A esas alturas había terminado comprendiendo, como Elisa le había dicho en cierta ocasión, que Ric no era tan «diabólico» como él creía, sino un chaval abandonado por sus padres y desdeñado por su tío, lleno de inteligencia y ambición, pero también muy necesitado de amistad y amor. Cuando pensaba en Ric pensaba en contradicciones: un alma egocéntrica pero capaz de sentir afecto, como había quedado demostrado tras la famosa pelea a orillas del río por Kelly Graham; un buscador de placeres que, visto desde la distancia, no dejaba de resultar un cándido aficionado a la satisfacción solitaria con revistas, fotos y películas… Un individuo, en todo caso, marginal para los adultos, pero atractivo, y hasta pedagógico, para cualquier niño. Concluía que la amistad con Valente le había enseñado más sobre la vida que muchos libros de física y muchos maestros, porque haber sido amigo del diablo resultaba apropiado para quien, como él, intentaba aprender a evitar las tentaciones.
Buena prueba de que las cosas habían sido así en su caso era, que, cuando maduró lo suficiente para apartarse de la órbita del aquel chico solitario, resentido y genial, no dudó en hacerlo. Los recuerdos de las correrías que habían compartido no le parecían sino peldaños en su evolución interior. A la hora de la verdad, él había seguido su propio camino mientras Valente continuaba con sus perversiones no tan secretas.
En cualquier caso, la aritmética de su existencia siempre había dado un resultado positivo, incluso con la variable Valente de por medio.
Hasta esa noche.
Si se ponía a rememorar en orden todo lo que había vivido esa noche única, casi le daban ganas de reír: la mujer que más admiraba (y amaba) le había contado una historia increíble; luego unos desconocidos lo habían sacado de su coche a la fuerza, llevado a una casa en las afueras e interrogado mientras le dirigían miradas intimidatorias; y ahora un David Blanes ojeroso, barbudo y probablemente loco pretendía que creyera en lo imposible. Eran números demasiado grandes para su aritmética mental.
Lo único que sabía con certeza era que estaba allí para ayudarlos, sobre todo a Elisa, y que intentaría hacerlo lo mejor posible.
Pese al miedo creciente que sentía.
– Dijiste que había cosas más extrañas -dijo.
Blanes asintió.
– Las momificaciones. ¿Puedes explicarlo, Jacqueline?
– Un cadáver puede momificarse por medios naturales o artificiales -dijo Jacqueline-. Los artificiales los empleaban en Egipto, y los conocemos todos. Pero también la naturaleza puede momificar. Por ejemplo, lugares extremadamente secos con aire circulante, como los desiertos, producen una rápida evaporación del agua del organismo impidiendo la labor de las bacterias. Pero los restos de Cheryl, Colin y Nadja estaban momificados debido a un proceso que no se parecía a ninguno conocido. No había desecación, ni presencia de alteraciones ambientales típicas, ni había transcurrido el tiempo suficiente para que las hubiera. Y existían otras contradicciones: los fenómenos de autolisis química, por ejemplo, causados por la muerte de nuestras propias células, parecían haberse producido, pero no así la posterior labor de las bacterias. La ausencia total de putrefacción bacteriana era insólita… Como si… Como si hubiesen pasado mucho tiempo encerrados en algún sitio sin contacto con la atmósfera. Resultaba inexplicable, teniendo en cuenta la datación post mortem. La llamaron «momificación aséptica idiopática».
– Sé cómo la llamaron -intervino Carter en un castellano torpe pero comprensible (Elisa ignoraba que lo hablase). Estaba apoyado en la pared, con los brazos cruzados y parecía aguardar a que alguien lo desafiara a un combate-. La llamaron: «Si alguien tiene puta idea de lo que es esto, que lo diga».
– Eso es lo que significa «idiopática» -dijo Jacqueline.
– ¿Y ello qué indica? -preguntó Víctor.
Blanes tomó la palabra.
– Ante todo, que el tiempo en el que se supone que fueron cometidos los crímenes no se corresponde con el tiempo que llevaban muertas las víctimas. Craig y Nadja fueron asesinados en menos de una hora, pero, según los análisis, sus cuerpos habían muerto hacía meses. Insisto: sus cuerpos. Ni los trozos de ropa encontrados ni los objetos que los rodeaban presentaban las mismas señales de deterioro o de paso del tiempo, incluyendo a las bacterias sobre su piel: de ahí la ausencia de putrefacción a la que aludía Jacqueline.
Hubo un silencio. Todas las cabezas se volvieron hacia Víctor, que arqueó las cejas.
– Eso es imposible -dijo.
– Ya lo sabemos, pero hay más -repuso Blanes-. Otra perturbación común en todos los casos son los cortes de luz. Es decir, no solo de luz: de energía. Las lámparas con baterías se gastan, los motores se apagan… El generador auxiliar de la estación, por ejemplo, no llegó a ponerse en marcha por ese motivo. Y al helicóptero que se desplomó en pleno vuelo sobre el almacén y produjo la explosión le ocurrió lo mismo: su motor dejó de funcionar de repente, al tiempo que se apagaban las luces de la casamata. Ello coincidió con la muerte de Méndez. Ocurrió igual en la despensa, con la muerte de Ross, y en las casas de Craig y de Nadja. A veces el corte de energía se extiende a una zona amplia, pero el epicentro siempre es el lugar del crimen…
– Puede tratarse de hipersobrecargas. -La mente de físico de Víctor Lopera había empezado a funcionar. Sobre cadáveres no deseaba saber nada, pero en lo referente a circuitos electrónicos se movía en algo que podía denominarse «su elemento»-. Las hipersobrecargas chupan a veces toda la energía de un sistema.
– ¿También la de las baterías de una linterna no conectada a la corriente general?
– Debo reconocer que eso es muy extraño.
– Lo es -asintió Blanes-, pero de alguna manera nos sirve para establecer un punto de partida. Zigzag y los cortes de energía están relacionados de alguna forma. Es como si Zigzag necesitara de esos cortes para poder actuar.
– La oscuridad-dijo Jacqueline-. Él entra con la oscuridad.
La frase pareció atemorizarlos a todos. Elisa comprobó que más de uno miraba el flexo encendido sobre la mesa. Decidió interrumpir el hondo silencio.
– De acuerdo, Zigzag produce cortes de energía, pero ello no explica qué clase de cosa nos ha estado… -Se alisó el pelo en un gesto rabioso-. Nos ha estado torturando y asesinando desde hace años…
– Ya dije que la explicación final nos la ofrecerá Reinhard, pero puedo adelantaros esto: Zigzag no es ningún ente sobrenatural, ningún «diablo»… Lo ha creado la física. Se trata de un hecho comprobable, científico, que Ric Valente, de alguna manera, produjo en Nueva Nelson. -En medio del estupor con que fue recibida aquella declaración, Blanes añadió algo aún más extraño-: Es posible, incluso, que el propio Valente sea Zigzag.
– ¿Qué? -Víctor los miró a todos, palideciendo- Pero… Pero si Ric ha muerto…
Carter se plantó frente a ellos con los brazos cruzados.
– Fue otra de las mentiras de Eagle, la más sencilla. Nunca se encontraron pruebas de la culpabilidad de Valente, y menos de su muerte, pero decidieron achacarle los asesinatos de la isla para que nadie hiciera preguntas. Sus padres enterraron un ataúd vacío.
Elisa contemplaba a Carter, aturdida. Carter añadió:
– Por lo que al mundo respecta, Valente sigue en paradero desconocido.
Oía zumbidos, sentía un hormigueo trepando por su vientre y el levísimo mareo producido por la inclinación. La diferencia de presión había taponado sus conductos auditivos curvando sus tímpanos. Las luces de la cabina, puestas al mínimo para el aterrizaje, creaban una atmósfera dorada y tibia. Se trataba de percepciones familiares para los pasajeros de cualquier avión en descenso.
Los altavoces se animaron de repente.
– En diez minutos aterrizaremos.