– Comprendo.
– Hemos quedado en vernos esta noche. Me ha dicho que está… asustada.
– Ya.
Aquel «ya» le sonó como si a Blanes no solo no le hubiese intrigado el estado de Nadja, sino que incluso se lo esperase.
– Algunos detalles de lo sucedido con Colin le trajeron recuerdos -añadió ella.
– Sí, Reinhard también me ha contado algo.
– Pero se trata de una desafortunada coincidencia, ¿verdad?
– Sin duda.
– Por más que lo pienso, no puedo ni plantearme la posibilidad de… de una relación con lo… con lo que nos pasó… ¿Y tú, David?
– Eso está fuera de toda discusión, Elisa.
La esposa de Colin Craig corre despavorida por el arcén, quizá en bata o en camisón. Ha visto cómo atacaron y torturaron salvajemente a su marido y secuestraron a su hijo, pero ella ha logrado escapar y pide ayuda.
Eso está fuera de toda discusión, Elisa.
– Me pregunto -dijo Blanes, y adoptó un tono distinto, una melodía de «cambio de tema»- si te apetecería que nos viéramos un día de éstos… Comprendo que son fechas muy ajetreadas pero, no sé, quizá podamos quedar para tomarnos un café. -Se echó a reír. O más bien hizo ruidos que indicaban: «Me estoy riendo»-. Podría venir Nadja también, si le apetece…
Y de pronto Elisa creyó comprender el sentido último de la llamada de Blanes, lo que se agitaba tras el decorado.
– La verdad es que me atrae el plan. -«El plan» era una expresión doblemente acertada, consideró-. ¿Mañana jueves, por ejemplo?
– Perfecto. Mi hermana me ha dejado su coche y podría pasar a recogerte a las seis y media, si te viene bien. Luego decidimos el sitio.
Hablaban en tono intrascendente. Eran dos amigos que, tras varios años de no verse el pelo, quedan una tarde cualquiera. Pero ella captó todos los datos. Hora: seis y media. Lugar: no vamos a decidirlo por teléfono. Motivo: eso está fuera de toda discusión.
– Dime dónde puedo localizarte -pidió ella-. Le preguntaré a Nadja y te llamaré.
Ejemplo de motivo: un niño de cinco años congelado en el jardín de su casa, boca y ojos vendados de nieve, aguardando a sus papás en vano, porque mamá se ha ido a pedir ayuda y papá está en casa, pero en aquel momento se halla ocupado.
Más ejemplos: soldados y cortes de luz.
Ciertamente, tenemos muchos motivos.
– De acuerdo, Elisa. Llamadme cuando queráis. Suelo acostarme tarde.
En la carretera del Pardo el tráfico se hizo más fluido. Elisa se despidió de Blanes, guardó el móvil y cambió de marcha. De repente tenía mucha prisa por estar con Nadja.
Se duchaba siempre pensando que iba a morir.
En los últimos años aquel temor había cobrado una fuerza vertiginosa, y el simple hecho de hallarse desnuda bajo la incesante lluvia tibia se le antojaba más una prueba de coraje que una necesidad higiénica. No porque no estuviese acostumbrada a encontrarse sola -al fin y al cabo, así vivía en París-, sino por lo contrario: porque creía, o sospechaba, o intuía, que nunca estaba sola del todo.
Incluso cuando no había nadie a su alrededor.
No seas tonta. Ya te lo dijo Elisa: lo que le ha sucedido a Colin Craig es horrible, pero no tiene nada que ver con Nueva Nelson. No pienses en eso. Quítatelo de la cabeza. Se frotó los brazos. Luego se enjabonó el vientre y el pubis depilado. Se había depilado axilas y pubis hacía años, completa, definitivamente. Al principio lo había considerado un capricho banal, incluso le había divertido mantenerse así, pese a que nadie la había animado a ello y ninguna de sus hermanas se había atrevido a tanto. Después… ya no supo qué pensar. Cuando compró toda aquella lencería negra (que jamás le había gustado y que le quedaba tan chocante en su cuerpo casi albino), o cuando decidió teñirse el pelo, también lo atribuyó a sus fantasías íntimas. Suponía que procedían de malas experiencias. En cualquier caso, se trataba de su vida privada.
O eso creía. Hasta que esa tarde había hablado con Jacqueline.
Durante los primeros meses tras su regreso de Nueva Nelson había intentado restablecer sin éxito el contacto con su antigua profesora. Había llamado a la universidad, al laboratorio incluso a su casa. Lo primero que supo fue que Jacqueline había resultado «herida» en la explosión de la isla. Luego le dijeron que había pedido una baja indefinida en la universidad. Los técnicos de Eagle le reprocharon aquellas llamadas, recordándole que estaba prohibido comunicarse con otros miembros del proyecto por razones de seguridad. Eso no hizo más que irritarla, y su estado empeoró. Entonces la táctica de ellos cambió: le daban noticias de Jacqueline casi cada mes. La profesora Clissot se encontraba bien, aunque había abandonado el ejercicio de su profesión. Más tarde se enteró de que se había divorciado. Escribía libros, era una mujer independiente que había decidido darle un nuevo rumbo a su vida.
Nadja había terminado aceptando que nunca más la vería. A fin de cuentas, ella también le había dado un nuevo rumbo a su vida.
Hasta aquella misma tarde, hacía unas horas, en que su teléfono móvil había sonado y había averiguado que los «rumbos» de Jacqueline y de ella (y quizá de Elisa) eran muy parecidos: soledad, angustia, obsesión por cuidar el aspecto y ciertas fantasías relacionadas con…
Ni siquiera recordaba quién de las dos había dicho la primera palabra sobre él y sobre las cosas que las «obligaba» a hacer. Una regla primordial de sus fantasías consistía en la prohibición de hablar de aquello con nadie. Pero había advertido en Jacqueline un titubeo, una ansiedad (muy similar a la de Elisa después), y eso la había decidido a confesarse… O quizá se debiera a la noticia de la muerte de Colin Craig que, de alguna forma, había agrietado la muralla de silencio. Y con cada nueva palabra que se filtraba por ella comprendían la pesadilla que las unía…
Pero es posible que haya una explicación psicológica. Algún tipo de trauma que sufrimos en la isla. Deja de preocuparte.
Entre los azulejos anaranjados de la cabina de la ducha discurría una hilera de pájaros de colores pintados en la cerámica. Nadja los contempló para distraerse mientras sostenía el grifo con la mano izquierda apuntando hacia la espalda.
Deja de preocuparte. Debes…
Las luces se apagaron de manera tan suave e inesperada que casi siguió viendo aquellos pájaros cuando las tinieblas la envolvieron.
Estaba llegando a Moncloa. Su ansiedad, sin embargo, había empeorado. Le entraron ganas de tocar el claxon, pedir paso, apretar el acelerador.
De pronto se sentía muy angustiada.
Podía resultar increíble, pero tenía la extraña certidumbre de que era vital que se apresurase.
Respiró aliviada al ver que el edificio parecía tranquilo. Sin embargo, aquel aspecto de normalidad también la agobiaba. Encontró un espacio para estacionar, entró en el portal y subió la escalera atropelladamente, pensando que algo malo había sucedido.
Pero Nadja misma le abrió la puerta, sonriendo. Toda la gélida inquietud que había sentido durante el trayecto se derritió bajo la calidez del saludo. No pudo evitar llorar de alegría mientras abrazaba a su amiga con fuerza. Luego se apartó y la miró detenidamente.
– ¿Qué rayos te has hecho en el pelo?
– Me lo he teñido.
Estaba muy maquillada, guapa, elegante. Despedía olor a perfume. Hizo pasar a Elisa a un salón acogedor y luminoso, con un abeto con bombillas en una esquina, y le ofreció algo de beber antes de salir a cenar. Ella aceptó una cerveza. Nadja trajo una bandeja con dos vasos rebosantes de espuma, la depositó en una mesa de centro, se sentó frente a Elisa y dijo:
– La verdad, me arrepiento de haberte molestado. Soy tonta, Elisa. No debí llamarte.
– Para mí no ha sido ninguna molestia, al contrario. Quería verte.