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– Eagle Group -dijo Elisa.

– En efecto. Pero eso solo es la punta del iceberg. Debajo… ¿qué hay? ¿Te lo has preguntado alguna vez? Yo te lo diré: los gobiernos. ¿Y debajo? Negocios. El Impacto es una excusa. Lo que Eagle quiere ocultar a toda costa es el interés militar del proyecto.

– ¿Qué?

– Ponte a pensar. ¿De veras crees que toda la pasta que cuesta Zigzag viene de la pasión que despiertan Troya, el antiguo Egipto o la vida de Jesús? No seas ingenua. Cuando Sergio y yo les mostramos el Vaso Intacto aparecieron letreros de neón en la mente de los jerarcas: «¿Cómo podemos aprovechar esto contra el enemigo?» fue el primer titular que brilló en sus, complejos cerebros. «¿Y cómo podemos impedir que el enemigo lo use contra nosotros?» Ése fue el segundo. En cuanto a los Cristos, faraones o emperadores, son resultados interesantes, pero no decisivos en el cómputo total. -Elisa parpadeó., Nunca se le hubiese ocurrido aquella posibilidad. Ni siquiera alcanzaba a imaginar qué clase de uso militar podía darse al hecho de contemplar el pasado remoto. Pero Blanes empezó a levantar los dedos de la mano derecha respondiendo a sus dudas como si le leyera el pensamiento-: Espionaje. Captación de imágenes desde el espacio que pueden mostrar no solo lo que está ocurriendo ahora, sino lo ocurrido hace diez meses o diez años antes, cuando el enemigo no podía ni sospechar que estaba siendo espiado. Esto resulta útil para obtener datos de los campos de entrenamiento de terroristas, tan aficionados al nomadismo: hoy están aquí, mañana allí, y no dejan pruebas… O para el rastreo de atentados. No importa que la bomba haya estallado ya: se filma la zona y se busca lo sucedido en los días previos hasta dar con los culpables y el método exacto que utilizaron.

– Dios mío…

– Sí, Dios mío. -Blanes torció los labios-. El ojo de Dios viéndolo todo. El Gran Hermano del Tiempo. A ello hay que añadir el espionaje industrial y político, la búsqueda de pruebas de escándalos para expulsar a tal o cual presidente… Es una carrera contrarreloj entre Europa, financiadora del proyecto, y Estados Unidos, que seguramente han iniciado en cualquier isla del Pacífico su Zigzag personal. Hemos demostrado que con una simple cámara de vídeo puedes contemplar todo lo ocurrido en cualquier momento y en cualquier lugar del mundo… Zigzag ha desnudado a la humanidad, y los militares quieren ser los primeros mirones. Solo los frena una cosa, pequeña pero jodida. -Se llevó las manos al pecho-: Yo.

A Elisa no le pareció presunción. Era como si aquel papel no le gustara en absoluto. Sus siguientes palabras se lo confirmaron.

– Para ellos soy… ¿Cómo dice el bolero? -Y cantó-: «Soy como una espinita que se te ha clavado en el corazón…». Te juro que no me agrada ser un incordio para nadie. Me fui de Estados Unidos porque invirtieron en armas antes que en aceleradores, y me marcharé de Europa si Zigzag se destina a uso militar, pero soy consciente de que estoy aquí porque me pagan. Deseo darles lo que me piden, te lo aseguro, pero me niego a experimentar con el pasado reciente. -De pronto su voz revelaba inquietud-. Les he dicho que hay riesgos, y es cierto, Elisa… Muchos riesgos, créeme. No obstante, se trata de una postura personal. Sergio, por ejemplo, es más atrevido, aunque ha terminado dándome la razón. Por eso quieren que sigamos con nuestros juegos, para ver si topamos con algo que no implique tantos riesgos y que ellos puedan usar.

– No me dijeron nada de eso cuando me contrataron -comentó Elisa, asombrada.

– Claro que no. ¿Crees que a mí me lo han dicho todo? Desde cierto once de septiembre, el mundo ha dejado de dividirse en verdades y mentiras. Ahora solo disponemos de mentiras; el resto nunca lo conoceremos.

Hubo un silencio. Blanes contemplaba un punto en el suelo metálico. En algún remoto lugar atronaba la lluvia.

– Y lo peor, ¿sabes qué es? -dijo él de improviso-. Que si me hubiese negado, si hubiese obedecido a Grossmann y lo hubiese abandonado todo, nunca habríamos contemplado un, bosque jurásico, o las antenas de un dinosaurio, o una mujer caminando por la Jerusalén de tiempos de Cristo… Nada de eso me disculpa, pero al menos me explica. Es como tener un inmenso regalo y no poder compartirlo con nadie… De modo que, si me dan el Nobel, te lo regalaré. ¿Lo quieres? -Le apuntó con el dedo..

– Creo que no. -Elisa bajó de la mesa y estiró los bordes; de su breve camiseta hacia el vientre mientras sonreía-. Puedes quedártelo.

– Oye, tu obligación como discípula es hacerte cargo de las cosas que yo rechace. ¿Qué íbamos a hacer si no? ¿Tirarlo a la papelera?

– Dáselo a Ric Valente. Seguro que lo acepta encantado.

Volvieron a sonreír.

– Ric Valente… -meditó Blanes-. Un chico raro. Un alumno extraordinario, pero demasiado ambicioso… En Alighieri traté de conocerlo bien y me di cuenta de que no me gustaba. De ser por mí, no habría sido reclutado, pero Sergio y Colin están enamorados de él.

Ella permaneció un instante mirándolo. Luego dijo, antes de marcharse:

– Gracias.

Blanes alzó la vista.

– ¿Por qué?

– Por compartir conmigo ese regalo.

Mientras regresaba por el pasillo recordando fragmentos de la conversación, percibió que la lluvia había redoblado su fuerza. Sin duda se trataba del preámbulo del tifón. Pero la proximidad del temporal no la inquietaba: Carter había asegurado que no iba a representar ningún peligro, y ya se habían tomado «las medidas necesarias».

Y tenía razón. El tifón sería lo menos peligroso de todo.

Aquella tromba impedía el desarrollo de cualquier actividad en el exterior y apiñaba a los científicos en las habitaciones, encerrándolos en una atmósfera gris y aletargada. Elisa y sus colegas sufrían más ese aletargamiento, ya que el trabajo había cambiado de manos y ahora eran Clissot, Silberg, Nadja y Rosalyn quienes tenían cosas que hacer, mientras que los físicos podían permitirse un descanso. Ella solía reunirse con Clissot y Nadja en el laboratorio después de desayunar, y se distraía viéndolas estudiar milímetro a milímetro la imagen del Lago del Sol (como había sido bautizada, rechazándose otras propuestas como la de Marini, que pretendía llamarla «de las Gallinas Carnívoras»). Al principio asistía a aquellas sesiones muy animada, pero luego empezó a aburrirse con el trabajo minucioso de las dos paleontólogas. «Observa la extremidad anterior de A, Nadja. Compárala con la homolateral de B. Solo hay una falange en A, dos en B.» Elisa bostezaba. Si hace un par de días me hubiesen dicho que iba a hartarme de ver esto, me habría reído a carcajadas. Nos acostumbramos a todo.

Nadja se encontraba mucho mejor. Había logrado conciliar el sueño y su ansiedad había disminuido. Aunque tendría que presentarse a una revisión psicológica con Silberg la semana siguiente, nada parecía poder apartarla de aquella rutina diaria frente al ordenador.

Cada vez que veía a su amiga, Elisa pensaba en lo que le había contado la tarde de las proyecciones. Le parecía absurdo, fruto de su estado de nervios, pero albergaba dudas. ¿Cabía la posibilidad de que hubiese alguien más en la isla que ellos ignoraran? ¿Y por qué no? Llevaba dos meses y medio allí, y aunque creía conocer a todos y cada uno de sus habitantes, incluyendo a los soldados, los helicópteros iban y venían para reponer víveres y podía darse la circunstancia de que hubiese llegado algún militar de reemplazo y se alojara, junto con los otros, en la casamata. Pero, si así era, ¿por qué no se daba a conocer? ¿Y qué hacía explorando los barracones de noche y sin uniforme? Es absurdo. Nadja tuvo una pesadilla especialmente intensa. Luego la exageró con el Impacto.

Pero no podía quitarse de la cabeza la horrible fantasía de un hombre de ojos blancos mirándola desde las tinieblas.

La noche del sábado 1 de octubre, después de jugar (y perder) con Craig, Marini y Blanes varias partidas de póquer tras, la cena, Elisa se retiró a su habitación. A las nueve ya estaba en la cama y a las diez en punto se apagaron las luces.

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