Habían restaurado el granero contiguo a la casa de los Cole. En el desván, sobre el recinto que servía de garaje de dos plazas, habían construido una pista de squash casi de medidas reglamentarias, siguiendo las especificaciones de Ted. Éste decía que una ordenanza municipal le había impedido elevar el tejado del granero, por lo que el techo de la pista de squash era más bajo de lo reglamentario, y las ventanas de gablete que daban al océano eran la causa de que una pared de la pista tuviera forma irregular y ofreciera notablemente menos superficie de juego que la pared opuesta. La forma y las dimensiones peculiares de la pista doméstica daban a Ted una clara ventaja
En realidad, no existía ninguna ordenanza municipal que impidiera a Ted elevar el tejado. Sin embargo, había ahorrado una considerable cantidad de dinero, y la excentricidad de una pista que respondiera a sus propias especificaciones le había satisfecho. Los jugadores de squash de la localidad consideraban que Ted era invencible en su curioso granero, mal ventilado y donde hacía un calor espantoso en los meses de verano, mientras que en invierno, como el establo carecía de calefacción, a menudo hacía un frío insoportable en la pista y la pelota rebotaba poco más que una piedra
Con ocasión del único partido que jugaron, Ted advirtió a Eddie sobre las peculiaridades de la pista. Para él, la pista en el granero presentaba las mismas dificultades que cualquier otra pista de squash. Ted le hizo correr de un extremo al otro. El mismo Ted se colocó en la T central de la pista. Nunca tenía que desviarse más de medio paso en cualquier dirección. Eddie, sudoroso y sin aliento, no pudo marcar un solo punto, pero Ted ni siquiera estaba acalorado
– Me parece que esta noche dormirás como un tronco, Eddie -le dijo Ted cuando finalizaron los cinco partidos que jugaron-. En fin, a lo mejor necesitas recuperar sueño
Dicho esto, le dio un golpecito en las nalgas con la raqueta. Podría haber sido o no "sarcástico", como informó Eddie a Marion, la cual ya no sabía cómo interpretar la conducta de su marido
Ruth era un problema más apremiante para Marion. En el verano de 1958, los hábitos de sueño de la pequeña rozaban lo extravagante. A menudo dormía durante toda la noche tan profundamente que por la mañana estaba exactamente en la misma posición en la que se había dormido y todavía arropada como si no se hubiera movido. Pero otras noches no dejaba de dar vueltas en la cama. Se tendía de costado en la litera inferior hasta que metía los pies debajo de la ancha barandilla protectora, y entonces se despertaba y pedía ayuda a gritos. Lo peor era que, a veces, los pies atrapados se convertían en un elemento de la pesadilla que estaba teniendo. La niña se despertaba convencida de que un monstruo la había atacado y la tenía entre sus garras aterradoras. En esas ocasiones Ruth no sólo gritaba para que la libraran de la barandilla, sino que también era preciso llevarla al dormitorio principal, donde volvía a dormirse, sollozando, en la cama de sus padres, al lado de Marion o de Ted
Cuando Ted intentó eliminar la barandilla protectora, Ruth se cayó de la litera. Por suerte había una alfombra y la caída no tuvo consecuencias. Pero cierta vez, desorientada, la niña salió al pasillo. Y con barandilla protectora o sin ella, lo cierto era que Ruth tenía pesadillas. En una palabra, Eddie y Marion no podían contar con que sus encuentros sexuales se desarrollaran sin interrupciones, no podían confiar en que Ruth durmiera durante toda la noche. La niña podía despertarse gritando o aparecer silenciosamente junto a la cama de su madre, por lo que era arriesgado que Eddie y Marion hicieran el amor en el dormitorio principal, o que Eddie llegara al séptimo cielo en brazos de Marion y se quedara allí dormido. Y cuando hacían el amor en la habitación de Eddie, que se encontraba a considerable distancia del dormitorio de Ruth, Marion se preocupaba porque quizá no oiría las llamadas o el llanto de la niña, o porque ésta pudiera entrar en el dormitorio principal y asustarse al no encontrar allí a su madre
Así pues, cuando estaban acostados en la habitación de Eddie, se turnaban para salir al pasillo y prestar atención por si Ruth decía algo. Y cuando yacían en la cama de Marion, las leves pisadas infantiles en el suelo del baño obligaban a Eddie a levantarse a toda prisa de la cama. Cierta vez permaneció tendido en el suelo, desnudo, durante media hora, hasta que Ruth por fin se quedó dormida al lado de su madre. Entonces Eddie cruzó la habitación a gatas. Poco antes de abrir la puerta y encaminarse de puntillas a su propia habitación, Marion le susurró: "Buenas noches, Eddie". Al parecer, Ruth sólo estaba dormida a medias, pues la niña (con voz soñolienta) rápidamente secundó a su madre: "Buenas noches, Eddie"
Después de ese incidente, era inevitable que una noche ni Eddie ni Marion oyeran el ruido de los piececillos que se aproximaban. Así pues, la noche en que Ruth apareció con una toalla en el dormitorio de su madre, porque la niña estaba convencida de que, a juzgar por el ruido que producía, su madre estaba vomitando, Marion no se sorprendió. Y como el muchacho la había montado por detrás y le sostenía los pechos con las manos, Marion tenía poco margen de maniobra. Lo único que hizo fue dejar de gemir
Eddie, en cambio, reaccionó a la aparición súbita de Ruth de una manera sorprendentemente acrobática pero desafortunada. Se retiró de Marion con tal brusquedad que ella se sintió a la vez vacía y abandonada, pero siguió moviendo las caderas. Eddie, que voló una corta distancia hacia atrás, sólo quedó suspendido un instante en el aire. No logró esquivar la lámpara de la mesilla de noche, y tanto él como la lámpara rota cayeron en la alfombra, donde el esfuerzo espontáneo pero inútil del chico por ocultar sus partes íntimas con una pantalla de lámpara abierta por el extremo aportó a Marion por lo menos un instante de comicidad pasajera
A pesar de los gritos de su hija, Marion comprendió que el dramatismo de este episodio tendría unos efectos más duraderos para Eddie que para Ruth. Impulsada por esta convicción, Marion le dijo a su hija con aparente sangre fría:
– No grites, cariño. Sólo somos Eddie y yo. Anda, vuelve a la cama
Eddie se sorprendió al ver que la niña hacía obedientemente lo que le pedían. Cuando el muchacho estuvo de nuevo en la cama al lado de Marion, ésta le susurró, como si hablara consigo misma:
– Bueno, no ha estado tan mal, ¿verdad? Ahora podemos dejar de preocuparnos por eso
Pero entonces se dio la vuelta, de espaldas a Eddie y, aunque sus hombros se estremecían ligeramente, no lloraba, o lloraba sólo por dentro. Sin embargo, Marion no respondió a las caricias ni a las palabras tiernas de Eddie, y él supo que lo mejor sería dejarla en paz
El episodio suscitó la primera reacción clarificadora de Ted. Con una hipocresía impávida, Ted eligió el momento en que Eddie le llevaba en coche a Southampton para visitar a la señora Vaughn
– Doy por sentado que ha sido un error de Marion -le dijo-, pero es indudable que permitir que Ruth os viera juntos ha sido un error de los dos
El muchacho no abrió la boca
– No te estoy amenazando, Eddie -añadió Ted-, pero debo decirte que tal vez te llamen a declarar como testigo.