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Así como Sancho había llegado a descubrir que el Caballero de los Espejos era el mismo Sansón Carrasco, hasta la fecha no podía ni sospechar que el de la Blanca Luna, que había derrotado a su señor en las playas de Barcelona, fuera también su donoso amigo, que movido a compasión por la locura y sandez de don Quijote y creyendo que su salud estaba en su reposo, había ido a encontrarle tan lejos de su casa.

– Tuviste al caballero de la Blanca Luna, Sancho, y tú sabrás mejor que nadie si ese caballero de la Blanca Luna rindió a don Quijote y las capitulaciones que le impuso en la derrota.

– Vaya si lo vi, tan bien como le estoy viendo a vuesa merced, si no fuese porque era dos veces más alto, y mucho más fuerte y su rostro resplandecía como me decía don Quijote que les pasaba a los héroes de Troya.

– Le viste entonces el rostro…

– No, porque llevaba la celada echada, y no suele ser uso que el caballero que luchó cubierto quiera, si salió vencedor, descubrirse, pero era tal el resplandor que de debajo de su celada salía, que parecía que se custodiara allí una antorcha de llama viva. Y después de vencerle habló como un verdadero caballero andante…

– Luego tú crees en caballeros andantes, Sancho.

– A medias. Dos he visto luchar con don Quijote. Dos y medio. A uno le venció él, y él quedó vencido por otro. Y el medio, fue aquel vizcaíno que debía de ser caballero, pero no andante. El primero, demasiado sabe vuesa merced quién fue, y no hay más que preguntar a mi compadre Tomé Cecial, que os sirvió de escudero. Del segundo nada digo, porque se presentó sin palafrén ni ayuda.

– ¿Y te pareció loco también ese de la Blanca Luna como lo estaba nuestro don Quijote?

– Si lo estaba se mostró en la victoria enteramente cuerdo, y compasivo y nada jactancioso, habiendo podido extremar su rigor con las armas y ensañarse con la palabra. Sólo le pidió a mi amo que durante un año se recogiese, prohibiéndole que pusiera las manos sobre las armas. Y fue entonces cuando se le ocurrió a don Quijote que parar acortar ese tiempo, que tanto le apenumbraba y le llenaba de ansiedad, podíamos dedicarnos a la vida pastoril, como él y yo oí contamos en cuanto llegamos al pueblo.

– Así es, y asi es como se me ha ocurrido la idea. Escribiré nuestras aventuras en esos campos, en las riberas amenas de los ríos, en los sotos umbríos, en pos de zagalas de hermosura impar de las que nos enamoraremos y a las que yo haré cantar como los ángeles, mientras pongo en boca de todos nosotros versos que habrán de hermanarse a los del divino Garcilaso. Y de ese modo ya que la muerte nos hurtó a don Quijote, privándonos al mismo tiempo de verle cuerdo, le haremos gozar de aventuras que entretendrán sus melancolías allá donde se encuentre.

– ;Y no es eso un disparate, señor bachiller? ¿No creéis que allá donde esté don Quijote las que menos le irán a preocupar serán las cosas que aquí hagamos, tanto si goza de la gloria del cielo, por gozarla mejor, como si espera en el purgatorio el día de dejarlo? ¿No le vendrían más al pelo misas y responsos que versicos, por buenos que le salgan?

– No lo creas. Míralo como una licencia poética. Como cuando, comiéndonos una empanada, nos acordamos de un difunto y decimos: y qué bien se comería ahora Fulano esta empanada, si la catara. Yo creo que cuando al fin salgan a la luz todas esas aventuras bucólicas, no te quepa la menor duda de que harán suspirar a don Quijote por esta vida, que si la otra es buena, alcanzada, la nuestra, si se sabe vivir, es como la misma gloria, y yo te diría incluso que no quiero más eternidad que una hecha de estas mismas cosas, con todas nuestras cuitas y afanes, sólo que sin dolor ni muerte. Y pudiendo gozar de amigos y hermanos y padres en esta vida, ¡cómo no será el gozarlos eternamente en la otra, a mesa y manteles puestos? ¡Y si aquí nos alivia una tarde calurosa de verano la tépida brisa, ¡cómo no será esa brisa allá en el cielo!

– ¿Y para eso me habéis mandado llamar? ¿Para decirme que en el cielo nos han de convidar a todas horas a comer empanada o para concertarse conmigo en el jornal? Eso lo vería yo muy bien. Y muy buena cosa sería el irme con vuesa merced de pastor como me fui de escudero con don Quijote. Ya conozco la vida de escudero de caballero andante, y de ella no se sacan más que palos, burlas, hambres, calores y sobresaltos. De pastores no sería más que estarse todo el santo día en junta de rabadanes, tañendo el rabel, requebrando a nuestras ninfas y náyades y oveja va oveja viene del redil a la cazuela, y de la cazuela al baúl de nuestras personas.

– No hablo de eso, Sancho, sino de una entelequia. No me entiendes. Todo sucederá en un libro, sin que tengamos que sufrir las lluvias y los rigores del sol, sin padecer hambres, sin sentir dolor, y sin salir de nuestras casas. No habrá ollas de carnero ni de vaca. Bastará la imaginación para transportarnos allí donde quisiera el autor, o tú incluso. ¿Que no te gusta la ninfa que te asigno? No tendrás más que decirme: «Mire vuesa merced cambiármela», y yo la pondré a tu gusto, alta, baja, jaquetona o escuálida, con los cabellos como el sol o las ojeras agarenas de la noche. Y si otros han podido ser los historiadores de vuestras hazañas reales por las tierras manchegas, yo voy a serlo de estas otras aventuras pastoriles imaginadas, honestas y sin peligro para la hacienda ni la cabeza de nadie.

– Llevo, amigo Sansón, un mes en esto de las letras, soy como quien dice novicio en ellas y no entiendo muy bien lo que vuesa merced quiere hacer, pero será como vuesa merced dice, atinado y bien traído. ¿Me pagaréis por ello?

– Sí, desde luego, y puedes ponerte tú el salario que quieras, que lo tendrás cumplidamente desde el primer día.

– Corro a decírselo a mi Teresa. ¡Y cómo se me enternecerá del gusto en cuanto lo sepa! No hace una hora me graneaba diciéndome que terminaremos en la miseria si yo no lo remediaba. Y que ningún provecho iba a tener de leer libros. No he leído todavía ninguno, y vos no los habéis escrito, y ya tengo el salario que quiera ponerme. Le dije a mi Teresa que tuviera paciencia, y ya veis como la fortuna no deja de son-reírme. Corro a decírselo, mi buen bachiller, amo longánimo y gloria pastoril de los pastores, y sabrá que en menos que canta un gallo la habré hecho más rica que todos los ricos de estos contornos, con más ovejas que las encinas del conde y con tantos criados, que no habrá nadie que la tosa al pasar.

– Vuelves a no entenderme, Sancho. He dicho que te pagaré, pero será en letras de molde, y de la misma manera que nada de lo que en ese libro ocurra tendrá más realidad que la del papel, los escudos y ducados que por allí circulen habrán de tener la misma pasta, o sea, la del papel y la de la imaginación.

Se quedó un poco corrido Sancho y divertido Carrasco de ver que el pobre escudero seguía siendo tan candoroso.

– Pero hasta donde yo llego a entender -replicó Sancho Panza-, puedo comprender que alguien haga la historia de lo que ya ha ocurrido; incluso entendería que haga la que se está haciendo en ese mismo momento, como aseguró vuesa merced que ocurriría un día con todo lo que ha estado sucediendo desde que murió mi amo don Quijote. Llegaría a entender, aunque no le veo la finalidad ni el propósito, que vuesa merced esté ahora escribiendo, como dijo que haría, nuestra misma historia, que sin don Quijote no tiene, al menos para mi, ningún interés. Lo que no alcanzo a entender es cómo vuesa merced puede hacer la historia de algo que sabe que no ha ocurrido ni podrá ocurrir nunca, porque ya una de las partes ha muerto, y bien muerta está y enterrada donde no podrá hacer otra vida pastoril que con los gusanos que se lo estén comiendo, cosa poco cristiana y nada piadosa. ¿No sería mejor para todos irnos de vida pastoril, y contar luego lo que ocurriera? ¿No hacen eso los pintores, que ponen a uno con traje de Judas y a otro de Arcángel, y le sirven de modelos? ¿No es una locura poner la albarda antes que el rucio?

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