En cuanto a la señora Vaughn, tanto si conocía como si no el vigor con que Marion y Eddie se ejercitaban en la cama, su relación con Ted, más discreta, había cambiado. Si antes, cuando iba a posar como modelo y cuando regresaba a su coche, era la encarnación del carácter sigiloso por sus movimientos vacilantes y rápidos en el sendero de acceso a la casa, ahora se enfrentaba a cada nueva oportunidad de posar con la resignación de un perro apaleado. Y cuando la señora Vaughn abandonaba el cuarto de trabajo de Ted y volvía a su coche, se tambaleaba con un descuido indicador de que su orgullo era irrecuperable, como si la pose que aquel día había adoptado para el dibujante la hubiera derrotado. Era evidente que la señora Vaughn había pasado de la fase de degradación, como Marion la había llamado, a la fase final de la vergüenza
Ted nunca había visitado a la señora Vaughn en su finca de verano de Southampton más de tres veces a la semana, pero ahora las visitas eran menos frecuentes y de duración notablemente más breve. Eddie lo sabía porque siempre era él quien conducía el coche de Ted. El señor Vaughn pasaba los días laborables en Nueva York. Ted era el hombre más feliz de los Hamptons durante los meses de verano, cuando tantas madres jóvenes estaban allí sin sus maridos, los cuales trabajaban lejos. Ted prefería las madres jóvenes procedentes de Manhattan a las que residían en Sagaponack todo el año. Las veraneantes pasaban en Long Island el tiempo suficiente…, "el lapso de tiempo perfecto para una de las aventuras de Ted", había informado Marion a Eddie
Estas palabras inquietaron al muchacho, pues le llevaron a preguntarse cuál creería ella que era "el lapso de tiempo perfecto" para su aventura con él. No se atrevía a preguntárselo
En el caso de Ted, las jóvenes madres que estaban disponibles fuera de la temporada veraniega resultaban problemáticas a la hora de la ruptura. No todas ellas seguían siendo tan amistosas, una vez terminado ese "lapso de tiempo", como ocurrió con la esposa del pescadero de Montauk, a quien hasta entonces Eddie sólo había conocido como el fiel proveedor de tinta de calamar para Ted. A finales del verano, la señora Vaughn estaría de regreso en Manhattan, donde podría desmoronarse a unos ciento sesenta kilómetros de distancia de Ted. Que la residencia de los Vaughn estuviera en el Gin Lane de Southampton resultaba irónico, dado lo mucho que a Ted le gustaba la ginebra y los vecindarios elegantes
– Nunca tengo que esperar -observó Eddie-. Normalmente, cuando es la hora de recogerle, camina por el arcén de la carretera. Pero no sé qué debe de hacer ella con su hijo
– Probablemente lo envía a clases de tenis -replicó Marion. Pero, desde hacía algún tiempo, las citas de Ted con la señora Vaughn no duraban más de una hora
– Y la semana pasada sólo le llevé una vez -informó Eddie a Marion
– Casi ha terminado con ella -comentó Marion-. Siempre lo noto
Eddie suponía que la señora Vaughn vivía en una mansión, aunque la finca, que se hallaba en el lado de Gin Lane que da al océano, estaba rodeada por unos altos setos que no permitían ver nada. Las piedras perfectas, del tamaño de un guisante, que cubrían el sendero de acceso, acababan de ser rastrilladas. Ted siempre le pedía a Eddie que le dejara en la entrada del sendero. Tal vez le gustaba andar por aquella costosa grava, camino de las tareas que le aguardaban
Comparado con Ted, Eddie O'Hare no era más que un bisoño en los asuntos del amor, un absoluto principiante, pero había aprendido enseguida que la espera excitada era casi igual a la emoción de hacer el amor. Marion sospechaba que, en el caso de Ted, éste disfrutaba más de la espera. Cuando Eddie estaba en brazos de Marion, esa posibilidad era inimaginable para el muchacho
Cada mañana hacían el amor en la casa vagón. Cuando le tocaba a Marion pasar la noche allí, Eddie se quedaba con ella hasta el amanecer. No les importaba que el Chevrolet y el Mercedes estuvieran aparcados en el sendero, a la vista de cualquiera, como tampoco les importaba que los vieran cenando juntos cada noche en el mismo restaurante de East Hampton. Marion no ocultaba el placer que le producía ver comer a Eddie. También le gustaba tocarle la cara, las manos o el cabello, sin que le preocupara que la estuvieran mirando. Incluso iba con él a la peluquería para decirle al barbero cuánto debía cortarle el cabello o cuándo debía dejar de cortar. Ella le lavaba la ropa, y en agosto empezó a comprarle prendas de vestir
Y había ocasiones en que la expresión de Eddie mientras dormía se parecía tanto a alguna de Thomas o de Timothy que Marion de repente le despertaba y le hacía ir, aún medio dormido, al lugar donde colgaba la fotografía en cuestión, sólo para mostrarle cómo le había visto. Y es que ¿quién puede describir el aspecto capaz de evocar a los seres amados? ¿Quién puede prever el fruncimiento de ceño, la sonrisa o el mechón de cabello desviado que establece una rápida e innegable relación con el pasado? ¿Quién puede calcular el poder de asociación, siempre más intenso en los momentos de amor y en los recuerdos de muerte?
Marion no podía evitarlo. Con cada acto que realizaba para Eddie, pensaba en todo lo que había hecho por Thomas y Timothy. También prestaba atención a los placeres de los que, según ella imaginaba, sus hijos perdidos nunca habían disfrutado. Aunque fuese brevemente, Eddie O'Hare había hecho revivir a sus hijos muertos
Aunque a Marion no le importaba que Ted estuviera enterado de su relación con Eddie, le sorprendía que no le hubiera dicho nada, pues sin duda lo sabía. El escritor se mostraba con Eddie tan afable como siempre y, últimamente, también pasaban más tiempo juntos
Un día Ted, con una gran carpeta de dibujos bajo el brazo, pidió a Eddie que le llevara en coche a Nueva York. Usaron el Mercedes de Marion para el viaje de ciento sesenta kilómetros. Ted dio instrucciones al muchacho para llegar a su galería de arte, que estaba en Thompson cerca de la esquina de Broome, o en Broome cerca de la esquina de Thompson, Eddie no se acordaba. Tras entregar los dibujos, Ted y Eddie comieron en un restaurante donde el escritor llevó cierta vez a Thomas y a Timothy. Le dijo que a los chicos les había gustado. A Eddie también le gustó, aunque se sintió incómodo cuando Ted le dijo, durante el viaje de regreso a Sagaponack, que le estaba agradecido por ser tan buen amigo de Marion. Ésta había sido muy desdichada, y era estupendo verla sonreír de nuevo
– ¿Dijo eso? -preguntó Marion a Eddie. -Exactamente
– Qué raro -observó ella-. Más bien esperaba que dijera algo sarcástico
Pero Eddie no había percibido nada "sarcástico" en las palabras de Ted. Era cierto que hizo una referencia al estado físico del muchacho, pero Eddie no podía saber si la observación de Ted había insinuado o no que conocía los ejercicios atléticos que practicaba con Marion día y noche
En su cuarto de trabajo, al lado del teléfono, Ted tenía una lista con media docena de nombres y números de teléfono, correspondientes a sus adversarios regulares en los partidos de squash, los cuales, le dijo Marion a Eddie, eran sus únicos amigos. Una tarde, cuando uno de los adversarios regulares de Ted canceló un partido, Ted le pidió a Eddie que jugara con él. El muchacho le había expresado anteriormente su recién adquirido interés por el squash, pero también le confesó que su habilidad estaba por debajo de la de un principiante