Sharon, Denise y Holly ocupaban una mesa del Café Bewley's junto a la ventana que daba a Grafton Street. Solían reunirse allí para ver el mundo pasar. Sharon siempre decía que era la mejor manera de ir de tiendas puesto que veía a vuelo de pájaro todas sus favoritas.
– ¡No puedo creer que Gerry organizara todo esto! -le dijo asombrada Denise al enterarse de las novedades. Se echó su larga melena morena detrás de los hombros y sus ojos azules brillaron con entusiasmo al mirar a Holly.
– Será muy divertido -dijo Sharon impaciente.
– Oh, Dios. -Holly se ponía nerviosa sólo de pensarlo-. De verdad, de verdad que sigo sin querer hacerlo, pero tengo la impresión de que debo terminar lo que Gerry comenzó.
– ¡Ése es el espíritu que hay que tener, Hol! -exclamó Denise-. ¡Y todos estaremos allí para darte ánimos!
– Espera un momento, Denise -dijo Holly, con tono menos festivo-. Sólo quiero que estéis presentes tú y Sharon, nadie más. No quiero convertir esto en un acontecimiento. Que quede entre nosotras.
– ¡Pero Holly! -protestó Sharon-. ¡Es que es un acontecimiento! Nadie espera que vuelvas a cantar en un karaoke después de la última vez… -¡Sharon! -la interrumpió Holly-. Una no debe hablar de esas cosas. Una sigue estando marcada por aquella experiencia.
– Ya, pues en mi opinión una es una idiota si aún no lo ha superado -replicó Sharon.
– ¿Cuándo es la gran noche? -preguntó Denise para cambiar de tema al percibir malas vibraciones.
– El próximo martes -rezongó Holly. Se inclinó hacia delante hasta golpear la mesa con la cabeza. Los clientes de las otras mesas la miraron con curiosidad.
– Sólo tiene permiso de un día -anunció Sharon a la sala, señalando a Holly.
– No te preocupes, Holly. Eso te da siete días exactos para transformarte en Mariah Carey. No hay ningún problema -añadió Denise, sonriendo a Sharon.
– Oh, por favor, tendríamos más probabilidades de éxito enseñando ballet clásico a Lennox Lewis -dijo Sharon.
Holly dejó de golpearse la cabeza y levantó la vista. -Vaya, eso sí que es dar ánimos, Sharon.
– ¡Uau, pero imaginaos a Lennox Lewis con mallas! Ese culito prieto haciendo piruetas… -dijo Denise con voz soñadora.
Holly y Sharon miraron a su amiga al unísono. -Has perdido el hilo, Denise.
– ¿Qué? -dijo Denise, siguiendo con su fantasía-. Imaginaos esos muslos grandes y musculosos…
– Que te partirían el cuello en dos si te acercaras a él -concluyó Sharon por ella.
– Qué buena idea -dijo Denise, abriendo los ojos desorbitadamente. -Ya lo estoy viendo -terció Holly con la mirada perdida-. Las páginas de sucesos dirían: «Denise Hennessey falleció trágicamente estrujada por un par de muslos formidables después de haber entrevisto brevemente el cielo…»
– Me gusta -convino Denise-. ¡Uau, menuda manera de morir! ¡Dadme un pedazo de ese cielo!
– Oye -interrumpió Sharon, señalando a Denise con el dedo-, haz el favor de guardar tus sórdidas fantasías para ti. Y tú -señaló a Holly-, deja ya de intentar cambiar de tema.
– Oh, vamos, Sharon, estás celosa, porque tu marido no partiría ni un palillo con esos muslos tan flacuchos que tiene -se burló Denise. -Perdona, bonita, pero los muslos de John están la mar de bien. Ojalá los míos se parecieran a los suyos -replicó Sharon.
– ¡Oye, tú! -Denise señaló a Sharon y la imitó-. Guarda tus sórdidas fantasías para ti.
– ¡Chicas, chicas! -Holly chasqueó los dedos-. Centrémonos en mí. Centrémonos en mí.
Hizo un gracioso ademán con las manos llevándoselas al pecho. -Muy bien, doña Egoísta, ¿qué tienes previsto cantar?
– No tengo idea, por eso he convocado esta reunión de urgencia. -Mientes, me dijiste que querías ir de compras -aseguró Sharon.
– ¿En serio? -dijo Denise, mirando a Sharon y arqueando una ceja-. Creía que veníais a almorzar conmigo.
– Ambas tenéis razón -afirmó Holly-. Quiero comprar ideas y os necesito a las dos.
– Buena respuesta -convinieron ambas por una vez.
– ¡Un momento, un momento! -exclamó Sharon, excitada-. Creo que tengo una idea. ¿Cuál era esa canción pegadiza que cantábamos sin parar durante las dos semanas que pasamos en España y que acabó por sacarnos de quicio?
Holly se encogió de hombros. Si las sacaba de quicio, no podía ser muy buena elección.
– No lo sé. Yo no fui invitada a esas vacaciones -repuso Denise. -¡Venga, seguro que te acuerdas, Holly! -insistió Sharon. -No me acuerdo.
– ¡Tienes que acordarte!
– Sharon, me parece que no se acuerda -dijo Denise molesta.
– ¿Cuál era? -Impaciente, Sharon, se tapó la cara con las manos-. ¡Ya lo tengo! -anunció muy contenta, y se puso a cantar a voz en grito en plena cafetería-: Quiero hacer el amor en la playa…
– Vamos, mueve tu cuerpo -cantó Denise.
Una vez más, los ocupantes de las mesas vecinas las miraron, algunos con simpatía pero la mayoría con desdén, mientras Denise y Sharon hacían gorgoritos al cantar. Cuando estaban a punto de entonar el estribillo por cuarta vez (ninguna de las dos recordaba la letra), Holly las hizo callar.
– ¡Chicas, no puedo cantar esa canción! ¡Además, la letra la rapea un tío! -Bueno, así al menos no tendrás que cantar mucho. -Denise se echó a reír.
– ¡Ni hablar! ¡No pienso rapear en un concurso de karaoke! -Está bien -aceptó Sharon.
– Veamos, ¿qué CD estás escuchando en este momento? -preguntó Denise, poniéndose seria otra vez.
– Westlife -contestó Holly, mirándolas esperanzada.
– Pues entonces canta una canción de Westlife -la alentó Sharon-. Así al menos te sabrás toda la letra.
Sharon y Denise rompieron a reír como histéricas.
– Quizá no te salga bien la melodía… -dijo Sharon entre carcajadas. -¡Pero al menos te sabrás la letra! -consiguió terminar Denise antes de que ambas se doblaran encima de la mesa.
Al principio Holly se enojó, pero al verlas en aquel estado, sujetándose la barriga en pleno ataque de risa, no pudo por menos de sumarse a ellas. Tenían razón, ella carecía de oído musical, las notas no le entraban en la cabeza. Encontrar una canción que pudiera cantar bien iba a resultar una misión imposible. Finalmente, cuando las chicas se serenaron, Denise miró la hora y se quejó de que tenía que volver al trabajo. Así pues, para alivio de los demás parroquianos, salieron de Bewley's.
– Seguro que ahora estos muermos montan una fiesta-murmuró Sharon al pasar entre las mesas.
Las tres muchachas se cogieron del brazo y enfilaron Grafton Street abajo, dirigiéndose a la tienda de ropa donde Denise trabajaba de encargada. El día era soleado y apenas hacía frío. Como de costumbre, Grafton Street estaba concurrida. Los empleados iban y venían de almorzar mientras la gente que había salido de compras deambulaba lentamente por la acera, aprovechando que no llovía. En cada tramo de calle había un músico callejero esforzándose por captar la atención de la multitud y Denise y Sharon ejecutaron de forma lamentable una breve danza irlandesa al pasar por delante de un hombre que tocaba el violín. El músico les hizo un guiño y las chicas echaron unas monedas al sombrero de tweed que había puesto en el suelo.
– Muy bien, señoritas ociosas, más vale que vuelva al trabajo -dijo Denise, empujando la puerta de su tienda. En cuanto las dependientas la vieron, dejaron de cotillear en el mostrador para acto seguido ponerse a ordenar las prendas de los colgadores. Holly y Sharon procuraron no reír. Se despidieron de Denise y se encaminaron hacia Stephen's Green para recoger los coches.
– Quiero hacer el amar en la playa… -canturreó Holly para sí-. ¡Oh, mierda, Sharon! Ya me has metido esa estúpida canción en la cabeza -se lamentó.
– Lo ves? Ya estás otra vez con la manía del «mierda, Sharon». Eres muy negativa, Holly.
Sharon comenzó a tararear la canción.
– ¡Oh, cállate! -le espetó Holly, sonriendo y dándole un golpe en el brazo.