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– Has hecho muy bien -le dijo Eleanor-. Ya era hora de que salieras de nuevo al mundo

Eso fue probablemente lo que hizo pensar a la señora Dash. No consideraba la excursión de la escuela como "el mundo", ni tampoco ardía en deseos de que la felicitara Eleanor Holt

Jane se distrajo contemplando a su hijo: ¡cómo había crecido! Daba gusto verle. Y sus ex compañeros de escuela…, sí, también ellos habían crecido. Incluso la hija antes tan inquieta de Eleanor era una guapa muchacha, relajada y extrovertida, ahora que estudiaba en un internado y no vivía en la misma casa con la espeluznante película de su nacimiento y el misil nuclear para el placer de su madre

Jane se distrajo también observando a los niños más pequeños. No conocía a muchos de ellos, y algunos de los padres más jóvenes también le eran desconocidos. La maestra que había quitado a la niña el vibrátil consolador fue a sentarse al lado de la señora Dash. Jane no oyó lo que le decía, pues trataba de encontrar la mejor manera de formular su pregunta, si se atrevía a hacerla. ("Cuando tomó en su mano esa cosa, ¿con qué intensidad se movía? Quiero decir, ¿era como una batidora, como un robot de cocina, o era… más suave que esos aparatos?") Pero, naturalmente, la señora Dash jamás haría semejante pregunta, y se limitó a sonreír. Finalmente la maestra se alejó

Al atardecer, los niños más pequeños temblaban de frío. La playa adquirió un color de cáscara de huevo marrón, y la superficie del océano se tornó gris. También había niños ateridos en el aparcamiento, mientras la señora Dash y su hijo colocaban la cesta de la comida, las toallas y las esteras de playa en el maletero de su coche. Habían aparcado al lado del vehículo de Eleanor Holt y su hija. A Jane le sorprendió ver al segundo marido de Eleanor. Era un abogado especializado en divorcios, demasiado litigioso y que no solía asistir a los actos sociales

Entonces empezó a soplar el viento y los niños más pequeños gimotearon. Un objeto de vivos colores, que parecía una balsa, echó a volar. Se había escapado de las manos de un chiquillo, y aterrizó sobre el techo del vehículo de Eleanor Holt. El abogado de divorcios sacó un brazo por la ventanilla para agarrar el objeto de colores, pero éste echó a volar de nuevo. Jane Dash lo atrapó en el aire

Era una colchoneta parcialmente deshinchada, roja y azul, y el chiquillo que no había podido retenerla corrió al encuentro de la señora Dash

– Quería que saliera el aire -explicó el pequeño-. Así no cabe en el coche. Entonces el viento se la llevó

– Bueno, mira, voy a enseñarte un truco para que no vuelva a pasarte -le dijo la señora Dash

Jane vio que Eleanor Holt se agachaba e hincaba una rodilla en el suelo para atarse el zapato. Su marido, el litigioso, se había sentado al volante, en una actitud dinámica, y la hija producto del esperma misterioso estaba sola y enfurruñada en el asiento trasero. Sin duda aquella reunión le había hecho volver a los horrores de su infancia

Jane buscó un guijarro del tamaño apropiado en el aparcamiento. Desenroscó el tapón que cubría la válvula del aire de la colchoneta roja y azul, y fijó el guijarro en la válvula. La piedra empujó hacia abajo la aguja de la válvula y el aire salió con un siseo

– ¿Lo ves? -le dijo la señora Dash al chico, haciéndole una demostración-. Empujas el guijarro así. -El aire surgió de la colchoneta a chorritos entrecortados-. Y… si abrazas con fuerza la colchoneta, así, se desinflará más rápido

Pero cuando Jane llevó a la práctica lo que decía, el aire hizo matraquear el guijarro contra la válvula. Eleanor oyó el sonido mientras se levantaba

"¡Zzzt! ¡Zzzt! ¡Zzzt!", dijo la colchoneta hinchable roja y azul. La satisfacción del chiquillo se evidenció en su rostro. Para él era un sonido maravilloso. Pero la expresión de Eleanor Holt traslucía el reconocimiento súbito de que había quedado al descubierto. Su marido, al volante, volvió la cara, como si estuviera en un juicio, en dirección al sonido. Entonces la hija de Eleanor hizo lo mismo. Incluso el hijo de Jane Dash, que había tenido acceso en dos ocasiones a la vida íntima de Eleanor Holt, se volvió al reconocer el emocionante sonido. Eleanor miró fijamente a la señora Dash y luego a la colchoneta, que se desinflaba con rapidez, como una mujer a la que hubieran desnudado ante una muchedumbre

– Sí, era hora de que saliera de nuevo al mundo -admitió Jane a la otra mujer

No obstante, sobre el tema del "mundo" (en qué consistía y cuándo era hora de que una viuda entrara de nuevo en él sin problemas), la colchoneta hinchable roja y azul ofrecía una sola palabra de precaución: " ¡Zzzt!"

Allan a los cincuenta y cuatro años

Ruth había leído en un tono inexpresivo. A una parte del público pareció desconcertarle el "¡Zzzt!" final. A Eddie, que había leído el libro dos veces, le encantaba esa manera de concluir el primer capítulo, pero parte del público contuvo momentáneamente el aplauso, pues no estaban seguros de que el capítulo hubiera terminado. El tramoyista estúpido miraba boquiabierto el monitor de televisión, como si se dispusiera a ofrecer un epílogo, pero no dijo una sola palabra; ni siquiera hizo otro vulgar comentario sobre su incansable apreciación de los "melones" de la famosa novelista

Fue Allan Albright el primero en aplaudir, incluso antes que Eddie. Como editor de Ruth Cole, Allan conocía bien el "¡Zzzt!" con el que terminaba el primer capítulo. El aplauso que siguió fue generoso, y lo bastante sostenido como para que Ruth pudiera fijarse en el solitario cubito de hielo que estaba en el fondo del vaso de agua. El hielo se había fundido en parte y había suficiente líquido para un solo trago

El coloquio que siguió fue decepcionante. Eddie lamentó que, tras su entretenida lectura, Ruth tuviera que sufrir el chasco que siempre engendraban las preguntas del público. Y durante todo el coloquio Allan Albright la miró con el ceño fruncido… ¡como si ella pudiera haber hecho algo por elevar la inteligencia de las preguntas! Mientras leía, las expresiones animadas de Allan Albright sentado entre el público, la habían irritado… ¡como si el papel de éste consistiera en divertirla mientras ella leía!

La primera pregunta fue abiertamente hostil y estableció un tono del que no se librarían las preguntas y respuestas posteriores

– ¿Por qué se repite en sus novelas? -quiso saber un hombre joven-. ¿0 acaso lo hace sin intención?

Ruth calculó que el hombre estaría cerca de la treintena. Las luces no eran lo bastante intensas para que ella pudiera distinguir su expresión exacta (estaba sentado casi al fondo de la sala), pero su tono no le había dejado duda a Ruth de que se estaba mofando de ella

Después de haber escrito tres novelas, Ruth estaba familiar¡zada con las acusaciones de que sus personajes se "reciclaban" de un libro a otro, que éstos eran su "guiñol de excéntricos" y que los utilizaba en una novela tras otra. La novelista suponía que su nómina de personajes era en verdad bastante limitada, pero, según su experiencia, quienes acusan a un autor de repetición suelen referirse a un detalle que no les ha gustado la primera vez. Al fin y al cabo, incluso en literatura, si a uno le gusta algo, ¿por qué ha de poner objeciones a su repetición?

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