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Ruth estuvo a punto de decirle que lo lamentaba, pero antes de que pudiera hablar la pelirroja le respondió con amargura:

– Conocí a un inglés… durante cierto tiempo

Entonces Rooie Dolores entró de nuevo en la habitación y cerró la puerta. Ruth aguardó, pero las cortinas del escaparate no se abrieron

Una de las prostitutas más jóvenes y bonitas, que estaba al otro lado de la calle, la miró irritada, con el ceño fruncido, como si se sintiera decepcionada porque Ruth hubiera gastado su dinero con una puta mayor y menos atractiva

Sólo había otro transeúnte en la minúscula calle Bergstraat, un hombre maduro que mantenía la vista baja. No miraba a ninguna prostituta, pero cambió de actitud y alzó de pronto los ojos y la miró con dureza cuando Ruth pasó por su lado. Ella le devolvió la mirada, y el hombre siguió andando, de nuevo con la vista en los adoquines

También Ruth reanudó su camino; su confianza en sí misma como persona se había debilitado, pero no como profesional. Al margen de cuál fuese el posible relato (el relato más probable sería el mejor), no dudaba de que pensaría en ello. Lo único que sucedía era que no había pensado lo suficiente en sus personajes. No, la confianza que había perdido era algo moral, algo que estaba en el centro de sí misma como mujer, y fuera lo que fuese ese "algo", le maravillaba la sensación de su ausencia

Volvería allí, vería a Rooie de nuevo, pero no era eso lo que la preocupaba. No sentía el menor deseo de tener una experiencia sexual con la prostituta, la cual ciertamente había estimulado su imaginación, pero no podía decir que la hubiera excitado. Y seguía creyendo que no tenía necesidad, ni como escritora ni como mujer, de mirar a la prostituta mientras trabajaba con un cliente

Lo que a Ruth le preocupaba era que necesitaba estar con Rooie de nuevo sólo para ver, como en un relato, lo que sucedería a continuación. Eso significaba que Rooie tenía la sartén por el mango

La novelista volvió enseguida a su hotel, donde, antes de la primera entrevista, escribió unas pocas líneas en su diario: "Se ha impuesto la idea convencional de que la prostitución es una especie de violación a cambio de dinero, pero lo cierto es que en la prostitución, y tal vez sólo en ella, la mujer es, al parecer, la que tiene la sartén por el mango"

Durante el almuerzo le hicieron una segunda entrevista, y otras dos después de comer. Entonces debería haber tratado de relajarse, porque a última hora de la tarde tenía que dar una lectura, a la que seguiría una firma de ejemplares y luego la cena, pero en vez de descansar se sentó en la habitación del hotel y escribió febrilmente. Desarrolló un posible relato tras otro, hasta que tuvo la sensación de que la credibilidad de todos ellos era forzada. Si la escritora que contemplaba la actuación de la prostituta iba a sentirse humillada por la experiencia, el contenido sexual de ésta tenía que sucederle a la escritora: de alguna manera tenía que ser "su" experiencia sexual. De lo contrario, ¿por qué iba a sentirse humillada?

Cuanto más se esforzaba Ruth por involucrarse en la historia que estaba escribiendo, tanto más retrasaba o evitaba la historia que vivía. Por primera vez sabía lo que era ser un personaje de novela en vez de un novelista (el único que tiene la sartén por el mango)… pues, en calidad de personaje, Ruth se veía a sí misma regresando a la Bergstraat, un personaje de un relato que no estaba escribiendo

Lo que experimentaba era la emoción de un lector que necesita saber lo que sucede a continuación. Sus pasos, indefectiblemente, la llevarían de nuevo a aquella calle; no podría resistirse a los deseos de saber lo que sucedería. ¿Qué le sugeriría Rooie? ¿Qué le permitiría Ruth hacer a la pelirroja?

Cuando el novelista prescinde del papel de creador, aunque sólo sea por un momento, ¿qué papeles puede adoptar? No hay más que creadores de relatos y personajes de esos relatos. No existen otros papeles. Nunca hasta entonces había sentido Ruth semejante expectación. Estaba segura de que no deseaba en absoluto controlar lo que sucedería a continuación, y en realidad le estimulaba carecer de ese control. Le alegraba no ser la novelista. No era la autora de aquel relato, pero de todos modos era un relato que la emocionaba

Ruth cambia su historia

Después de la lectura, Ruth se quedó para firmar ejemplares y, a continuación, cenó con los patrocinadores del acto. La noche siguiente, en Utrecht, tras la lectura en la universidad, también firmó ejemplares. Maarten y Sylvia le echaron una mano, deletreándole los nombres holandeses

Los muchachos querían que les dedicara el libro: "A Wouter", o a Hein, Hans, Henk, Gerard o Jeroen. Los nombres de las chicas no eran menos extraños al oído de Ruth. "A Els", o a Loes, Mies, Marijke o Nel. Otros lectores deseaban que su apellido también figurase en la dedicatoria. (Los Overbeek, los Van der Meulen y los Van Meur, los Blokhui y los Veldhuizen, los Dijkstra, los De Groot y los Smit.) Las firmas de ejemplares constituían un ejercicio de ortografía tan arduo que Ruth terminó ambas sesiones de lectura con dolor de cabeza

Pero Utrecht y su antigua universidad eran hermosas. Antes de la lectura, la escritora había cenado temprano con Maarten, Sylvia y sus hijos, ya adultos. Ruth los recordaba de cuando eran unos chiquillos, y ahora la superaban en altura y uno de ellos lucía barba. Para ella, todavía sin hijos a los treinta y seis años, uno de los aspectos chocantes que tenía la relación con matrimonios era el inquietante fenómeno de ver crecer a los niños

En el tren, durante el viaje de regreso a Amsterdam, Ruth les contó a Maarten y Sylvia el poco éxito que había tenido con los chicos de la edad de sus hijos, es decir, cuando ella era de su edad. (El verano en que viajó a Europa con Hannah, los chicos más atractivos siempre preferían a su amiga.)

– Pero ahora resulta embarazoso, ahora les gusto a los chicos que tienen la edad de los vuestros

– Eres muy popular entre los lectores dijo Maarten

– Ruth no se refiere a eso, Maarten -terció Sylvia. Ruth admiraba a aquella mujer inteligente y atractiva, que tenía un buen marido y una familia feliz

– Ah -dijo el marido, un hombre muy decoroso, tanto que se había ruborizado

– No quiero decir que atraiga a vuestros hijos de esa manera -se apresuró a decirle Ruth-. Me refiero a algunos chicos de su edad

– ¡Creo que a nuestros hijos también los atraes de esa manera! -exclamó Sylvia, riéndose de lo pasmado que se había quedado su marido

Maarten no había reparado en la cantidad de jóvenes que rodearon a Ruth durante sus dos sesiones de firma de libros. También había muchas chicas, pero Ruth las atraía como un modelo que podían imitar, no sólo porque era una autora de éxito, sino también una mujer soltera que había tenido varias relaciones y que, no obstante, seguía viviendo sola. (Ruth no sabía por qué razón esta circunstancia era atractiva. ¡Si supieran lo poco que a ella le gustaba su presunta vida personal!) Siempre había un joven, por lo menos diez años y a veces hasta quince menor que ella, que trataba de seducirla torpemente

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