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Daniel permaneció en silencio un momento y Holly temió haber pisado terreno resbaladizo. Por fin apartó la vista de las velas y la miró. Sonrió con tristeza y dijo:

– En realidad Laura no es una bruja, Holly. Bueno, lo fue cuando me dejó por uno de mis mejores amigos… pero como persona, cuando estábamos juntos, nunca se comportó como una bruja. Dramática, sí. Una bruja, no. -Volvió a sonreír y cambió de postura para mirarle a la cara-. Verás, a mí me encantaba el drama de nuestra relación. Me parecía excitante, Laura me cautivaba. -Su rostro se animó al explicar su relación y fue hablando cada vez más deprisa a medida que recordaba el amor perdido-. Me encantaba levantarme por la mañana y preguntarme de qué humor estaría ella ese día, me encantaban nuestras peleas, me encantaba la pasión que había en ellas y la manera en que hacíamos el amor al reconciliarnos. -Los ojos le brillaban-. Hacía muchos aspavientos por casi todo, pero supongo que eso era lo que me resultaba diferente y atractivo de ella. Yo solía decirme que mientras hiciera tantos aspavientos a propósito de nuestra relación no tenía por qué preocuparme. Si hubiese dejado de hacerlos, quizás habría dejado de merecer la pena. Me encantaba el drama -repitió creyendo en sus palabras-. Nuestros temperamentos eran opuestos, pero formábamos un buen equipo. Ya sabes lo que dicen sobre que los opuestos se atraen… -Miró a los ojos de su nueva amiga y la vio preocupada-. No me trataba mal, Holly. No era una bruja en ese sentido… -Sonrió y agregó-: Era sólo…

– Dramática -concluyó Holly por él, comprendiéndolo al fin. Daniel asintió con la cabeza.

Holly contempló su rostro mientras él se perdía en otro recuerdo. Supuso que era posible que cualquiera amara a cualquiera. Ésa era la mayor grandeza del amor, que se presentaba en todas las formas, tamaños y temperamentos.

– La echas de menos -afirmó Holly con ternura, apoyando una mano en su brazo.

Daniel despertó de su ensoñación y miró a Holly de hito en hito. Un estremecimiento recorrió la columna vertebral de ésta y el vello se le erizó. Daniel soltó una risotada y volvió a sentarse de cara a la mesa.

– Te equivocas de nuevo, Holly Kennedy. -Asintió con la cabeza y puso ceño, como si Holly hubiese dicho la cosa más rara del mundo-. Estás completamente equivocada.

Cogió los cubiertos y comenzó a comer el entrante de salmón. Holly se bebió media copa de agua fresca y prestó atención al plato que le estaban sirviendo.

Después de la cena y de unas cuantas botellas de vino, Helen encontró a Holly, que había escapado al lado de la mesa donde estaban Sharon y Denise. Le dio un fuerte abrazo y, emocionada, se disculpó por no haber permanecido en contacto.

– No pasa nada, Helen. Sharon, Denise y John me brindaron todo su apoyo, así que no he estado sola.

– Oh, pero es que me siento fatal -dijo Helen, arrastrando las palabras.

– Pues no debes -repuso Holly, ansiosa por seguir hablando con las chicas.

Pero Helen insistió en hablar de los viejos tiempos, cuando Gerry estaba vivo y todo era de color de rosa. Rememoró los momentos que había compartido con él, que eran recuerdos en los que Holly no estaba particularmente interesada. Finalmente Holly se hartó del lloriqueo de Helen y advirtió que todos sus amigos se habían levantado y estaban divirtiéndose en la pista de baile.

– Helen, basta, por favor-la interrumpió por fin-. No comprendo por qué tienes que comentarme todo esto precisamente esta noche, cuando estoy intentando divertirme y distraerme un poco, aunque salta a la vista que te sientes culpable por no haberte mantenido en contacto conmigo. Si quieres que re sea sincera, creo que de no haber asistido a este baile esta noche no habría tenido noticias de ti durante otros diez meses o más. Y ésa no es la clase de amiga que necesito en mi vida. Así que deja de llorarme en el hombro y permite que me divierta.

Holly tuvo la impresión de haberse expresado de forma razonable, pero Helen puso la misma cara que si le acabaran de dar una bofetada. Una pequeña dosis de lo que Holly había sentido durante el último año. Daniel apareció de repente, cogió a Holly de la mano y se la llevó a la pista de baile, donde estaban sus amigos. En cuanto llegaron a la pista, se terminó la canción y comenzó Wonderful Tonight, de Eric Clapton. La pista fue vaciándose salvo por unas pocas parejas, y Holly se encontró frente a Daniel. Tragó saliva. Aquello no estaba previsto. Esa canción sólo la había bailado con Gerry.

Daniel apoyó una mano suavemente en su cintura, le tomó la otra con delicadeza y comenzaron a bailar. Holly estaba rígida. Bailar con otro hombre le parecía mal. Sintió un cosquilleo en la columna vertebral y se estremeció. Daniel debió de pensar que tenía frío y la atrajo hacia sí como para darle calor. Holly se dejó llevar por la pista como en trance hasta el final de la canción y entonces se disculpó alegando que tenía que ir al cuarto de baño. Se encerró en un retrete y se apoyó contra la puerta, respirando hondo. Lo había llevado muy bien hasta ahora. Pese a que todo el mundo le preguntaba por Gerry, había conservado la calma. Pero el baile la había trastornado. Quizá sería mejor que regresara a casa antes de que la velada se echara a perder. Se disponía a abrir el pestillo cuando oyó que fuera una voz mencionaba su nombre.

– ¿Habéis visto a Holly Kennedy bailando con ese hombre? -preguntó una voz. El inconfundible gañido de Jennifer.

– ¡Desde luego! -respondió otra voz con tono indignado-. ¡Y su marido aún no está frío en la tumba!

– Bah, dejadla en paz -terció otra mujer con más desenfado-. Puede que sólo sean amigos.

«Gracias», pensó Holly.

– Aunque lo dudo -agregó la misma mujer, y las tres rieron con picardía.

– ¿No os habéis fijado en cómo se abrazaban? Yo no bailo así con mis amigos -dijo Jennifer.

– Es una vergüenza -dijo otra mujer-. Alardear de tu nuevo hombre en un sitio al que solías ir con tu marido delante de todos sus amigos. Es repugnante.

Las mujeres chasquearon la lengua en señal de desaprobación y se oyó la cisterna del retrete contiguo al de Holly. Ésta permaneció inmóvil, apabullada por lo que estaba oyendo y avergonzada de que otras personas también pudieran oírlo.

La puerta del retrete se abrió y las mujeres se callaron.

– ¿Por qué no os metéis en vuestros asuntos, viejas brujas chismosas? -vociferó Sharon-. ¡Lo que mi mejor amiga haga o deje de hacer no es de vuestra incumbencia! Si tu vida es tan cochinamente perfecta, Jennifer, ¿qué coño haces flirteando con el marido de Pauline?

Holly oyó que alguien ahogaba un grito. Probablemente fuese Pauline. Holly se tapó la boca para contener la risa.

– ¡Muy bien, pues meted las narices en vuestros propios asuntos y que os jodan a todas! -concluyó Sharon.

Cuando Holly creyó que ya se habían marchado, abrió la puerta y salió del retrete. Sharon levantó la vista del lavabo, asustada.

– Gracias, Sharon.

– Oh, Holly, lamento que tuvieras que oír eso -dijo Sharon, abrazando a su amiga.

– No te preocupes, me importa un bledo lo que piensen -aseguró Holly con valentía-. ¡Lo que me parece increíble es que Jennifer tenga una aventura con el marido de Pauline! -agregó asombrada.

Sharon se encogió de hombros.

– No la tiene, pero así tendrán con qué entretenerse durante unos meses. Se echaron a reír.

– De todos modos, creo que me voy a ir a casa -dijo Holly, echando un vistazo al reloj y pensando en el último mensaje de Gerry. Se le partió el corazón.

– Buena idea -convino Sharon-. No era consciente de lo aburridos que son estos bailes cuando estás sobria.

Holle sonrió.

– Además, has estado genial esta noche, Holly. Has venido, has triunfado y ahora te vas a casa y abres el mensaje de Gerry Llámame para contarme lo que pone. -Volvió a abrazar a su amiga.

– Es el último-dijo Holly, apenada.

– Lo sé, así que disfrútalo -respondió Sharon, sonriendo-. Los recuerdos duran toda la vida, no lo olvides.

Holle regresó a la mesa para despedirse de todos y Daniel se levantó, dispuesto a acompañarla.

– No vas a dejarme aquí solo -bromeó-. Podemos compartir un taxi. Holly se molestó un poco cuando Daniel bajó del taxi v la siguió hasta su casa, pues tenía muchas ganas de abrir el sobre de Gerry. Eran las doce menos cuarto, así que sólo le quedaban quince minutos. Calculó que para entonces Daniel ya se habría tomado la taza de té de rigor y se habría marchado. Incluso llamó a otro taxi para que fuera a recogerlo al cabo de media hora, sólo para hacerle saber que no podía quedarse mucho rato.

– Vaya, así que éste es el famoso sobre -dijo Daniel, cogiéndolo de encima de la mesa.

Holly abrió mucho los ojos. Sentía una especie de afán protector hacia aquel sobre y no le gustó que Daniel lo tocara, como si eso fuera a borrar el rastro de Gerry.

– Diciembre -musitó Daniel, leyendo y acariciando la caligrafía con la punta de los dedos. Holly tuvo ganas de decirle que lo dejara en la mesa, pero no quería parecer una psicótica. Por fin Daniel dejó el sobre, Holly suspiró aliviada y siguió llenando de agua la tetera-. ¿Cuántos sobres más quedan? -preguntó Daniel, quitándose el abrigo antes de reunirse con Holly junto al mostrador de la cocina.

– Éste es el último -dijo Holly con voz ronca, y carraspeó. -¿Y qué vas a hacer después?

– ,Qué quieres decir? -preguntó Holly, confusa.

– Bueno, por lo que veo, esa lista contiene tus diez mandamientos. En lo que a tu vida atañe, lo que dice la lista va a misa. Así que ¿qué harás cuando no tengas más mensajes?

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