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– Salí de aquí el 8 de julio, hace ochenta días -dijo Shusai el Maestro, de regreso en su casa de Setagaya tras su alta del hospital de San Lucas-. Estuve fuera todo el verano hasta el otoño.

Ese día dio un paseo de dos cuadras, su salida más larga en dos meses. Sus piernas estaban débiles por los meses en cama. Dos semanas después de haber dejado el hospital podía, con gran esfuerzo, sentarse sobre los tobillos según la etiqueta.

– Estoy acostumbrado a hacerlo desde hace cincuenta años. La verdad es que me resulta más fácil sentarme sobre los tobillos que hacerlo con las piernas cruzadas. Pero después de tanto tiempo en cama, no puedo lograrlo. Durante las comidas cruzo las piernas debajo del mantel. No es que cruce propiamente las piernas. Lo que hago es estirar estas flacas piernas mías hacia adelante. Nunca antes lo había hecho en mi vida. Deberé ejercitarme para estar sobre los tobillos o no podré continuar con el juego. Me estoy esforzando lo más que puedo, pero debo admitir que todavía me cuesta.

Se iniciaba la temporada de carreras de caballos, a las cuales era tan aficionado. Tenía que ser cuidadoso con su corazón, pero finalmente no pudo contenerse.

– Me inventé una buena excusa. Dije que tenía que poner a prueba mis piernas, y fui al hipódromo de Fuchu. Soy feliz cuando estoy en las carreras. Me hace sentir mejor respecto de mi juego. Pero estaba agotado cuando llegué a casa. Supongo que el corazón ya no está firme. Salí otra vez y no encontré excusas para no jugar. He decidido hoy que reiniciaremos el encuentro el día dieciocho.

Estos comentarios fueron recogidos para su publicación por Kurosaki, un periodista del Nichinichi. "Hoy" era el 9 de noviembre. De modo que el juego se reanudaría pasados unos tres meses de la última sesión en Hakone, el 14 de agosto. Como se avecinaba el invierno, se eligió como nueva sede del juego la posada Dankoen en Ito.

El Maestro y su esposa, acompañados por un discípulo, Murashima del quinto rango, y por Yawata, secretario de la Asociación de Go, llegaron a Danko en el 15 de noviembre, tres días antes de que comenzara el juego. Otake del séptimo rango llegó el 16.

Los bosquecillos de mandarinos se veían hermosos en las colinas, y en la costa los naranjos amargos iban tomando un tono dorado. Estaba nublado y frío el 15, y el 16 lloviznó. La radio informó sobre nevadas en distintas zonas del país. Pero el 17 fue uno de esos cálidos días de otoño tardío en Izu, cuando el aire se dulcifica. El Maestro caminó por el Templo de Otonashi y por el Puente Jonoiké. Era un paseo inesperado. El Maestro nunca había tenido gusto por las caminatas.

Como lo había hecho la tarde anterior a la primera sesión en Hakone, también en Dankoen llamó a un barbero, y el 17 procedió a afeitarse. Al igual que en Hakone, su mujer estaba de pie detrás, sosteniéndole la cabeza.

– ¿Usted tiñe el cabello? -le preguntó al barbero. Sus ojos observaban con calma el jardín en las primeras horas de la tarde.

Se había hecho teñir su blanco cabello antes de dejar Tokio. Debe de haber parecido algo extraño que el Maestro se tiñera al prepararse para el combate, pero tal vez al mismo tiempo se estuviera acicalando para después del colapso.

Siempre había mantenido su cabello corto, y había algo curiosamente incongruente en el largo cabello cuidadosamente partido y teñido de negro. La piel tostada del Maestro y sus pómulos marcados emergían de la espuma.

Aunque no tan demacrado e hinchado como en Hakone, todavía no era un rostro saludable.

Me dirigí a la habitación del Maestro inmediatamente después de mi llegada.

– Sí -me contó absorto como de costumbre-. Me examinaron en el San Lucas el día anterior a mi llegada. El doctor Inada tenía sus dudas. Mi corazón no está bien todavía, dijo, y hay un poco de agua en la pleura. Y después el doctor aquí, en Ito, encontró algo en mis bronquios. Supongo que me he resfriado.

– Ah. -Yo no sabía qué decir.

– No he terminado con mi primera dolencia y ya aparecen una segunda y una tercera. Tres me parecen la gran suma por el momento.

– Le ruego que no se lo cuente al señor Otake. -Los de la Asociación y del Nichinichi estaban presentes.

– ¿Por qué? -El Maestro estaba asombrado.

– Empezará a plantear problemas si se entera.

– Pero no deberíamos tener secretos con él.

– Será mejor no decirle nada -aprobó la esposa del Maestro-. Sólo lograrías desconcertarlo. Y ocurriría lo mismo que en Hakone.

El Maestro se quedó en silencio.

Él informaba abiertamente a todos los que lo interrogaban sobre su estado.

Había dejado el tabaco y el trago de la noche que tanto le agradaban. Si en Hakone casi nunca salía, aquí se obligaba a caminar y a consumir alimentos nutritivos. Seguramente teñirse era otra señal de su resolución.

Le pregunté si al finalizar el juego preferiría pasar el invierno en Atami o Ito, o regresar a San Lucas.

Me respondió como confiándose a mí:

– El asunto es si duro hasta entonces.

Y me dijo que haber llegado tan lejos tenía tal vez relación con cierta "distracción" [26] .

[26] Bonyari (en japonés): embelesamiento, distracción, negligencia.


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