Indudablemente Kumé había venido por las noticias que sobre la enfermedad del Maestro habían llegado a Tokio. También Maeda Nobuaki del sexto rango, discípulo del Maestro, estaba presente. Los jueces, Onoda e Iwamoto, ambos del sexto rango, estaban en funciones ese 5 de agosto. Takagi, maestro de renju, se desvió de su camino para estar en Hakone, y Doi, jugador de shogi de octavo rango, que estaba hospedado en Miyanoshita, fue convocado también. Había partidas de juego por toda la posada.
El Maestro hizo caso al consejo de Kumé y se inclinó por el mahjong, y formaron parte del cuarteto Kumé, Iwamoto y Sunada, periodista del Nichinichi. Mientras todos jugaban con la cautela de quien se limpia una herida, el Maestro, como siempre, se entregaba por completo al juego. Sólo él, de los cuatro, pasaba largos momentos meditando.
– Por favor -decía su mujer, preocupada-, si te excedes, tu cara volverá a hincharse.
Pero él no parecía oírla.
Yo estaba estudiando renju con Takagi Rakuzan, maestro en ese juego. Diestro en todo tipo de juegos y dado a inventar nuevos, Takagi animaba cualquier encuentro. Yo sabía de sus ideas para un rompecabezas que se llamaría "doncella enclaustrada".
Después de cenar y ya bien entrada la noche, el Maestro jugó ninuki renju con Yawata, de la Asociación de Go, y con Goi, del Nichinichi.
Maeda se retiró a la tarde, tras una breve conversación con la mujer del Maestro. Como el Maestro era su profesor y Otake su cuñado, deseaba evitar malentendidos y rumores, de manera que evitó a ambos jugadores. Y quizá también haya tenido en cuenta el rumor de que había sido él quien ideó la notable jugada Blanco 160, en el encuentro del Maestro con Wu.
La mañana del seis, gracias a los buenos oficios del Nichinichi, el doctor Kawashima llegó de Tokio para examinar al Maestro. La válvula de la aorta no estaba funcionando bien.
Apenas concluido el examen, el Maestro sentado en la cama, estaba ya otra vez con el shogi. Onoda era su compañero, y usaba la táctica "ofensiva de plata". Onoda y Takagi, maestro de renju, jugaban según las reglas coreanas. El Maestro, reclinado en un apoya-brazos, observaba.
– Ahora juguemos mahjong -dijo, impaciente por la espera de un desenlace. Como yo no sabía jugar mahjong, faltaba uno.
– ¿El señor Kumé? -preguntó el Maestro.
– El señor Kumé está despidiendo al doctor que regresa a Tokio.
– ¿El señor Iwamoto?
– Se ha ido también
– Se ha ido -repitió el Maestro débilmente. Su desconcierto me conmovió.
También yo volvía a Karuizawa.