la parte pública de la actividad literaria

– Guten Morgen -le susurró al oído la azafata-. Frühstück… Ruth se había despertado extenuada tras sus sueños, pero tenía apetito y el café olía bien

Al otro lado del pasillo, un caballero se estaba afeitando. Sentado, se inclinaba por encima del desayuno para mirarse en un espejito de mano. El zumbido de la maquinilla eléctrica sonaba como un insecto contra una pantalla. Debajo de los pasajeros que desayunaban se extendía Baviera, cada vez más verde a medida que la nubosidad disminuía. Los primeros rayos del sol matinal disiparon la niebla. Había llovido durante toda la noche, y la pista estaría mojada cuando el aparato aterrizara en Munich

A Ruth le gustaba Alemania tanto como sus editores alemanes. Aquél era su tercer viaje y, como de costumbre, le habían explicado de antemano los pormenores de su itinerario. Los entrevistadores habrían leído su libro

En la recepción del hotel esperaban su pronta llegada, y su habitación estaba preparada. La editorial había enviado flores y fotocopias de las primeras críticas, que eran buenas. Ruth no tenía un gran dominio del alemán, pero por lo menos podía comprender las críticas. En Exeter y Middlebury había sido su única lengua extranjera. Los alemanes parecían apreciar que intentara hablar su lengua, aunque lo hiciera mal

El primer día se obligaría a estar despierta hasta mediodía. Después se echaría una siesta. Dos o tres horas bastarían para superar el desfase horario después del vuelo trasatlántico. La primera lectura, aquella noche, tendría lugar en Freising. El fin de semana, después de las entrevistas, la llevarían por carretera desde Múnich a Stuttgart. Todo estaba claro

¡Más claro de lo que siempre estaba en casa!, pensaba Ruth, cuando la empleada de la recepción le dijo: "Ah, y tenemos un fax para usted". La carta de la viuda enojada… Por un momento, Ruth la había olvidado del todo

– Willkommen in Deutschland! -le dijo la recepcionista mientras Ruth se volvía para seguir al botones hacia el ascensor. ("¡Bienvenida a Alemania!")

La carta de la viuda decía así:

"Querida: esta vez ha ido demasiado lejos. Es posible que sea cierto, como he leído en una de sus críticas, que tiene "un don satírico para coreografiar una serie poco común de males de la sociedad y debilidades humanas en un solo libro" o "para reunir las innumerables calamidades morales de nuestra época en la vida de un solo personaje". Pero no todo en nuestra vida es material cómico; existen ciertas tragedias que se resisten a una interpretación humorística. Ha ido usted demasiado lejos

"Estuve casada durante cincuenta y cinco años -proseguía la viuda (Ruth llegó a la conclusión de que su difunto esposo había sido empresario de pompas fúnebres)-. Al morir mi marido, mi vida se detuvo, pues él lo significaba todo para mí. Al perderle, lo perdí todo. ¿Y qué decir de su propia madre, la señora Cole? ¿Cree usted que encontró la manera de tomarse cómicamente la muerte de sus dos hijos? ¿Cree que les dejó a usted y a su padre para llevar una vida divertida? (¿Cómo se atrevía a decir semejante cosa?, pensó Ruth Cole.)

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