– ¿Con quién jugabas?
– Básicamente, yo sola -respondió Ruth.
– Ruthie, Ruthie… -le dijo su padre
Se le veía fatigado. No aparentaba setenta y siete años, pero su hija llegó a la conclusión de que parecía tener sesenta y tantos. Le gustaban los dorsos suaves de sus manos pequeñas y cuadradas. Ruth se concentró en las manos porque no podía mirarle a los ojos, por lo menos no podía hacerlo con el ojo derecho hinchado y cerrado
– Lo siento, Ruthie -siguió diciéndole-. Lo de Hannah…
– No quiero saber nada de eso, papá -le interrumpió Ruth-. Eres un pichabrava, no puedes tenerla quieta. En fin, la vieja historia de siempre
– Pero es que Hannah… -intentó decirle su padre.
– No quiero ni oír su nombre -replicó Ruth.
– De acuerdo, Ruthie
No soportaba ver su timidez, y ya sabía que él la amaba más que a nadie. Lo peor era que también ella le quería, más que a Allan y, desde luego, más que a Hannah. No había nadie a quien Ruth Cole amara o detestara tanto como a su padre
– Ve a buscar tu raqueta -se limitó a decirle.
– ¿Puedes ver con ese ojo? -le preguntó él.
– Puedo ver con el otro
Ruth da a su padre una lección de conducir
Aún sentía dolor cuando orinaba, pero procuró no pensar en ello. Se apresuró a ponerse el equipo de squash, ansiosa de estar en la pista, calentando la pelota, antes de que su padre estuviera preparado para jugar. También quería borrar el tiznón azul que señalaba el punto muerto en la pared frontal. No necesitaba la señal hecha con tiza para saber dónde estaba el punto muerto
La pelota ya estaba caliente, y muy viva, cuando Ruth notó un temblor en el suelo casi imperceptible: su padre trepaba por la escala del granero. Ruth corrió una vez a la pared frontal, y entonces dio media vuelta y corrió a la pared posterior, todo ello antes de oír que su padre golpeaba dos veces con la raqueta en la puerta de la pista. Ruth sólo sentía una punzada de dolor en aquel lugar tan profundo donde Scott Saunders la había embestido contra su voluntad. Si no se veía forzada a correr demasiado, estaría bien
La falta de visión del ojo derecho era un problema más considerable, pues habría momentos en los que no vería dónde estaba su padre. Ted no invadía la pista, sino que se movía lo imprescindible, pero era como si se deslizase, y si no podías verle, no sabías dónde estaba
A Ruth no se le ocultaba que era esencial ganar el primer juego. Ted era más resistente en la mitad de un partido. Ruth pensó que, si tenía suerte, su padre necesitaría un juego para localizar el punto muerto. Cuando estaban todavía en la fase de precalentamiento, ella observó que su padre miraba la pared frontal de la pista con los ojos entornados, buscando aquella tiznada azul que había desaparecido
Ganó ella el primer juego por 18 a 16, pero por entonces su padre había localizado el punto muerto y Ruth contestaba tarde el potente servicio de Ted, sobre todo cuando lo recibía en el lado izquierdo de la pista. Como no veía con el ojo derecho, prácticamente tenía que volver la cara cuando él servía. Perdió los dos juegos siguientes por 12 a 15 y 16 a 18, pero, aunque él la ganaba por 2 juegos a 1, fue Ted quien necesitó la botella de agua después del tercer juego
Ruth ganó el cuarto juego por 15 a 9. Su padre perdió el último punto al golpear la chapa. Era la primera vez que uno de los dos tocaba la chapa. En juegos, estaban empatados 2 a 2. No era la primera vez que empataba con su padre… y ella siempre había acabado por perder. Muchas veces, poco antes del quinto juego, su padre le decía: "Creo que vas a ganarme, Ruthie", y entonces él ganaba. Esta vez no dijo nada. Ruth tomó un trago de agua y le miró durante largo rato con el ojo sano
– Creo que voy a ganarte, papá -le dijo
Ganó el quinto juego por 15 a 4. Una vez más, su padre golpeó con la pelota en la chapa al perder el último punto. El sonido revelador de la chapa reverberaría en los oídos de Ruth durante los siguientes cuatro o cinco años
– Buen trabajo, Ruthie -le dijo Ted
Su padre abandonó la pista para ir en busca de la botella de agua. Ruth tenía que darse prisa. Pudo darle unos golpecitos con la raqueta en el trasero cuando él cruzaba la puerta. Lo que deseaba era abrazarle, pero él ni siquiera la miraba. " ¡Qué hombre tan raro!", se dijo Ruth. Entonces recordó la extravagancia de Eddie O'Hare cuando trató de hacer desaparecer la calderilla por la taza del water. Tal vez todos los hombres eran raros
Siempre le había parecido extraño que su padre considerase natural estar desnudo delante de ella. Desde que sus pechos empezaron a desarrollarse, y su desarrollo fue notable, no se sentía cómoda cuando estaba desnuda delante de él. Sin embargo, ducharse juntos en la ducha al aire libre y nadar juntos en la piscina…, en fin, ¿acaso esas actividades no eran meros ritos familiares? Sea como fuere, en verano parecían ser los rituales esperados, inseparables de los partidos de squash
Pero después de su derrota, Ted parecía viejo y cansado, y Ruth no soportaba la idea de verle desnudo. Tampoco quería que él viese los moretones dejados por los dedos del abogado en sus pechos, caderas y nalgas. Tal vez su padre se había creído que el ojo a la funerala era una lesión sufrida mientras jugaba a squash, pero sabía más que suficiente acerca del sexo para percibir que los demás moretones no podía habérselos hecho practicando el deporte. Pensó que le ahorraría la visión de aquellos cardenales
Por supuesto, él no supo que lo hacía por su bien. Cuando Ruth le dijo que quería darse un baño caliente en lugar de una ducha y un chapuzón en la piscina, su padre se sintió desairado
– Escucha, Ruthie, ¿cómo vamos a dejar de lado el episodio de Hannah si no hablamos de él?
– Hablaremos de Hannah más adelante, papá. Tal vez cuando vuelva de Europa
Durante veinte años había intentado vencer a su padre en la pista de squash. Ahora que por fin le había derrotado, Ruth se echó a llorar en la bañera. Deseaba sentir aunque sólo fuese un asomo de júbilo por su victoria, pero lloraba porque su padre había reducido a su mejor amiga a la condición de "episodio". ¿O era Hannah quien había reducido su amistad a algo menos que una aventurilla con su padre?
"¡No le des más vueltas, supéralo!", se dijo Ruth. Los dos la habían traicionado, ¿y qué?
Al salir del baño se obligó a mirarse en el espejo. El ojo derecho tenía un aspecto espantoso… ¡Menuda manera de iniciar una gira de promoción literaria! El ojo estaba hinchado y cerrado, el pómulo también se había hinchado, pero lo más sorprendente era la decoloración de la piel. En una zona aproximadamente del tamaño de un puño, la piel tenía un color violáceo rojizo, como una puesta de sol antes de una tormenta, los vívidos colores mezclados con una tonalidad negra. Era un moretón tan cárdeno que hasta parecía un tanto cómico. E iba a exhibirlo durante los diez días de gira por Alemania. La hinchazón se reduciría y el cardenal acabaría por tomar un color amarillo cetrino, pero la lesión de su cara también sería visible durante la semana siguiente en Amsterdam