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Con toda intención no incluyó en el equipaje sus prendas de squash, ni siquiera las zapatillas, y había dejado a propósito las raquetas en el granero. Era un buen momento para abandonar el squash. Sus editores alemán y holandés le habían organizado partidos, pero tendrían que cancelarlos. Tenía una excusa lógica, incluso visible. Les diría que se había roto el pómulo y que los médicos le habían aconsejado que fuese prudente mientras se curaba. (Scott Saunders muy bien podría habérselo roto.)

El ojo a la funerala no parecía una lesión sufrida durante un partido de squash. De haber recibido un golpe tan fuerte propinado por la raqueta de su contrario, el moretón estaría acompañado por un corte que habría requerido varios puntos de sutura. Ruth iba a decir que le había alcanzado el codo de su contrincante. Para que eso sucediera, ella tendría que haber estado demasiado cerca del otro, casi encima de él, a sus espaldas. En semejante circunstancia, el oponente imaginario de Ruth habría tenido que ser zurdo, para golpearla en el ojo derecho. (La novelista sabía que, para contar una historia creíble, sólo es preciso aportar los detalles correctos.)

Se imaginaba dando respuestas divertidas en las entrevistas que le harían: "Siempre lo he pasado mal con los zurdos, es como una tradición", o "Los zurdos siempre tienen algo que no ves venir". (Por ejemplo, te joden por detrás, después de que les hayas dicho que así no te gusta, y te pegan cuando les dices que es hora de que se larguen…, o se tiran a tu mejor amiga.)

Ruth se sentía lo bastante familiarizada con el comportamiento de los zurdos para inventar un buen relato

Avanzaban entre un tráfico denso por la autopista estatal del sur, no lejos del desvío hacia el aeropuerto, cuando Ruth pensó que la derrota de su padre no le satisfacía del todo. Desde hacía quince años, quizá más, siempre que iban juntos a alguna parte solía conducir Ruth. Pero aquel día no era así. Antes de salir de Sagaponack, cuando colocaba sus tres maletas en el maletero del coche, su padre le había dicho:

– Será mejor que conduzca yo, Ruthie, porque veo con los dos ojos

Ruth no discutió con él. Si su padre conducía, podría decirle cualquier cosa y él no podría mirarla, no lo haría mientras condujera

Ruth empezó por decirle cuánto le había gustado Eddie O'Hare. A continuación le reveló que su madre ya había pensado en abandonarle antes de que los chicos murieran, y que no fue Eddie quien le dio la idea a Marion. Añadió que estaba enterada de que él, Ted, había planeado la aventura amorosa de su madre con Eddie; él los había puesto en contacto, al darse cuenta de lo vulnerable que podría ser Marion a un muchacho que se parecía a Thomas o a Timothy. Y, por supuesto, a Ted le había resultado incluso más fácil suponer que Eddie se enamoraría irremediablemente de Marion

– Ruthie, Ruthie… -empezó a decir su padre

– No apartes los ojos de la calzada ni del retrovisor -le dijo ella-. Si tienes intención de mirarme, será mejor que pares y me dejes conducir

– Tu madre sufría una depresión incurable, y ella lo sabía -siguió diciendo Ted-. Sabía que tendría un efecto terrible sobre ti. Para un niño, es terrible que uno de sus padres esté siempre deprimido

Hablar con Eddie había significado muchísimo para Ruth, pero todo lo que Eddie le había contado no significaba nada para su padre. Ted tenía una idea fija sobre Marion y sobre los motivos por los que le abandonó. Lo cierto era que el encuentro de Ruth con Eddie no había causado ninguna impresión en su padre. De ahí que, probablemente, cuando empezó a hablarle de Scott Saunders, Ruth sintiera un deseo tan intenso de conmocionar a su padre

Como era una novelista inteligente, Ruth empezó por despistar a su padre antes de contarle la verdad de lo ocurrido. Comenzó por el encuentro con Scott en el autobús y luego el partido de squash

– ¡De modo que ése es quien te ha dejado el ojo a la funerala! -exclamó su padre-. No me sorprende. Ataca en toda la pista y el swing hacia atrás es demasiado amplio…, lo típico de un tenista

Ruth le contó lo sucedido paso a paso. Cuando mencionó que le había enseñado a Scott las fotos Polaroid que estaban en el cajón inferior de la mesilla de noche de su padre, empezó a referirse a sí misma en tercera persona. Ted no sabía que Ruth estaba enterada de la existencia de aquellas fotografías, así como del cajón lleno de preservativos y el gel lubricante

Cuando abordó su primera experiencia sexual con Scott y le dijo cuánto había deseado que su padre llegara a casa y, desde el umbral de la puerta, hubiera visto que aquel hombre la estaba lamiendo, Ted desvió los ojos de la carretera, aunque sólo un instante, y la miró

– Será mejor que pares y me dejes conducir, papá -le dijo Ruth-. Un ojo en la carretera es mejor que ningún ojo

El anciano miró la calzada y el espejo retrovisor mientras ella reanudaba su relato. Las gambas apenas sabían a gambas y ella no había querido hacer el amor por segunda vez. Su primer gran error fue el de sentarse a horcajadas sobre Scott durante tanto tiempo. "Se lo estuvo follando hasta ablandarle los sesos", comentó

Cuando se refirió a la llamada telefónica y le dijo que Scott Saunders la montó por detrás mientras ella hablaba, a pesar de haberle advertido que esa posición le desagradaba, su padre volvió a apartar la vista de la carretera. Ruth se mostró irritada él

– Mira, papá, si no puedes concentrarte en lo que haces, no estás en condiciones de conducir. Para en el arcén y yo me pondré al volante

– Ruthie, Ruthie…

No podía decirle nada más. Estaba llorando

– Si estás alterado y no ves bien la calzada, ése es otro motivo para que conduzca yo, papá

Le contó que se golpeaba la cabeza contra la cabecera de la cama y no había tenido más remedio que mover las caderas contra él. Y que, más tarde, le había pegado… y no con una raqueta de squash. ("Ruth pensó que había sido un directo de izquierda, no lo vio venir.") Se acurrucó, confiando en que él no volviera a pegarle. Entonces, cuando se le despejó la cabeza, bajó las escaleras y encontró la raqueta de squash de Scott, cuya rodilla alcanzó al primer golpe

– Fue un revés bajo -le explicó-. Con la raqueta ladeada, por supuesto

– ¿Le diste primero en la rodilla? -la interrumpió su padre.

– En la rodilla, la cara, los dos codos y las dos clavículas…, por ese orden -respondió Ruth

– ¿No podía andar? -le preguntó su padre.

– No podía andar a gatas, pero erguido sí,

– Dios mío, Ruthie…

– ¿Has visto la indicación del aeropuerto? -le preguntó ella.

– Sí, la he visto

– No parecía que la hubieras visto

Entonces le contó que aún le dolía cuando orinaba y que sentía cierta molestia en un lugar desacostumbrado, en lo más profundo de sus entrañas

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