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Rooie se acercó al ropero, que no era un armario, sino un hueco rectangular practicado en la pared, desprovisto de puerta: una cortina de cretona, con un dibujo de hojas otoñales caídas, rojas en su mayor parte, colgaba de un listón de madera. Cuando Rooie corrió la cortina, el contenido del ropero quedó oculto, con excepción de los zapatos, a los que dio la vuelta, de modo que las puntas miraban hacia fuera. Había media docena de zapatos de tacón alto

– Estarías detrás de la cortina con las puntas de los zapatos hacia fuera -le explicó Rooie

La prostituta entró en el ropero por la separación de la cortina y se ocultó. Cuando Ruth le miró los pies, apenas pudo diferenciar los zapatos que Rooie llevaba de los demás zapatos. Tuvo que buscarle los tobillos a fin de distinguirlos

– Comprendo -dijo Ruth

Quería entrar en el ropero y comprobar cómo se veía la cama desde allí. Por la estrecha abertura en la cortina, la visibilidad podría ser escasa. La pelirroja pareció leerle la mente y salió del ropero

– Vamos, pruébalo tú misma -le dijo a la norteamericana. Ruth no pudo evitar rozarla cuando penetró por la abertura de la cortina. El hueco era tan estrecho que resultaba casi imposible que dos personas se movieran allí dentro sin tocarse

Ruth se colocó entre dos pares de zapatos. A través de la estrecha abertura de la cortina veía claramente la toalla rosa en el centro de la cama. En un espejo opuesto, veía también el ropero. Tuvo que mirar atentamente para reconocer sus zapatos entre los que estaban alineados bajo el borde de la cortina. No podía verse a través de la cortina, tampoco veía sus propios ojos que miraban por la abertura, ni siquiera una parte de su rostro, a menos que se moviera, e incluso entonces sólo detectaba algún movimiento indefinido

Sin mover la cabeza, tan sólo los ojos, Ruth veía el lavabo y el bidé. El consolador en la bandeja de hospital (junto con los lubricantes y geles) era claramente visible. En cambio, no veía bien la butaca de las felaciones, pues se lo impedía un brazo y el respaldo de la misma butaca

– Si el tío quiere que se la chupe y alguien está mirando, puedo hacérselo en la cama -dijo Rooie-. Si es eso lo que estás pensando…

Ruth llevaba menos de un minuto en el ropero. Aún no se había percatado de que su respiración era irregular ni de que su contacto con el vestido dorado que pendía de la percha más próxima le provocaba picor en el cuello. Notaba una ligera aspereza en la garganta cuando tragaba saliva, como los últimos vestigios de la tos o el inicio de un resfriado. Un salto de cama de color gris perla cayó del colgador, y Ruth sintió como si se le hubiera detenido el corazón y hubiera muerto donde siempre imaginó que lo haría: en un armario

– Si estás cómoda ahí dentro, abriré las cortinas del escaparate y me sentaré, pero a esta hora del día es posible que pase bastante rato antes de que entre un tío…, media hora, quizá tres cuartos. Por supuesto, tendrás que pagarme otros setenta y cinco guilders. Este asunto tuyo ya me ha ocupado bastante tiempo

Ruth tropezó con los vestidos del ropero

– ¡No! ¡No quiero mirar! -exclamó la novelista-. ¡Sólo estoy escribiendo un libro! Trata de una pareja. La mujer es de mi edad, y su novio la convence para que haga esto… Su novio es un granuja

Se sintió azorada cuando vio que el movimiento de sus pies había enviado uno de los zapatos de Rooie al centro de la habitación. La mujer lo recogió, se arrodilló ante el ropero y ordenó los demás zapatos. Volvió a colocarlos en la posición habitual, con las puntas hacia dentro, incluido el zapato que Ruth había desplazado

– Eres rara -le dijo la prostituta. La situación era un poco molesta: permanecían al lado del ropero, como si estuvieran admirando los zapatos recién ordenados-. Y tus cinco minutos se han terminado -añadió Rooie al tiempo que indicaba su bonito reloj de oro

Ruth abrió de nuevo su bolso y sacó de la cartera tres billetes de veinticinco guilders, pero Rooie, que estaba lo bastante cerca de ella para ver el interior de la cartera, sacó ágilmente un billete de cincuenta

– Basta con cincuenta por otros cinco minutos -dijo la pelirroja-. Guárdate tus billetitos. Tal vez quieras volver… cuando hayas pensado en ello

Ruth no pudo prever el rápido movimiento de la prostituta, quien se acercó a ella y le deslizó los labios y la nariz por el cuello. Antes de que Ruth pudiera reaccionar, Rooie le tocó suavemente un seno mientras se volvía para sentarse en la toalla protectora situada en el centro de la cama

– Un perfume agradable, pero apenas lo huelo -observó Rooie-. Bonitos pechos, y grandes

Ruth, ruborizada, trató de sentarse en la butaca de las felaciones sin que ésta la engullera

– En mi relato… -empezó a decir

– Lo malo de tu relato es que no pasa nada -la interrumpió Rooie-. La pareja paga para verme mientras lo hago. ¿Y qué? No sería la primera vez. ¿Qué ocurre luego? ¿No consiste en eso el relato?

– No estoy segura de lo que sucede después, pero eso es lo que cuento en la novela -respondió Ruth-. Esa mujer que tiene un novio granuja se siente humillada, degradada por la experiencia, no a causa de lo que ve, sino de su acompañante. Lo que la humilla es la manera en que él la hace sentirse

– Tampoco sería la primera vez -le dijo la prostituta

– A lo mejor el hombre se masturba mientras está mirando -sugirió Ruth

Rooie supo que era una pregunta

– No sería la primera vez -repitió la prostituta-. ¿Por qué habría de sorprender eso a la mujer?

Rooie estaba en lo cierto, y había otro problema: Ruth ignoraba todo lo que podía suceder en el relato porque no tenía un conocimiento suficiente de los personajes y no sabía cuál era la relación que los unía. No era la primera vez que descubría eso sobre una novela que estaba empezando, pero sí la primera vez que lo hacía delante de otra persona, que además era desconocida y prostituta

– ¿Sabes lo que suele ocurrir? -le preguntó Rooie.

– No, no lo sé -admitió Ruth

– Mirar es sólo el principio -dijo la prostituta-. En el caso de las parejas, sobre todo…, mirar conduce a alguna otra cosa

– ¿Qué quieres decir?

– La siguiente vez que vienen, no quieren mirar, sino hacer algo -respondió Rooie

– No creo que mi personaje quiera volver -comentó Ruth, aunque consideró esa posibilidad

– A veces, después de mirar, la pareja quiere hacer cosas enseguida, sin pérdida de tiempo

– ¿Qué clase de cosas?

– De todas clases -dijo Rooie-. A veces el tío quiere mirarnos a la mujer y a mí, quiere ver cómo pongo cachonda a la mujer, pero normalmente empiezo con el tío y ella mira.

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