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Estaba consciente de que algo inusual estaba sucediendo. Si habíamos acompañado al Maestro a almorzar o si nos había invitado a ir con él, no lo recuerdo, pero lo cierto es que estábamos en su habitación; y mientras estábamos allí sentados, él nos dijo en voz baja pero intensa:

– El juego ha llegado a su fin. El señor Otake me ha arruinado con esa jugada sellada. Fue como derramar tinta sobre una pintura recién terminada. En el instante en que la vi, sentí que el juego se clausuraba. Pero decirlo habría sido el colmo. Realmente pensé en desistir, pero dudé, y aquí estoy.

No recuerdo si Yawata estaba con nosotros, o Goi, o ambos. En todo caso, guardaban silencio.

– Hizo esa jugada así, ¿y por qué? -refunfuñó el Maestro-. Porque se tomó dos días para pensar. Es deshonesto.

No dijimos nada. No podía ni asentir ni defender a Otake. Pero nuestra simpatía estaba con el Maestro.

No tenía conciencia, en el momento en que jugaban, de que el Maestro estaba tan enojado y molesto hasta el punto de estar considerando abandonar el certamen. Su cara no revelaba ninguna emoción, ni el modo en que sentaba ante el tablero. Ninguno de nosotros se había percatado de su disgusto.

Estábamos observando a Yawata, es claro, cuando tuvo sus inconvenientes con el plano y la jugada sellada, y no habíamos mirado al Maestro. Pero el Maestro había jugado Blanco 122 literalmente al instante, en menos de un minuto. Era comprensible que no nos diéramos cuenta. No había transcurrido un minuto desde que Yawata encontró la jugada sellada, y ya el Maestro se había dominado en pocos segundos y mantenía su compostura a lo largo de la sesión.

Oír estas palabras irritadas del Maestro, que había hecho su jugada imperturbablemente, nos produjo una conmoción. Sentí que en ellas se concentraba una esencia de esa lucha del Maestro, extendida desde junio hasta diciembre.

El Maestro había colocado el juego a nivel de obra de arte. Era como si la tarea, semejante a una pintura, hubiera sido manchada en el momento de mayor tensión. Ese juego de negro contra blanco, de blanco contra negro, tenía el designio y las formas de una creación artística. Tenía el vuelo del espíritu y la armonía de la música. Todo se desvirtuaba si sonaba una nota en falso, o si una parte del dueto repentinamente se salía de la forma y entraba en un excéntrico desarrollo propio. La obra maestra de un juego podía arruinarse por la insensibilidad de sentimientos de un adversario. Ese Negro 121 había sido motivo de admiración y sorpresa, de duda y sospecha para todos nosotros, y su efecto al cortar la ondulación y la armonía del juego no podía desconocerse.

Negro 121 fue muy discutido entre los profesionales del mundo del Go y en el ajeno a él también. Para un aficionado como yo la jugada resultaba extraña y falta de naturalidad, y de ninguna manera agradable. Pero también hubo profesionales que se presentaron y dijeron que ya era hora de que una jugada como ésa tuviera lugar.

– Me pareció que el momento había llegado para un Negro 121 en esos días -dijo Otake en su Reflexiones tras el combate.

Wu se refirió sólo muy ligeramente a la jugada. Después del enlace en diagonal en la zona de Blanco en E-19 o F-19, dijo: "Blanco no necesita responder como el Maestro hizo con 122, incluso ante Negro 121, pues puede defenderse en H-19. Negro podría entonces encontrar las posibles jugadas a partir de ko mucho más limitadas".

Sin duda que la explicación de Otake habría sido semejante.

Negro 121 había sobrevenido cuando la batalla en el centro alcanzaba su clímax, y había sido una jugada sellada. Había molestado al Maestro y despertado sospechas en todos nosotros. En una situación difícil, un jugador podría, efectivamente, y hasta la siguiente sesión, en este caso tres días más tarde, dedicarse a pensar cuál debería haber sido de hecho la última jugada de la sesión anterior. Me habían contado de jugadores que, tal vez en uno de los grandes torneos, jugaban como desde el ko hasta los más alejados rincones del tablero, mientras se registraban los últimos segundos asignados, para de este modo prolongar la vida unos pocos instantes más. Todo tipo de mañas se habían inventado para utilizar los recesos y las jugadas selladas. Reglas nuevas daban lugar a nuevas tácticas. Quizá no era casual que cada una de las cuatro sesiones desde que el juego se había reiniciado en Ito, hubiera terminado con una jugada sellada por parte de Negro.

El Maestro estaba tan dispuesto a una confrontación que dijo tiempo después: "Se había perdido la oportunidad para retirarme con Blanco 120". Y la siguiente jugada fue ese Negro 121.

Lo importante, en todo caso, es que Negro 121 enfureció y decepcionó al Maestro esa mañana.

En su revisión del juego, el Maestro no hizo mención de Negro 121.

Un año más tarde, sin embargo, en "Selectos ejemplos en Go", dentro de Antología de los trabajos del Maestro, habló de un modo bastante franco. "Era el momento ahora de valerse de Negro 121… Debemos notar que si él hubiera procedido según su conveniencia (vale decir esperar hasta que Blanco hiciera el enlace en diagonal), había posibilidad de que Negro 121 no fuera tan contundente".

Puesto que el propio contrincante de Otake lo admitía, pocas dudas podían caber. Se había indignado en el momento porque la jugada era algo absolutamente inesperado. En su enojo injustamente criticó las razones de Otake.

Quizá, confundido por su deseo de claridad, el Maestro insistió en tocar el tema de Negro 121. ¿Pero es verosímil que, en un trabajo publicado un año después del certamen y medio antes de su muerte, recuerde las dimensiones de la controversia y tranquilamente reconozca la jugada por lo que ella fue?

El "ahora" del Maestro era el "esa vez" de Otake. Para un aficionado como yo algo de acertijo seguía todavía latente.

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