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– Empiezas con el tío…

– Luego la mujer

– ¿Eso ha ocurrido de veras? -inquirió Ruth.

– Todo ha ocurrido de veras -dijo la prostituta

Ruth estaba sentada junto a la lámpara de pantalla escarlata, que sumía a la pequeña habitación en una luminosidad rojiza cada vez más intensa. La toalla rosa sobre la cama, donde Rooie estaba sentada, era sin duda de un rosa más fuerte debido al color escarlata de la lámpara. Por lo demás, a través de las cortinas del escaparate se filtraba una suave claridad que se unía a la mortecina luz piloto situada sobre la puerta principal

La prostituta se inclinó hacia delante bajo aquella luz favorecedora, y ese movimiento hizo que sus senos parecieran a punto de salirse del sostén. Mientras Ruth se sujetaba con fuerza a los brazos de la butaca, Rooie le cubrió suavemente las manos con las suyas

– ¿Quieres pensar en lo que ocurre y venir a verme otra vez? -le preguntó la pelirroja

– Sí -dijo Ruth

No se había propuesto susurrar, y tampoco podía liberar sus manos, sujetas por las de la otra mujer, sin caer hacia atrás en la espantosa butaca

– Recuerda tan sólo que puede suceder cualquier cosa -le dijo Rooie-. Cualquier cosa que desees

– Sí -susurró Ruth de nuevo, y se quedó mirando los senos de la prostituta. Parecía más seguro que mirarle a los ojos, llenos de inteligencia

– Tal vez si me mirases mientras estoy con alguien…, quiero decir, tú sola…, se te ocurrirían algunas ideas -dijo Rooie con voz queda

Ruth sacudió la cabeza, consciente de que el gesto transmitía mucha menos convicción que si hubiera dicho: "No, no lo creo", de un modo rotundo

– La mayoría de las mujeres solas que me miran son chicas muy jóvenes -le informó Rooie en un tono más alto y como si no lo tomara en serio

Esta revelación sorprendió tanto a Ruth que miró a Rooie sin darse cuenta

– ¿Por qué lo hacen? -le preguntó-. ¿Crees que quieren saber lo que es hacer el amor? ¿Son vírgenes?

Rooie soltó las manos de Ruth y, recostándose en la cama, se echó a reír

– ¡No son precisamente vírgenes! Son muchachas que piensan en la posibilidad de hacerse putas… ¡Quieren ver cómo es el oficio!

Ruth nunca se había sentido tan sorprendida. Ni siquiera enterarse de que Hannah tenía relaciones sexuales con su padre le había causado tanto asombro

Rooie señaló su reloj y se levantó de la cama exactamente en el mismo momento en que Ruth se levantaba de la incómoda butaca. La novelista tuvo que hurtar el cuerpo para no rozar a la prostituta

La mujer abrió la puerta y la luz del mediodía penetró a raudales, tan intensa que Ruth comprendió que había subestimado la penumbra reinante en la habitación de la prostituta. Rooie se dio media vuelta y bloqueó teatralmente el paso a Ruth, mientras le daba tres besos en las mejillas, primero en la derecha, luego en la izquierda y finalmente en la derecha de nuevo.

– Tres veces, al estilo holandés -le dijo alegremente, en un tono cariñoso más apropiado para los viejos amigos

Desde luego, no era la primera vez que besaban así a Ruth, pues lo hacían Maarten y su esposa, Sylvia, cada vez que le daban la bienvenida y la despedían, pero los besos de Rooie habían sido un poco más largos y, además, le había aplicado su cálida palma al vientre, haciendo que se le tensaran instintivamente los músculos abdominales

– Qué barriga más lisa tienes -comentó la pelirroja-. ¿No has tenido hijos?

– No, todavía no -respondió Ruth. La otra seguía bloqueando la puerta

– Yo he tenido uno -dijo Rooie. Metió los pulgares bajo la cintura de las braguitas y se las bajó un instante-. No fue nada fácil -añadió, refiriéndose a la cicatriz, muy visible, de una cesárea

La cicatriz no sorprendió tanto a Ruth, quien ya se había fijado en las marcas del embarazo en el vientre de Rooie, como el hecho de que ésta se había rasurado el vello púbico

Rooie soltó la cintura de las braguitas, y la cinta elástica produjo un chasquido. Ruth se dijo: "Si yo preferiría escribir en vez de lo que estoy haciendo, me imagino cómo se siente ella. Al fin y al cabo, es una prostituta, y probablemente preferiría dedicarse a su oficio que a coquetear conmigo. Pero también disfruta haciendo que me sienta incómoda". Ahora estaba irritada con Rooie y sólo quería marcharse. Intentó rodearla para salir

– Volverás -le dijo Rooie, pero dejó que saliera a la calle sin más contacto físico. Entonces alzó la voz, de modo que quien pasara por la Bergstraat, o una prostituta vecina, pudiera oírla. Será mejor que cierres bien el bolso en esta ciudad

Ruth se había dejado el bolso abierto, un descuido en el que caía con frecuencia, pero le bastó una mirada para cerciorarse de que allí estaban la cartera, el pasaporte y los demás objetos, un lápiz de labios y un tubo más grueso de abrillantador de labios incoloro, un tubo de crema para el sol y otro con hidratante para los labios

Ruth también llevaba consigo una polvera de bolsillo que había pertenecido a su madre. Los polvos de maquillaje la hacían estornudar y la almohadilla para aplicarlos había desaparecido mucho tiempo atrás. No obstante, en ocasiones, cuando Ruth se miraba en el espejito, esperaba ver allí a su madre. Cerró la cremallera del bolso mientras Rooie le sonreía irónicamente

Se esforzó por devolver la sonrisa a la prostituta, y la luz del sol le obligó a entrecerrar los ojos. Rooie tendió la mano y le tocó la cara mientras le miraba el ojo derecho con vivo interés, pero Ruth malinterpretó el motivo. Al fin y al cabo, estaba más acostumbrada a que la gente percibiera la mancha hexagonal que tenía en el ojo derecho que a recibir puñetazos

– Nací con ella… -empezó a explicarle

– ¿Quién te golpeó? -inquirió Rooie, y Ruth se sorprendió, pues creía haber perdido todo vestigio del moretón-. Hace una o, dos semanas, a juzgar por su aspecto…

– Un novio granuja -confesó Ruth.

– Así que hay un novio… -dijo Rooie.

– No está aquí. He venido sola

– No lo estarás la próxima vez que me veas -replicó la prostituta

Rooie tenía únicamente dos maneras de sonreír, una irónica y la otra seductora. A Ruth sólo se le ocurrió decirle:

– Hablas muy bien el inglés, es asombroso

Pero este mordaz cumplido, por cierto que fuese, ejerció en Rooie un efecto mucho más profundo del que Ruth había previsto. Sus palabras hicieron desaparecer toda manifestación externa de engreimiento en aquella mujer. Parecía como si se le hubiera despertado una antigua pena con una fuerza casi violenta

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