Dudo que haya antecedentes para la ceremonia con que se inauguró el último juego del Maestro. El Negro hizo una sola jugada, y también el Blanco, y luego se ofreció un banquete. El 26 de junio de 1938 hubo una calma pasajera en las tempranas lluvias de verano, y evanescentes nubes cubrieron el cielo. El follaje en el jardín de la posada Koyokan había sido lavado por las lluvias. Un sol potente rielaba sobre las dispersas hojas de bambú. Sentados ante el tokonoma [7] , en la sala de la planta baja, se encontraban Honnimbo Shusai, Maestro de Go, y su desafiante, Otake del séptimo rango. En total, había cuatro maestros en la asamblea: a la izquierda de Shusai, Sekine, décimo tercero en la línea de los grandes maestros de shogi, junto con Kimura, maestro de shogi, y Takagi, maestro de renju [8] , todos convocados a esta apertura del último juego del Maestro, auspiciado por un diario. Yo mismo, enviado especial del diario, me hallaba al lado de Takagi. A la derecha de Otake estaban el editor y los directores del diario, el secretario y los directores de la Asociación Japonesa de Go, tres venerables campeones de Go del séptimo rango, Onoda del sexto, que estaba entre los jueces, y varios discípulos del Maestro.
Tras lanzar una mirada sobre el grupo, todos con formales trajes japoneses, el editor hizo algunas indicaciones preliminares. La ansiedad paralizó la sala cuando el tablero de Go fue dispuesto en el centro. Las peculiaridades del Maestro, después que se sentó ante el tablero, quedaron una vez más de manifiesto, particularmente el modo como inclinaba el hombro derecho. Y la delgadez de sus rodillas. El abanico se veía enorme. Con los ojos cerrados, Otake cabeceaba y su cabeza iba hacia un lado u otro.
El Maestro se puso de pie. Con el abanico plegado en su mano, parecía un guerrero preparando su daga. Se ubicó ante el tablero. Los dedos de su mano izquierda se apoyaban en la falda de su kimono, su mano derecha se mantenía suavemente cerrada. Levantó la cabeza y miró delante de sí. Otake se sentó frente a él. Después de hacerle una reverencia tomó el tazón de piedras negras del tablero y lo colocó a su derecha. Hizo otra reverencia e, inmóvil, cerró sus ojos.
– ¿Empezamos? -dijo el Maestro.
Su voz era baja pero intensa, como si le estuviera diciendo a Otake que se apresurara. ¿Objetaba la conducta un tanto histriónica de Otake, o estaba listo para el enfrentamiento? Otake abrió los ojos y volvió a cerrarlos. En las sesiones en Ito leía el Lotus Sutra durante las mañanas de juego, y ahora parecía entrar en orden mediante una silenciosa meditación. Entonces, de golpe, hubo un ruido de piedras sobre el tablero. Eran las doce menos veinte.
¿Habría una apertura novedosa o vieja, "estrella" o komoku [9] ? El mundo se preguntaba si Otake armaría una nueva ofensiva o una previsible. La jugada de Otake fue conservadora, en R-16, en el ángulo superior derecho; y así uno de los misterios se resolvió.
Con las manos sobre las rodillas, el Maestro observaba con asombro ese komoku de apertura. Bajo las luces deslumbrantes de las cámaras, cerraba su boca con tal intensidad que los labios sobresalían, y todos los demás ya no formábamos parte de su mundo. Era el tercer encuentro en que veía jugar al Maestro, y siempre, al sentarse ante el tablero, parecía exudar una suave fragancia que enfriaba y purificaba el aire a su alrededor.
Pasados cinco minutos pareció que iba a jugar, olvidado de que su jugada debía quedar lacrada.
– Creo que habíamos decidido, señor, que su jugada quedaría lacrada -dijo Otake-. Pero supongo que usted no siente haber hecho la jugada, salvo si la ha realizado sobre el tablero mismo.
El secretario de la Asociación de Go condujo al maestro a la habitación contigua. A puertas cerradas, anotó su jugada de apertura, Blanco 2, en la hoja de papel pautado, que fue ensobrada. Una jugada lacrada queda invalidada si alguien la ve.
– Parece que no hay agua -dijo, al regresar. Humedeciendo dos dedos con su lengua, lacró el sobre y estampó su nombre encima del sello. Otake firmó debajo. El sobre fue colocado en otro más grande, en el cual los organizadores estamparon sus sellos, y que fue guardado en la caja de seguridad de la posada Koyokan.
Las ceremonias de apertura finalizaron.
Para tener fotografías de presentación del encuentro, Kimura Ihei pidió que los jugadores regresaran a sus lugares. El grupo se distendió, y los venerables caballeros del séptimo rango se congregaron para admirar el tablero y las piedras. Hubo varias especulaciones sobre el grosor de las piedras blancas, tal vez de un cuarto o quizás de un quinto de pulgada.
– Son las mejores que se pueden conseguir -dijo Kimura, maestro de shogi-. Tal vez me permitan tocar una o dos. -Y tomó un puñado.
Los tableros de Go pueden ser objetos de enorme valor, y cuánto más utilizados por un Maestro que lo honraba con cada movimiento.
El banquete se inició tras un receso.
Kimura, Maestro de shogi, tenía 34 años; Sekine, Gran Maestro del mismo juego, 71, y Takagi, Maestro de renju, 51, todo según el modo oriental de contarla edad.