Los tatami de la sala destinada al juego habían sido cambiados la noche anterior a la primera sesión de Ito. La sala tenía el aroma de los nuevos cuando entramos la mañana del 18. Kosugi del cuarto rango había ido a Naraya por el famoso tablero utilizado durante las sesiones en Hakone. En sus lugares, el Maestro y Otake descubrieron sus tazones con piedras. Las negras estaban cubiertas de moho, algo tan usual en verano. Con ayuda del conserje y las criadas quedaron limpias al instante.
Eran las diez y media cuando Blanco 100 inició el juego.
Negro 99 había "incursionado" en el triángulo Blanco, y Blanco 100 se unió a las amenazadas piezas. La última sesión en Hakone había consistido en una sola jugada sellada.
"Aun teniendo en cuenta que yo estaba muy enfermo y que Blanco 100 fue mi última jugada antes de ingresar al hospital", dijo luego el Maestro en sus comentarios sobre el juego, "era un juego de algún modo insano. Debería haber ignorado la intromisión y presionado hacia adelante en S-8 de modo que el territorio Blanco quedara asegurado hacia el costado inferior derecho. Negro había amenazado, no hay duda, pero no había necesidad inmediata de quebrar mi formación, e incluso si lo hubiera hecho no me habría causado un gran problema. Si yo no me hubiera servido de Blanco 100 para proteger mi propio terreno, la perspectiva no habría permitido el optimismo por parte de Negro".
Sin embargo, Blanco 100 no era una mala jugada, y uno no podría afirmar que debilitaba la posición de Blanco. Otake había supuesto que el Maestro respondería a la "incursión" alineando sus piedras, y para nosotros los espectadores eso parecía algo obvio.
Uno conjeturaba que si bien Blanco 100 era una jugada sellada, Otake durante los tres meses sabía qué sucedería. Ahora, inexorablemente, Negro 101 debía entrar en territorio Blanco hacia el lado inferior derecho. Para nosotros los aficionados ésta parecía una jugada natural de parte de Otake, un espacio trabajado en forma de "S" desde Negro 87. Y, sin embargo, no había hecho su elección cuando llegó la hora del receso para el almuerzo.
Nos sorprendió ver al Maestro en el jardín durante el descanso. Las ramas de los ciruelos y las agujas de los pinos brillaban al sol, y había blancas flores de fatsia y margaritas amarillas con hojas plateadas. En la camelia que estaba debajo de la habitación de Otake, un solo pimpollo con pétalos crespos se estaba abriendo. Y el Maestro lo observaba.
Durante la sesión de la tarde, un pino proyectaba su sombra sobre los paneles de papel de las puertas en la sala del juego. Cantaban las torcazas. En el estanque había carpas enormes. Las de la posada Naraya en Hakone tenían varios colores. Éstas eran grises.
Hasta el Maestro parecía aburrirse. Otake se había tomado mucho tiempo para su jugada. El Maestro cerró sus ojos y debió haber dormitado.
– Un momento difícil -murmuró Yasunaga del cuarto rango. Se había sentado cruzando las piernas con un pie sobre el muslo contrario. También mantenía los ojos cerrados.
¿Cuál era la dificultad? Empecé a sospechar que Otake deliberadamente hacía tiempo con la jugada que era obvia, un salto a R-13. También los organizadores estaban impacientes. Otake dijo en sus observaciones tras el juego que había deliberado si "deslizarse" a R-I2 o saltar a R-13. En su revisión del juego, el Maestro también señalaba que era difícil juzgar los méritos relativos de las dos jugadas. Pero lo que a mí me parecía sospechoso era que Otake empleara tres horas y media para su primera jugada después del largo receso. El sol caía y se encendían luces cuando finalmente tomó su decisión. Al Maestro le llevó sólo cinco minutos jugar Blanco 102 en el espacio sobre el que Negro había saltado. Otake empleó cuarenta y cinco minutos para Negro 105. Sólo hubo cinco jugadas durante la primera sesión de Ito. Negro 105 resultó la jugada sellada.
El Maestro había utilizado sólo diez minutos, y Otake cuatro horas y catorce minutos. En total, Otake había empleado veintiún horas y veinte minutos, más de la mitad de la cuota sin precedentes de cuarenta horas.
Onoda e Iwamoto, los jueces, estaban ausentes, participando del torneo de otoño.
– Hay algo oscuro en el juego de Otake de estos días -le había escuchado decir a Iwamoto en Hakone.
– ¿Hay claridad y oscuridad en el Go? -repliqué.
– Las hay por cierto. Un juego conforma sus matices. Hay algo muy tenebroso en Otake. Algo oscuro. Luz y oscuridad no tienen nada que ver con el hecho de ganar o perder. No estoy diciendo con esto que el juego de Otake sea peor por ello.
Otake tenía una carrera perturbadoramente desequilibrada. Había perdido ocho de sus juegos en el certamen de primavera. Luego, en el concurso especial auspiciado por Nichinichi para elegir al último desafiante del Maestro, había ganado todas las partidas.
Para mí el juego de Negro contra el Maestro no era algo especialmente grato. Había algo opresivo en él, algo que parecía empujar desde lo más profundo, como un grito estrangulado. Un poder concentrado iba al choque, uno buscaba en vano un fluir natural y libre. Los movimientos de apertura habían sido pesados y se había seguido una especie de corrosión inevitable.
Me dijeron también que hay dos tipos de jugadores: aquellos que están siempre insatisfechos consigo mismos y aquellos que siempre confían. Otake pertenecía a la primera categoría, Wu a la última.
Otake, el insatisfecho, no podía, en lo que él mismo calificaba de juego compacto y delicado, permitirse el lujo de un juego suave y caballeresco… no en tanto el resultado estuviera en duda.