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Ruth estaba incuestionable y justamente enojada con su madre porque ni el nacimiento de Graham ni los sucesivos aniversarios del niño motivaron la aparición de Marion. Y la muerte de Allan, un año atrás, que podría haber motivado la aparición de Marion a fin de darle su pésame, tampoco bastó para conmover a la anciana

Donde Eddie O'Hare se enamora de nuevo

Aunque Allan nunca había sido religioso, dejó unas instrucciones muy minuciosas sobre lo que deseaba que hicieran si moría. Quería que lo incinerasen y dispersaran sus cenizas en el maizal de Kevin Merton. Éste, que era su vecino en Vermont y cuidaba de la casa en ausencia de Ruth, poseía un hermoso y ondulante maizal, el elemento del paisaje más visible desde el dormitorio de Ruth

Allan no había pensado en la posibilidad de que a Kevin y su esposa no les gustara la idea. Al fin y al cabo, el maizal no era propiedad de Ruth. Pero los Merton no pusieron objeciones. Kevin dijo en tono filosófico que las cenizas de Allan serían beneficiosas para el maizal, e informó a Ruth que si alguna vez tenía que vender su granja, primero le vendería a ella o a Graham el maizal. (Era propio de Allan abusar de la amabilidad de Kevin.)

En cuanto a la casa de Sagaponack, durante todo un año, tras la muerte de Allan, Ruth pensó a menudo en venderla

El funeral de Allan se celebró en la Sociedad de Cultura Ética de Nueva York, radicada en la Calle 64. Sus colegas de Random House se ocuparon de los preparativos. Un colega editor fue el primero en hablar y recordó cariñosamente la presencia a menudo intimidante de Allan en la venerable editorial. Entonces tomaron la palabra cuatro de los autores de Allan. Ruth, como era su viuda, no figuró entre los oradores

Se había puesto un sombrero y un velo que le daban un aspecto extraño. El velo asustó a Graham, que tenía tres años, y su madre tuvo que rogarle que le permitiera llevarlo. Era esencial para ella, no por reverencia o tradición, sino para ocultar las lágrimas

La mayoría de los deudos y amigos que habían acudido para dar su último adiós a Allan opinaron que el niño se había aferrado a su madre durante todo el acto, pero habría sido más exacto decir que era la madre quien se había aferrado al pequeño, sentado en su regazo. Probablemente las lágrimas de Ruth le turbaban más que la realidad de la muerte de su padre, pues con sólo tres años su percepción de la muerte era imprecisa

Tras varias pausas en el funeral, Graham susurró a su madre: "¿Dónde está papá ahora?", como si creyera que su padre estaba de viaje

– No te preocupes, cariño, todo irá bien -le susurraba una y otra vez Hannah, sentada al lado de Ruth

Esta letanía tan poco religiosa era un motivo de irritación para Ruth, pero, a la vez, comportaba un beneficio sorprendente, porque la distraía de su aflicción. La indiferencia con que Hannah repetía la frase hacía que Ruth se preguntara si su amiga creía estar consolando al niño que había perdido a su padre o a la mujer que había perdido a su marido

Eddie O'Hare fue el último en hablar. No lo habían elegido ni los colegas de Allan ni Ruth

Dada la poca estima en que Allan tenía a Eddie como escritor y, desde luego, como orador, Ruth estaba asombrada de que su marido hubiera asignado un papel a Eddie en el funeral. Del mismo modo que había elegido la música y el lugar (este último por su atmósfera nada religiosa) y del mismo modo en que había insistido con firmeza en que no hubiera flores, cuyo aroma siempre le pareció detestable, Allan había dejado instrucciones de que Eddie hablara en último lugar, e incluso le había indicado lo que debía decir

Como de costumbre, Eddie titubeó un poco. Buscó torpemente alguna clase de introducción, la cual dejó claro que Allan no le había indicado todo lo que tenía que decir, por la sencilla razón de que no había previsto que moriría tan joven

Eddie explicó que él, con cincuenta y dos años, sólo tenía seis menos que Allan. Se esforzó por decir que el factor de la edad era importante, porque Allan había querido que él leyera cierto poema, "Cuando seas vieja", de Yeats. Lo embarazoso del caso era que Allan había imaginado que Ruth sería ya una anciana cuando él muriese. Había supuesto muy correctamente que, dada la diferencia de edad entre los dos, nada menos que dieciocho años, él moriría antes. Pero, algo muy propio de Allan, no se le había pasado por la imaginación que él moriría y su viuda aún sería joven

– Dios mío, qué penoso es esto -le susurró Hannah a Ruth-. ¡Eddie debería limitarse a leer el puñetero poema!

Ruth, que ya conocía el poema, habría preferido no oírlo, porque siempre la hacía llorar; se hubiera echado a llorar aunque no hubiera muerto Allan ni ella estuviera viuda. Estaba segura de que ahora también iba a provocarle el llanto

– No te preocupes, cariño, toda irá bien -volvió a susurrar Hannah, mientras Eddie por fin leía el poema de Yeats

When you are old and grey and full of sleep,

And nodding by the fire, take down this book,

And slowly read, and dream of the soft look

Your eyes had once, and of their shadows deep;

How many loved your moments of glad grace,

And loved your beauty with love frase or true,

But one man loved the pilgrim soul in you,

And loved the sorrows of your changing face;

And bending down beside the glowing bars,

Murmur, a little sadly, how Love fled

And paced upon the mountains overhead And hid his face amid a crowd of stars-

"Cuando seas vieja, tu cabello blanquee y estés soñolienta,

y junto al fuego des cabezadas, toma este libro,

léelo despacio y sueña en la tierna mirada

que tuvieron tus ojos y en sus profundas sombras;

muchos amaron tus muestras de alegre donaire,

y amaron tu belleza con amor falso o verdadero,

pero uno solo amó tu alma peregrina,

y amó la pesadumbre en tu semblante mudable;

e inclinándote ante el metal brillante del hogar,

cuenta, entristecida, en un susurro, cómo el Amor huyó

y anduvo por las cimas de las altas montañas

y ocultó su rostro entre una multitud de estrellas." (N. del T.)

Es comprensible que todos los asistentes supusieran que Ruth lloraba con tanto desconsuelo debido a lo mucho que había amado a su marido. Era cierto que había amado a Allan, o por lo menos había aprendido a amarle, pero, más todavía, había amado la vida que llevaba con él. Y si bien le dolía que Graham hubiera perdido a su padre, era una suerte para él, pues al ser tan pequeño, no le quedarían traumas indelebles. Con el tiempo, Graham apenas se acordaría de Allan

Pero Ruth se había enojado mucho con Allan por morirse, y cuando Eddie leyó el poema de Yeats se enfadó todavía más al oír que Allan había supuesto que ella sería vieja cuando él muriese. Ruth, desde luego, siempre había confiado en que sería vieja cuando sucediera tal cosa. Y allí estaba ella ahora, recién cumplidos los cuarenta y con un hijo de tres años

A decir verdad, las lágrimas de Ruth tenían también otro motivo, más mezquino, más egoísta. Precisamente la lectura de Yeats le había disuadido de probar suerte como poeta. Sus lágrimas eran las que vierte un escritor cada vez que oye recitar algo mejor de lo que él habría podido escribir jamás

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