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– Supongo que se refiere al consolador -respondió Ruth al joven que la acusaba. En su segunda novela también aparecía uno de esos artilugios, pero ninguno había asomado la cabeza, por así decirlo, en su primera novela. Sin duda, se decía Ruth, tal ausencia obedecía a un descuido. Prosiguió-: Sé que muchos hombres jóvenes se sienten amenazados por los consoladores, pero no deben preocuparse porque nunca serán sustituidos por completo. -Hizo una pausa para que el público se riera, y entonces añadió-: Y la verdad es que este consolador no es del mismo tipo que el de mi novela anterior. Estos cachivaches no son todos iguales, ¿sabe usted?

– Los consoladores no son las únicas cosas que se repiten en sus obras -comentó el joven

– Sí, lo sé…, también las "amistades femeninas que fracasan" o perdidas y encontradas de nuevo -observó Ruth, y sólo después de haber hablado se dio cuenta de que había tomado una cita de la tediosa introducción de Eddie O'Hare

Eddie, entre bastidores, se sintió primero muy complacido, pero luego se preguntó si Ruth se habría burlado de él

– Los novios que son unos granujas -añadió el joven insistente. (¡Ése sí que era un tema jugoso!)

– El novio de El mismo orfanato es un hombre honrado -recordó Ruth a su lector hostil

– ¡No salen madres! -gritó una señora mayor.

– Ni padres tampoco -replicó secamente Ruth. Allan Albright apoyaba la cabeza en las manos. Le había advertido que tuviera cuidado con el turno de preguntas, que si no podía dejar de lado una observación hostil o provocadora, si no renunciaba a meterse en camisa de once varas, lo mejor sería prescindir del coloquio. Y que no debía estar "tan dispuesta a devolver el golpe"

– Pero me gusta devolver el golpe -había replicado ella.

– Pues no debes hacerlo la primera vez, ni siquiera la segunda -le advirtió Allan

Su lema era "sé amable dos veces". Ruth aprobaba esta idea, en principio, pero le resultaba difícil seguir el consejo

Según Allan, era conveniente hacer caso omiso de las dos primeras groserías. Si alguien te provocaba o era abiertamente hostil por tercera vez, entonces le dabas su merecido. Tal vez este principio era demasiado "caballeroso" para que Ruth se atuviera a él

La estampa de Allan con la cabeza entre las manos, prueba inequívoca de que estaba en desacuerdo con su actitud, irritó a Ruth. ¿Por qué se sentía tan a menudo inclinada a criticarle? En general, admiraba los hábitos de Allan, por lo menos sus hábitos de trabajo, y no dudaba de que ejercía una buena influencia sobre ella

Lo que Ruth Cole necesitaba era un editor para su vida más que para sus novelas. (En este punto, incluso Hannah Grant se habría mostrado de acuerdo con ella.)

– ¿Más preguntas? -inquirió Ruth

Había procurado parecer jovial, incluso conciliadora, pero no podía ocultar la animosidad en su voz. No había formulado una invitación al público, sino que había lanzado un desafío

– ¿De dónde saca sus ideas? -preguntó algún alma inocente a la autora

No veía a su interlocutor; era una voz extrañamente asexuada, perdida en la gran sala. Allan puso los ojos en blanco. Aquello era lo que él llamaba "la pregunta de la compra", la cómoda especulación de que uno compraba los ingredientes para fabricar una novela

– Mis novelas no se basan en ideas -respondió Ruth-. No tengo ninguna idea. Empiezo con los personajes, lo cual me conduce a los problemas que ellos son propensos a tener, y esto, a su vez, siempre origina un relato

(Eddie, entre bastidores, tenía la sensación de que debería tomar notas.)

– ¿Es cierto que nunca ha tenido un trabajo, un empleo auténtico?

Volvía a ser el joven impertinente, el que le había preguntado por qué se repetía. Ella no le había provocado; aquel hombre volvía a asediarla sin que le hubiera invitado

Era cierto que Ruth nunca había tenido un empleo "auténtico", pero antes de que pudiera responder a la insinuante pregunta, Allan Albright se levantó de su asiento y, dándose la vuelta, se dirigió al joven descortés que estaba al fondo de la sala

– ¡Ser escritor es un trabajo auténtico, gilipollas! -exclamó.

Ruth sabía que su editor había llevado la cuenta y, según sus cálculos, había sido amable dos veces

Unos aplausos tibios siguieron al arranque de Allan. Cuando éste se volvió hacia el escenario, de cara a Ruth, le hizo la seña característica, movió el pulgar de la mano derecha a lo ancho de la garganta, como un cuchillo, lo cual significaba: "Vete de ahí".

– Gracias, muchas gracias de nuevo -dijo Ruth al público

Camino de los bastidores, se detuvo una sola vez, para volverse y saludar al público agitando la mano. La gente aún aplaudía calurosamente

– ¿Cómo es que no firma ejemplares? -gritó el que la había acosado-. ¡Todos los demás escritores lo hacen!

Antes de que ella prosiguiera su camino, Allan se puso en pie de nuevo y se volvió. Ruth ya sabía que Allan haría un corte de mangas a su atormentador. Era muy proclive a hacer ese gesto

Pensó que Allan le gustaba de veras, y que él se preocupaba mucho por su bienestar, pero no podía negar que también le irritaba

Cuando estuvieron en el camerino, Allan la irritó una vez más.

– ¡No has mencionado ni una sola vez el título del libro! Eso fue lo primero que le dijo, y ella se preguntó si jamás daba un respiro a su papel de editor.

– Se me olvidó

– Creía que no ibas a leer el primer capítulo -añadió Allan-. Me dijiste que lo considerabas demasiado cómico y que no era representativo del conjunto de la novela

– Pues cambié de idea. De repente quise ser cómica

– No has hecho mondarse a la gente de risa durante el coloquio -le recordó Allan

– Por lo menos no he llamado "gilipollas" a nadie -dijo Ruth.

– Le concedí a ese tipo sus dos oportunidades -replicó Allan.

Una anciana con una bolsa de la compra llena de libros se había abierto paso hasta los bastidores. Mintió a alguien que había intentado detenerla, diciendo que era la madre de Ruth. También intentó mentir a Eddie, a quien encontró en el umbral del camerino, indeciso, como de costumbre, con medio cuerpo dentro y medio fuera. La anciana con la bolsa de la compra le tomó por un empleado

– Tengo que ver a Ruth Cole -le dijo la anciana. Eddie vio los libros en la bolsa

– Ruth Cole no firma ejemplares -le advirtió-. Nunca lo hace

– Déjeme pasar, soy su madre -mintió la anciana

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